lunes, 22 de octubre de 2018

El Real Madrid entra en barrena - por Juanma Trueba

Hay tres protagonistas. El primero es Lopetegui. Su continuidad en el cargo depende de la agilidad del club para encontrar un sustituto. Y no es un presagio, sino una deducción. Su destitución ya se barajó después de perder contra el Alavés y ahora cuesta imaginar un repentino ataque de paciencia; la pistola ya está cargada. El siguiente actor principal fue José Luis Morales. No se recuerda un náufrago tan entusiasta ni un fugitivo tan animoso. Morales se bastó para poner en jaque a la defensa del campeón de Europa (ganó la copa hace cuatro meses, aunque parezcan cuatro años), quién sabe si con la íntima motivación del niño que no fue seleccionado cuando hizo las pruebas para entrar en el Real Madrid. El último papel le corresponde a Oier Olazábal, un guardameta criado en el Barcelona y que en abril de 2015 recibió nueve goles en el Bernabéu, entonces como portero del Granada. También él ajustó cuentas con el pasado.

Antes que por el fútbol, el Real Madrid fue vencido por el destino, no hay tozudez como la suya. Todo lo que podía ocurrir sucedió en los primeros 16 minutos. Un gol de Levante, un penalti a su favor poco después tras consulta al VAR y un gol anulado al Real Madrid por el mismo procedimiento. En una frase resulta fluido (relativamente) pero no lo fue en absoluto. Las esperas de cada decisión se hicieron eternas y el partido se dejó de jugar en el Bernabéu para trasladarse a una habituación repleta de televisores. Es fácil imaginar el sofocón de los árbitros en la sala, los cafés derramados y las manos sudorosas. Tampoco es difícil solidarizarse con los aficionados que aguardaban a que alguien les autorizara a celebrar o deprimirse.

El primer gol del Levante fue una descripción de su escueta hoja de ruta: balones largos a Morales. En esta ocasión fue Postigo quien lanzó al delantero, que aprovechó la indecisión de Varane para batir a Courtois. El plan se repitió una y otra vez, y en cada repetición Morales sembró el pánico, porque además de correr sabe esperar, esto le diferencia de los galgos y las avestruces. Oirán que no dejó de dar carreras, pero en realidad no dejó de pensar. Su partido fue espléndido, manejado como lo hacen las grandes estrellas, consciente de las necesidades de su equipo y del paso del tiempo.

Los nervios merecen más líneas. Casi desde el primer instante, el partido estuvo condimentado con esa angustia que atenaza el cuello y luego se instala en los antebrazos, o en las piernas que de pronto sostienen mal. Ni siquiera cuando el Levante consiguió el segundo gol gracias a un penalti catódico existió la sensación de que el partido estaba resuelto; más bien al contrario. El marcador señalaba el nivel del desafío que debía afrontar el Madrid para completar la proeza, no tan lejana porque su rival, con 80 minutos por delante, daba inequívocas señales de ser endeble en defensa, especialmente en los balones altos.

No tardamos en recordar que el Real Madrid no tiene goles porque se los llevó Cristiano. De manera que los asedios deben ser recalculados. Las proezas quedan ahora mucho más lejos. Además, se ha instalado en las mentes de los jugadores una pesadumbre que afecta directamente a la confianza y que se manifiesta en los remates imprecisos y en los postes, en ese infortunio que se confunde con el desacierto sin que sepamos decir quién empezó antes. Y no resto méritos a las paradas de Oier. Aunque estuvo inseguro en el juego aéreo, tanto como sus defensas, repelió el resto de disparos, como si en lugar de nueve heridas hubiera ganado aquella tarde de 2015 nueve vidas que gastar en el Bernabéu.

El gol de Marcelo a falta de 20 minutos hubiera asegurado al menos el empate en cualquier otro momento. Pero ya digo que el pasado ha dejado de ser referente. La opulencia de antes es ahora una sequía que bate récords. El derechazo de Marcelo dejó la racha sin goles en 480 minutos, la más elevada en la historia del club.

Apenas se notó la intervención de Bale, falto de forma, que entró en el descanso por Odriozola. Más reseñable fue la aportación de Benzema, asistente de Marcelo y un peligro constante dentro del área, casi siempre como ideólogo y casi nunca como ejecutor. El problema es que había un muro más alto que el del Levante. Se ha construido en la propia cabeza de los jugadores que, por primera vez en muchos, años, se sienten expuestos a las desgracias que antes sufrían los demás.

Cuando el árbitro pitó el final del partido, el público no supo cómo sentirse, seguramente porque no encontró a quién echar la culpa. El entrenador no ha tenido apenas tiempo para equivocarse. Los jugadores son los de siempre y el delantero reclamado, Mariano, jugó de titular. No faltó actitud ni se bajaron los brazos. Es otra cosa. Algo extraño, indefinible. Tal vez fútbol, la otra cara.

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