martes, 16 de octubre de 2018

También se puede perder

Cómo dijo el analista, ni antes éramos tan buenos ni ahora somos tan malos. En esta fea costumbre nuestra de analizarlo todo desde el propio ombligo, tendemos a olvidar que muchas veces nos jugamos los trastos contra otro equipo y que el otro equipo, igual que el nuestro, también juega y también tiene sus bazas. España, que murió por homicidio y no por inanición, se encontró enfrente a un equipo que había trabajado el partido y cumplió su plan a la perfección. Presión en el medio y juego directo tras recuperación. Muchas veces, los planes más sencillos resultan los más difíciles de ejecutar.

Como el fútbol es un juego de contrastes, se puede interponer una línea de tres atacantes dispersos para atormentar a una línea de cuatro zagueros en zona de nadie. Luis Enrique ordenó adelantar las líneas para no dejar respirar a los ingleses, y el plan hubiese surtido efecto si Saúl y Thiago hubiesen sabido gobernar la zona ancha, pero allí, en el campo de minas programado por Southgate, terminó implosionando el juego inglés. Cada pérdida era una contra letal que terminaba en un mano a mano contra De Gea. El portero, vendido ante la adversidad, no pudo sino mirar como el balón perforaba sus redes una y otra vez.

Lo que arregló España en la segunda parte fue más el problema coyuntural que el conceptual. Debió aprender, al menos, que si todos reman, el barco avanza. Inglaterra, con un botín suculento, se aculó en tablas y la roja supo que, para las remontadas sólo sirven los arrebatos de orgullo. Lo intentaron hasta el último suspiro y por ello no podremos reprocharles nunca nada. Hay una enorme diferencia entre morir nadando contra la marea a morir tan sólo con la pose. Aquella tarde en Rusia ante el anfitrión fue el ejemplo perfecto de cómo no se debe perder. Lo de anoche, en Sevilla, fue el ejemplo perfecto de que, por muy claro que lo tengas, también se puede perder.

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