lunes, 4 de junio de 2018

Rococó

A mediados del siglo XVIII surgió en Francia una expresión plástica que trascendió a las artes. Se trataba de dar exaltación a la naturaleza a través de formas tan sugerentes que expresasen una pasión por lo exótico y refinado, se trataba de darle una vuelta al Barroco; formas curvas, retorcidas o, incluso, desfiguradas.

La mejor selección española que hemos conocido tiene bastante de Barroco y un poco de Neoclásico, ponderado esencialmente en la figura de David Villa. Villa era el hombre que ponía el énfasis en el gol mientras que el resto lo ponían en el detalle. Daba igual porque ganábamos y, además, lo hacíamos bonito, pero aquella sucesión de unos a cero denotaba más la capacidad del equipo para el juego que para la definición.

Sin Villa, sin ese hombre que durante más de un lustro nos acostumbró a las definiciones sencillas para situaciones complejas, España se fue perdiendo en los detalles mientras no terminaba de encontrar la mecha del cañón. La exaltación de lo exótico y refinado, durante muchos tramos de los partidos, nos invita a esbozar una sonrisa y a exclamar aquello de "qué buenos somos", pero para ganar un mundial hacen falta menos florituras y más concrecciones.

España es un equipo solvente en defensa y excelso en el centro del campo, pero aún no ha terminado de encontrar a su macho alfa en la punta de ataque. Diego Costa duda entre el cuerpeo y la pivotación, Aspas es un tipo listo que tiende al centrocampismo contagiado por la nómina de jugones y Rodrigo es un buen proyecto que aún no ha jugado un partido de verdad con la roja. Más allá de la falta de instinto, el equipo abusa del pase hasta el área, de la floritura en las inmediaciones y de los centros frontales cuando no encuentra la solución. Apenas chuta desde afuera y apenas prueba a contragolpear. No se trata de cambiar el estilo, se trata de saber mezclar. Se trata de seguir dando miedo.

En un amistoso donde faltaron cuatro titulares del equipo tipo que enfrentará a Portugal, la toma de contacto fue más desesperante que ilusionante. No por el resultado porque, al fin y al cabo, las pruebas no son sólo para ganar sino para empezar a concretar. Y durante muchos minutos lo que concretó España fue la sensación de gustarse en el medio y recrearse en la zona de tres cuartos. Mucho Rococó y poco puño de hierro. Suiza defendió cómodamente porque, desde el principio, entendió el partido como una competición por ver quién llegaba hasta más adentro. Mover la pelota es necesario, imprescindible, diría yo, pero hacerlo sin velocidad, o con exceso de conducción, nos lleva a un lugar indefinitorio. La falta, además, de un tipo que concrete nos deja en un lugar donde la duda es más una causa que una consecuencia. Somos muy buenos, no lo olvidemos, pero dejemos de ser tan rococós.

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