martes, 23 de noviembre de 2021

Estanislao

La banda izquierda de San Mamés rezumaba clase y estilo. El tipo, Estanis para los amigos, ganaba la línea de fondo con la facilidad de los artistas y ponía caramelos en el área en forma de asistencia de gol. Centro de Argote, gol de Dani, fue cantinela popular en los bares de Pozas después de los partidos, allí donde las previas se regaban con txakoli y se engullían con txapelas. El viejo botxo engalanado para tardes de domingo que se convirtieron en leyenda, con una alineación recitada de carrerilla que terminaba siempre con Estanislao Argote en el último lugar. Número once, extremo izquierdo, centros al área con aroma de gol.

Aquellos años ochenta donde el norte supuraba las heridas del centralismo, donde el fútbol volvió a tener brújula y donde el barro salpicaba los rostros de mirada enjuta que no sólo buscaban la victoria sino amurallar su particular parcela de orgullo. Chicos de la casa dispuestos a darlo todo, gargantas encendidas por el ánimo y palmas encarnadas por el agradecimiento. Dos ligas, una copa y la sensación eterna de que en casa se cultiva siempre el mejor producto.

Estanis Argote era un extremo de corte clásico, lo suficientemente veloz como para ganar una carrera al espacio, lo suficientemente hábil como para ganarse ese metro previo al centro, lo suficientemente listo como para ver al compañero mejor situado un segundo antes que los demás. Fino y estilista, sus centros picados eran postre de sobremesa y motivo de asombro. Tantas asistencias propias, tantos goles ajenos y tantos partidos en el recuerdo. El heredero de una estirpe que comenzó con Gorostiza y encumbró a Gaínza y a Rojo, se hizo dueño de una banda izquierda que, en San Mamés, era motivo de exigencia al tiempo que expectativa constante.

No ha vuelto a haber otro igual. Parece que, terminado ese equipo, terminaron las tradiciones. Ni extremos, ni pichichis, ni centrales de corte imperial. Ni títulos, ni grandeza superlativa. Pero siempre queda la esperanza, queda Lezama y queda el tiempo, siempre tan digno para juzgar el trabajo bien hecho y siempre tan dispuesto a fructificar los sueños de grandeza. Allí, junto a la cal de San Mamés, aún queda la estela del último gran extremo izquierdo, el chico que jugaba al golf en sus ratos libres y que, además de tocar el acordeón maestría, era el mejor extremo izquierdo del campeonato.

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