miércoles, 2 de diciembre de 2020

Pichichis: Juan Seminario

El entrenador, César, otrora figura del Barcelona y en aquel momento a cargo del banquillo del

Zaragoza, le apretaba antes y durante los partidos. Venga peruano, a ver si marcas. Peruano por aquí, peruano por allá, y el peruano le sacaba la lengua y, muchas veces, también le sacaba de quicio. Porque se adornaba, porque tiraba carreras a lo loco, porque muchas veces intentaba la imposible en lugar de la práctica. Pero se querían tanto que, cuando el ídolo regresó al Camp Nou, le dio a la directiva del Barça una premisa; si quieren a César en el banquillo, yo quiero a Seminario en el campo.

Seminario ha sido uno de los mejores jugadores peruanos de la historia, el tipo que, un diecisiete de mayo de 1959 destrozó a Inglaterra y puso tras él a los dirigentes de media Europa. El tipo que, en su primera temporada en España fue Pichichi con veinticinco goles superando la cuenta de monstruos como Puskas, Di Stéfano, Kocsis o Evaristo.

Pero no era un tipo fácil. Por sus excentricidades le llamaron El Loco. Pero, según él, no era porque estuviera loco, era porque siempre intentaba hacer la jugada más difícil aún en la situación más sencilla. Jugaba sin miedo y a cara descubierta. Por eso le temían. Por eso gobernó el área. Y movió dinero, mucho dinero. Lo movió cuando el Zaragoza se lo compró al Sporting de Lisboa y la puerta de la oficina del club portugués se llenó de gente airada por la venta del ídolo y lo movió cuando la Fiorentina puso su millonada de la época para sacarlo de la capital de Aragón. Y es que, tanto en Lisboa como en Zaragoza, Seminario había rendido por encima de sus posibilidades. En Portugal le habían apodado "O Expresso de Lima", lo que daba cuenta de su potencia y velocidad y en Zaragoza había sido simplemente "El Loco", lo que daba cuenta de su irreverencia. Apenas estuvo quince meses en aquella primera etapa en España y le dio tiempo a anotar treinta y tres goles en treinta y ocho partidos durante una etapa en la que el Zaragoza recibió a todos los equipos de Primera en La Romareda y no concedió ni una sóla derrota como local.

De hecho, aquella temporada le coronó como máximo goleador, siendo el primero y único Pichichi, hasta el momento, en la historia del Real Zaragoza. Un tipo con carácter que batió un récord con su traspaso a la Fiorentina y que anhelaba sus días de entorchados internacionales en los que había anotado nueve goles en los diecinueve partidos que había jugado con la rayada de Perú. Y es que Seminario se había destapado ante el mundo jugando con su selección en la Copa América de 1959, aquella en la que quedaron terceros y tutearon a los favoritos, aquella que le sacó de Perú y le lanzó a Europa, aquella que le hizo famoso y lo suficientemente rico como para olvidar su anterior vida. Tan frenética fue su carrera que en 1970 y con sólo treinta y un años se vio de regreso a Perú y casi retirado del fútbol. Antes había dado sus últimos pasos en el Sabadell y había aceptado, en 1969, la oferta del Club Alberto Grau para tomar las riendas del equipo en forma de jugador - entrenador. Tan buena pinta tuvieron aquellos últimos coletazos, que el gran Didi, otrora rival brasileño y entonces seleccionador peruano, quiso contar con él para el mundial de México. Pero dijo que no, más por orgullo que por verdaderas ganas y se terminó arrepintiendo de su decisión. Porque él se retiró pensando que el fútbol, y su país, le debían algo importante. Desde 1959, año en el que se marchó a Lisboa, no había vuelto a vestir la camiseta de Perú, a pesar de su excelente rendimiento en Europa, a pesar de haber sido el mejor goleador peruano en aquellos tiempos de bisoñez. 

Su llegada a Lisboa se gestó tras un duro tira y afloja entre el Zaragoza y el Barcelona por hacerse con su fichaje. El Zaragoza, después de su exhibición ante Inglaterra en el cincuenta y nueve, había llegado a un acuerdo con su representante, pero por parte del Barcelona, el mismísimo Helenio Herrera viajó a Perú para convencerle. Y lo hizo. Pero el Zaragoza denunció la duplicidad en el acuerdo y la Federación Española dijo aquello tan salomónico de ni para ti ni para él, así que el futbolista quedó libre de compromisos y firmó con un Sporting que, por aquellos años, se jugaba las habichuelas contra el mejor Benfica de la historia. En el club lisboeta superó todas las expectativas que había generado cuando los emisarios del club habían viajado a Argentina para ver la disputa del campeonato sudamericano de selecciones. Allí, en un partido trepidante y sin concesiones, Perú le empató a dos a Brasil con dos goles de Seminario. Fueron dos años y dos ligas las ganadas en Portugal. Pleno de títulos y de sensaciones. Así llegó a Zaragoza y así se marchó también después de anotarle cuatro goles al Mallorca en liga y aceptar la oferta millonaria de la Fiorentina.

