viernes, 13 de marzo de 2020

La parada del siglo

Carlos Alberto filtró un balón en profundidad hacia la carrera de Jairzinho, el habilidoso extremo brasileño sabía que, si ganaba la carrera a Cooper, podría poner un balón franco en el área inglesa. Así fue, Jairzinho centró bombeado, con efecto, y Pelé apareció en el corazón del área para ganarle el salto a Mulley y conectar un testarazo maravilloso; picado abajo, con fuerza, con toda la intención. Bajó el balón y voló hacia el piso el portero Gordon Banks. Aquella parada, casi milagrosa, ha permanecido en el tiempo como la mejor de la historia. Realmente fue una parada llena de estética y llena de dificultad. No hay balón más difícil que el viene de arriba a abajo, no hay situación más difícil que alcanzar la base del poste. Pero Banks lo hizo, palmeó hacia arriba y la pelota terminó en córner antes de que Pelé se acercase al portero rival y le tendiese la mano en forma de felicitación.

Aquella acción le valió la inmortalidad a un tipo que fue campeón del mundo en 1966 y pasó toda la vida jugando en equipos de media tabla de la liga inglesa. No obstante, aquello no le impidió ser considerado como el mejor portero del mundo desde 1966 hasta 1971, justo los años que pasó en el Stoke City demostrando que los dirigentes del Leicester se habían equivocado cuando le habían dado por acabado.

Todo había empezado con una lesión muy complicada. Banks se había roto la muñeca y en Leicester apareció un joven portero llamado Peter Shilton. Shilton, que había hecho muy buenas intervenciones en ausencia de Banks, amenazó al club con buscarse otro destino si Banks regresaba al puesto de titular tras su recuperación. Así pues, Banks fue despedido y hubo de buscarse un equipo para jugar durante los dos últimos meses de la temporada. Fue el Stoke quien pagó por su pase. Fue allí donde pasó sus mejores días.

Campeón del mundo, caballero de la orden del imperio británico, mito viviente y, sin embargo, su mayor logro siempre lo había considerado el salir de la pobreza. Porque cuando unos matones acabaron con la vida de su hermano él se había tenido que poner a trabajar y entre viajes a la obra y de la obra al almacén había fortalecido su cuerpo y su espíritu. Volaba hacia cada balón como si fuese el último porque sabía que podía ser el último. No regresó atrás, nunca lo hizo y sí miró siempre hacia delante. Debutó con el Stoke ante el Leicester, casualidades de la vida e hizo un partidazo. Sinergias del destino.

Pero ninguno de sus milagros pudo competir con su parada a Pelé en el mejor escenario posible. Él ya era campeón del mundo y sin guantes pero con alas, seguía sabiendo volar hacia las esquinas. Atajó con sus manos pegajosas y recibió la felicitación del mejor jugador del mundo. Y es que el mejor consejo se lo había dado el viejo Bert Trautmann. "Masca dos chicles, restrégalos por las palmas de tus manos y después lame las mismas. Sólo así obtendrás la adherencia necesaria". Cuando, en la bocana de salida al campo, minutos antes de la semifinal de la Copa del Mundo ante Portugal, pidió sus dos chicles, el utillero se quedó blanco y confesó que los había olvidado. Alf Ramsey le ordenó buscar un quiosco cerca de Wembley y Banks recibió sus chicles justo antes de salir a jugar. Realizó su ritual, recibió un gol, pero Inglaterra terminó jugando (y ganando) la final.

Después de aquella parada a Pelé, bautizada como la parada del siglo, todo fueron parabienes. Tantos fueron que Banks decidió celebrar la víspera del partido de cuartos frente a Alemania con unas cervezas. Tantas tomó que terminó indispuesto. Aquel partido lo jugó Bonetti y Alemania ganó por tres goles a dos después de aquel cabezazo imposible de Uwe Seeler. Banks no volvió a un mundial. Dos años más tarde se salió de la carretera con el coche y perdió la visión del ojo derecho en el accidente. Cualquier intento por volver resultó infructuoso. Se dedicó a sobrevivir y tuvo incluso que subastar el jersey amarillo de la final del sesenta y seis y la medalla de oro de campeón del mundo. Recuperó la medalla y recuperó, de alguna manera la dignidad. Antes de cada partido de Inglaterra acariciaba la medalla recuperada creyendo que aquel ritual daría suerte a sus selección. La suerte, para él, se acabó una tarde de verano de 2019 cuando un cáncer de riñón terminó con su vida. Atrás quedaban los milagros de Leicester, los de Stoke y aquella parada inolvidable ante Pelé bautizada, para siempre, como la parada del siglo.


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