martes, 22 de septiembre de 2020

El Tuto

Por bigotes. Por honor, por orgullo, por casta de galgo y por diablo viejo que todo lo sabe. El Tuto Sañudo

se hizo amo del área propia del Sardinero a base de coraje, de meter miedo al miedo y de ser tan sobrio como un tablón de madera. Aguantaba el tipo con la cabeza alta, la nariz enrojecida por los choques y la camiseta siempre manchada de barro, como pintaba la tradición, como lo exigían los dueños del espectáculo.

Pierna fuerte, salto enérgico, siempre al cruce, con todo, con esa vieja premisa que dictaba una norma no escrita pero siempre candente; o pasa el balón o pasa el tipo, pero nunca los dos juntos. Por eso el Tuto se convirtió en capitán, por eso se convirtió en ídolo. Levantaba el brazo, la cabeza, la voz y todos escuchaban. Esta tarde hay que darlo todo. Y el Sardinero vibraba con sus años de élite. Más de doscientas veces vistió la blanca y verde en primera, más otras tantas con el azul del Oviedo. Allí conoció Europa, por vez primera, allí, una vez más, se midió al checo Skuhravy y le dejó claras las intenciones en el minuto dos del encuentro. Amarilla y a callar. Orgullo intacto y a correr.

Cumplió treinta y cinco y regresó a casa. Por amor, por necesidad, porque se lo dictaba el corazón, porque se lo pedía su gente, porque añoraba el calor de una grada que siempre se había rendido a su entrega. Dibujó una temporada de ensueño y devolvió a su Racing al lugar de pertenencia. El equipo de nuevo en Primera y él, una vez más, diciendo adiós. Esta vez para siempre. Los compañeros se abrazaban en el centro del campo y él caminaba hacia el oscuro túnel de la retirada mientras el estadio, puesto en pie, le dedicaba un aplauso y le decía ese "gracias por todo" que tanta satisfacción genera en las personas. 

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