Veinticinco goles en Zaragoza, una cifra más que estimable para una época en la que se jugaban menos partidos y la competencia era feroz, pero es que Seminario supo buscarse la vida aún jugando fuera de su posición. Arrancando desde la izquierda, y aprovechando su certero disparo con la derecha tras la diagonal hacia adentro, se mostró aquel año en Zaragoza como un delantero casi imparable. Por ese recuerdo tan grato, tras su año poco exitoso en Florencia, el Barça le repescó para jugar de nuevo en la Liga. Curiosamente, los dos equipos que habían peleado por él en le pasado habían terminado teniéndolo en sus filas, aunque cuando Seminario llegó al Barça, ya no estaba Helenio Herrera y era un equipo plagado de dudas y contradicciones. El entrenador, César, había conseguido su objetivo de tenerlo de nuevo en sus filas y, junto a Cayetano Re, formó una pareja espectacular que saldó con cuarenta goles en cincuenta partidos juntos y la Copa de Ferias de 1966.

En aquel momento estaba en su apogeo y, sin embargo, no conseguía la llamada de su seleccionador nacional. Y es que, por más seleccionadores que hubiese, la premisa el gobierno militar peruano era clara a la vez que injusta y radical: Todo aquel que se marchase a jugar fuera del país era considerado proscrito y no podía ser convocado con la selección. Ya sabemos, Patria o nada. Esas consignas tan injustas y deleznables que salen de la cabeza de los caciques de medio pelo. Así que, desde aquella Copa América jugada en Argentina, ni había vuelto ni volvería a ser internacional, con lo que sólo le quedaba el oficio del gol y el día a día para redimirse a sí mismo ante las impenitencias. Por aquella rabia contenida y aquel fulgor en la mirada, Seminario fue un rayo en aquel año zaragocista que le presentó a España como un jugador rápido, potente y de regate certero. Le anotó cuatro al Racing, tres al Oviedo y otros tres al Español, amén de vacunar a Barcelona, Atlético y Madrid en sus visitas a La Romareda, campo que se convirtió en un fortín para un Zaragoza que acabó el curso en un meritorio cuarto lugar.

Aquel fulgor se traspasó a Perú quien reclamó volver a ver a su ídolo. Tanto fue así que el Zaragoza aceptó hacer una gira por Sudamérica con el cartel de contar con el goleador de la liga española. Seminario, que ya había formado parte de una selección de jugadores extranjeros de la liga para un torneo amistoso que se había jugado en Navidad, no defraudo o a nadie y deleitó con fútbol y goles a sus paisanos. Tan mediática y popular fue su presencia allí, que en un amistoso ante un club local, se picó con un rival con quien terminó emprendiéndola a golpes. Ante la imposibilidad de separarlos, el árbitro optó por la decisión fácil y radical de expulsarles a ambos. La que se montó ante aquella decisión fue histórica. El público ocupó el césped, los jugadores se retiraron y se anunció por megafonía la orden de desalojar si se quería continuar con el partido, pero la gente se negaba; o  jugaba Seminario o no se jugaba más. Así que el árbitro tuvo que dar marcha atrás, anular las expulsiones y dejar que ambos regresaran al campo para seguir jugando. Mediada la segunda parte, Seminario engachó un buen disparo que se convirtió en el gol de la victoria, convirtiéndose, así, en el primer jugador de la historia en anotar un gol después de haber sido expulsado.

Y es que la pasión por el fútbol viaja más rápido que las pasiones personales, porque el fulgor por el ídolo cura la desidia, cura el tormento y da rienda suelta a la sinrazón. Seminario regresó a Europa pero no dio mucho más de sí una vez terminó su etapa en el Barcelona. Cuando ya era un adulto en edad de maduración, se instaló en Palma de Mallorca para entrenar en categoría regional. Tomo las riendas del Cala D'or y alli mató el gusanillo. Allí comenzó a recorda y allí comenzó a relatar. Y allí sigue, como un anciano venerable al que la gente acude cuando le quiere preguntar por qué carajo le llamaban El Loco.

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