jueves, 5 de marzo de 2009

La máquina perfecta

Para los que aman el fútbol de vencedores, sería considerado como un sacrilegio comenzar un texto sobre el Milan de Sacchi haciendo relucir una manida frase de Juanma Lillo. "Para jugar en zona hay que vivir en zona". Con tan luminosa reflexión, el entrenador de Tolosa quiso hacerle saber al mundo que la zona no es ejercicio de besar al santo y arreglo despreocupado sino que requiere una conceptualización, un aprendizaje y, sobre todo, una ideología futbolística muy concreta. La zona, esa forma de vida futbolística que los más románticos agradecen a Menotti, alcanzó su culmen en el último lustro de la década de los ochenta, cuando el humilde hijo de un zapatero de Fusignano se hizo cargo del Milan y consagró a un equipo que, durante años tuvo que vivir a la sombra de su envidiable vecino del Piamonte.

Silvio Berlusconi, por entonces magnate de la comuniación y excéntrico millonario ávido de negocios y fama, encontró en el fútbol el filón perfecto para su popularidad y se empeñó hacer de su Milan la envidia del mundo. El equipo, más castigado por su pasado reciente que envalentonado por su brillante palmarés, aún relamía los desengaños y las trampas que lo habían condenado a la Serie B italiana. El presidente, en un ejercicio de audacia que chocó contra el clasicismo triunfador del incontestable Trappattoni, dejó su juguete en manos de Arrigo Sacchi y el entrenador respondió con un método tan innovador que cambió, para siempre, los conceptos tradicionales del fútbol.

Sacchi construyó un equipo de fútbol en constante armonía que se cimentaba en media docena de magníficos jugadores italianos y se remataba en el lujo de los tres mejores jugadores holandeses del momento. Rijkaard era un mediocentro de corte holandés con lo que el concepto llevaba implícito, un tipo que abarcaba la zona ancha a su antojo y siempre alcanzaba el balón un segundo antes que los demás. Gullit era un atleta perfecto, en su cuerpo armonioso entraban una zancada inalcanzable, una sorprendente capacidad para asociarse y un remate técnicamente brutal. Van Basten era la guinda del pastel, un tipo de uno noventa con garbo de bailarín y pies de pluma, entendía el juego como un concepto colectivo y por ello era capaz de desarmar defensas arrancando desde segunda línea, cuando entraba en el área siempre encontraba el remate perfecto dentro de su extenso manual.

Pero si aquel equipo era increíblemente certero en ataque, donde realmente creo escuela fue en la manera de entender los conceptos defensivos. El Milan de Sacchi comenzaba a defender desde el delantero centro con unas premisas muy claras: atención y orden. Sacchi era tan minucioso que no dejaba escapar ningún detalle y mientras aquellos futbolistas tuvieron más hambre de victoria que de libertada, el equipo funcionó como un reloj suizo. Ocupaban los espacios de manera que siempre encontraban dos o tres jugadores por zona, en su ejercicio de basculación proponían una vuelta a empezar y volvían a morder en la banda contraria, la defensa jugaban tan adelantada que se convirtió en costumbre ver caer en fuera de juego al delantero rival y el centro del campo defendía tan cerca de la portería contraria que cada robo de balón se convertía en rápido y corto contraataque y una clara ocasión de gol.

En aquella época, si existía un equipo en Europa que deslumbraba por su juego vistoso y sus incontestables goleadas era el Real Madrid. Con una expectativas tan ambiciosas, tan solo era cuestión de tiempo que ambos conjuntos terminaran enfrentándose en la máxima competición continental. En abril de 1989 Madrid y Milan quedaron emparejados en una semifinal de infausto recuerdo para los madrileños. El partido de ida, jugado en el Bernabéu terminó con empate a uno y con la certeza de que hacía tiempo que no se veía un visitante tan competitivo en Chamartín. Los que acudieron al partido se marcharon a casa con la sensación de haber encontrado un equipo diferente, ni siquiera podían imaginarse lo que les esperaba quince días después bajo las solemnes gradas del remozado San Siro.

La imagen más elocuente que dejó aquel partido fue la del exquisito Míchel con las manos en la cadera y la mirada perdida encontrato un pequeño rincón por donde pasar el balón frente al imberbe Maldini. El hijo del gran Césare había debutado dos años antes, con la mayoría de edad aún en el horizonte de los logros por cumplir y con el oficio de un tipo de treinta años.

A Maldini le acompañaba su amigo Costacurta, criado, como él, en la recién renovada fábrica de Milanello. Un tipo que, como Ancellotti, Donadoni, Tassotti o Evani, tuvieron que reinventar su forma de jugar al fútbol. A una Italia reconocida por sus triunfos recientes a nivel internacional, Sacchi le cambió el libreto. Sus detractores le consideraron un sacrílego y sus defensores le consideraron un revolucionario. Los futbolistas se empeñaron en hacer escuela de aquel sistema y el mundo entero agradeció la sintonía de un equipo que manejaba los espacios y el tiempo con total pulcridud.

