jueves, 22 de octubre de 2020

Segundas partes

La temporada anterior había sido extraordinaria y Paco Roig estaba crecido porque se creía en posesión

de un equipazo y porque, además, tenía la caja llena de billetes después de que el Madrid abonase la cláusula de Mijatovic. Así que el mensaje fue claro: "Voy a fichar a Romario".

El capricho de Paco Roig con Romario venía de atrás. Cuando era directivo de la junta de Arturo Tuzón, Guus Hiddink, entrenador fichado por el Valencia después de hacer campeón de Europa al PSV Eindhoven, le habló de la magia del brasileño al que había entrenado un año. "Con él, seríamos los mejores". Pero el PSV pidió mucho dinero y Romario terminó jugando en el Barça en la temporada en la que todos abrimos la boca por el asombro y el brasileño ganó Liga, Pichichi y Mundial.

La suerte, para Roig, es que Romario se hinchó de éxito y pensó que qué mejor lugar que Brasil para jugar a ser idolatrado. Así que regresó a la patria, disfrutó la noche, el carnaval y la vida; jugó sus pachangas de playa, tomó sus baños de sol y, sobre todo, se ahogó en sus propios baños de gloria. Así que cuando ya había recibido su ración de protagonismo, escuchó la llamada que venía de España y se preguntó ¿Por qué no?

El problema es que el Romario que llegó a Valencia estaba henchido de éxito y hambriento de sí mismo. La noche, en Valencia, es un paraíso que explorar hora a hora, día a día. Sus entrenos eran flojos, sus partidos estaban marcados por la desgana y sus cifras no empezaron a ser las que esperaba. Tan sólo dos meses después, y tras haber roto su relación con Luis Aragonés, Romario estaba pidiendo de rodillas volver a Brasil y regresar al lugar donde todo el mundo le paraba por la calle para darle las gracias en lugar de hacerlo para tirarle un reproche.

El Valencia al que llegó Romario había quedado a medio construir. Tras el exitoso segundo puesto del año anterior, el equipo se quedó sin Mijatovic arriba y sin Mazinho y Arroyo en el medio, que era como si a un dique le abres una brecha de agua. Llegadas las dudas y ante la falta de compromiso, Luis, primero desechó al jugador y luego desechó su plaza. En dos meses, el Valencia no tenía ni a Romario ni a Luis ni siquiera una pequeña aspiración para para volver a repetir su extraordinaria liga anterior. De esta forma el equipo se fue hundiendo en la mediocridad hasta que, en el verano siguiente, Valdano le pidió al presidente Roig que le volviese a traer a aquel jugador de dibujos animados.

Pero lo que pudo haber sido una bonita historia de amor se convirtió en una pesadilla, para Romario primero y para Valdano después. Una inoportuna lesión en pretemporada dejó al brasileño en la enfermería y al equipo huérfano de espontaneidad. Cegado por las dudas y el miedo, el Valencia fue cayendo en picado hasta que Valdano fue destituido después de cometer una boutade en Santander. Cuando Romario se recuperó, el tipo que había en el banquillo era Claudio Ranieri que, ni creía en él ni estaba dispuesto a esperarle. Así pues, tras jugar tan sólo doce partidos oficiales en los que anotó cinco goles, Romario se marchó del Valencia por la puerta de atrás y esta vez lo hizo para no volver. Tras de sí dejaba la estela de un tipo cuyo recuerdo había marcado la adolescencia de miles de aficionados y cuyo crepúsculo se iba a pintar de verde y amarillo en un Brasil que siempre le esperó y siempre le idolatró.



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