Pero si había un jugador que manejase el tempo de los partidos, un general al mando de la tropa y una continuación del entrenador en el campo, era Franco Baresi. El veterano capitán milanista, superviviente de las peores épocas y abanderado de una nueva escuela de defensores que crecieron a la sombra del inolvidable Gaetano Scirea, era el eje a través del cual se movía el equipo. Con el simple sonido de su voz de mando, el equipo se movía como una máquina engrasada; adelantaba líneas, abandonaba a su suerte al delantero rival e iniciaba el ataque con una precisión de cirujano. La palabra "Milan", utilizada como clave transitoria, se convirtió en la contraseña de un capitán que movía a su equipo y de un equipo que esperaba la orden de su capitán. Baresi no era un virtuoso, ni destacaba especialmente por sus condiciones atléticas, pero era un manual defensivo en todos los conceptos; no necesitaba ir al suelo para robar, ni perder la posición para socorrer, el balón le buscaba como un imán y a él no le hacía falta más que buscar al compañero más cercano para iniciar el camino hacia la ocasión de gol.

El Madrid de la Quinta se presentó aquel diecinueve de abril en San Siro con la intención de saltar los cerrojos de un equipo en vías de consagración. Como a ellos, al Milan solamente le faltaba la Copa de Europa para rematar un ciclo vigoroso y entusiasta. Y no empezó mal el Madrid aquel partido; como indicaba su jerarquía histórica y la calidad de la plantilla, saltó al campo en plan mandón y durante quince minutos intentó parar la máquina rossonera. Michel cruzó en exceso un balón franco en las inmediaciones del área pequeña y, tras una certera ocasión que pudo haber cambiado el rumbo del partido, se pasó a un remate durísimo de Ancellotti ante el que Buyo pudo haber hecho más. El uno a cero destrozó al Madrid y envalentonó al Milan. A raíz de aquel gol, la historia se conoce de carrerilla para aquellos que vivimos el nacimiento de un equipo imponente. Rijkaard hizo el segundo y Gullit el tercero tras sendos cabezazos llenos de vigor, estética y fuerza descomunal. La goleada se certificó en los diez minutos que prosiguieron a la reanudación; Van Basten ponía el balón en la escuadra para hacer el cuarto y Donadoni remataba la goleada con un disparo ajustado pegado al palo.

Los que tuvimos a la década de los ochenta como referencia generacional para el aprendizaje y la modelación de mitos, recordamos a aquel Milan como un equipo perfecto, que nos enseñó que se podía jugar al fútbol como una máquina, que el fuera de juego era un arma tan ofensiva como cualquier triangulación y que la zona era, como dijo Lillo, una forma de vida. Aquel equipo duró poco; los jugadores se cansaron de Sacchi y Sacchi se cansó de soñar en vano. Capello terminó por cincelar su invencibilidad; durante temporadas posteriores volvió a ganarlo todo, Sacchi pasó al olvido y se entregaron a nuevos tiempos. En aquellos tiempos Van Basten siguió goleando, Donadoni siguió entusiasmando y Maldini siguió creciendo. La esencia permanecía intacta y en ella se impregnaron las nuevas generaciones. Antes de Sacchi todos los equipos ganadores defendían al hombre, después de Sacchi el marcaje al hombre se convirtió en el recurso agónico de los equipos menores.

7 comentarios:

Luisi dijo...

Excelente post Pablo. Felicidades.

Cuanto más leo de ese Milan más me fastidia habérmelo perdido.

Por cierto ¿Ancelotti jugaba en una banda, no?

Pablo Malagón dijo...

@ Luisi

Ancelotti jugaba en el eje del centro del campo. Formaba el doble pivote junto a Rijkaard. En banda actuaban Donadoni y Evani.

Un abrazo y gracias.

Anónimo dijo...

Gran post Pablo!

Difícil combinación no? Una gran defensa con dos de los mejores de la historia: Maldini y Baresi y mejor delantero con Van Basten y Gullit, pasando por un "barredor" como Rijard. El equilibrio perfecto que como bien dices dura hasta que los jugadores se relajan y se endiosan.
Por eso, cuando los aficiones viven rachas de este tipo deben ser conscientes de que tarde o temprano se acaban.Para ejemplos, el Madrid de la quinta, el Barcelona de Cruyff o recientemente el Madrid de la 7,8 y 9.

Luisi dijo...

Gracias por la aclaración Pablo. Siempre pensé que jugó en banda.

Anónimo dijo...

Se ha exagerado mucho con Sacchi. El italiano no inventó nada nuevo en el fútbol. Además, se aprovecho de tener grandes jugadores. De hecho, después de irse del MIlán su carrera fue a menos. Un abrazo.

Alba dijo...

Completamente de acuerdo con fernando. Tuvo los ingredientes que necesitaba para haerse con nombre en el futbol, pero después nada de nada.
Saludos

Anónimo dijo...

Increible como aquel gran club que era la envidia del mundo se ha convertido hoy en día en un circo. Berlusconi ya le he sacado todo el rédito personal que buscaba y ya se ha debido de cansar de perder dinero.

Sacchi no es que haya entrenado muchísimo más, la selección italiana con la que consiguió un subcampeonato del mundo, una segunda etapa sin éxitos en el Milán, media temporada en el Atleti que es un banquillo difícil para medir, media temporada más en el Parma para luego pasar a ser manager, después la etapa como director deportivo del Madrid en cuesta abajo de Florentino.

Pablo, me gustaría escuchar tu explicación sobre el fuera de juego como arma ofensiva, yo siempre pensé en ello como arma defensiva.

Muy buen artículo.