miércoles, 7 de septiembre de 2022

Fútbol total

Para Rinus Michels el fútbol era una guerra. cada partido era una batalla donde los jugadores debían ejercer de guerreros de primera fila y trinchera y debían estar preparados tanto para atacar como para defenderse de las embestidas del rival. La prensa, en principio, definió el sistema con una frase elocuente: “Todos defienden y todos atacan”, pero el mundo del fútbol fue más escueto y definió aquella manera de jugar de la forma más entendible posible: “Fútbol total”.

El fútbol total del Ajax se basaba en un sistema de presión asfixiante. Hasta entonces ninguna defensa se había atrevido a utilizar el fuera de juego como parte del sistema defensivo, pero el Ajax estaba dispuesto a ir más allá de todo orden establecido y se aferró al ataque continuo para ganar un partido tras otro.

Michels y sus jóvenes discípulos ya habían propuesto sus intenciones dos años atrás, pero el trabajado catenaccio italiano había dado de bruces al equipo con la realidad. Sin embargo, aquello no había sido sino la semilla de lo que estaba por llegar. El Ajax maduró en su liga local protagonizando inolvidables enfrentamientos ante el Feyenoord y terminó por consagrarse en Europa a base de puro fútbol. Porque las promesas de Michels y sus jóvenes discípulos iban más allá de la simple victoria; se trataba de hacerse dueños del balón durante los noventa minutos de juego.

En la final de 1969 al equipo le había faltado aplomo y habían chocado una y otra vez contra el muro defensivo italiano. Al mismo tiempo, habían sido incapaces de detener la fabricación creativa de Gianni Rivera y se habían visto machacados por culpa de los centros letales del portador de la magia italiana. Aquel Ajax de dos años antes era bisoño e inocente, ambicioso pero falto de experiencia en partidos de verdad y para pulir aquellos defectos, Michels viajó de nuevo a las galerías de fabricación de promesas del club y regresó de la mano de Ruud Krol y Gerry Mühren.

Ambos jugadores terminaron por aportarle al equipo la dosis de solvencia que necesitaba para dominar y cuajar los partidos desde el principio hasta el fin. Krol en tareas defensivas y Mühren ayudando en la labor del centro del campo, formaron un ala izquierda irrepetible que permitió a Keizer convertirse en uno de los mejores extremos del momento. Todas las piezas del puzzle estaban encajadas y tan solo faltaba recorrer el camino y triunfar como estaba previsto.

Tras humillar a sus rivales en la liga holandesa disputada entre 1969 y 1970, el Ajax obtuvo de nuevo el derecho a participar en la Copa de Europa de campeones. Su primer rival en la competición fue el Nendori Tirana, un débil equipo albanés que tuvo que sufrir la humillación en forma de goles, asfixia y dominio total. Pero ganar a aquel rival tan solo había sido considerado como una anécdota por lo que el nombre del Ajax aún no había comenzado a sonar con fuerza en las grandes ciudades del continente.

El rival en segunda ronda fue el Basilea. Un equipo suizo que integraba los valores futbolísticos de la vieja escuela europea; alegría con el balón y distribución mesurada. El Ajax simplemente lo barrió. Con un juego espectacular, los jugadores suizos anduvieron buscando la pelota durante los ciento ochenta minutos que duró la eliminatoria, pero todos los esfuerzos fueron vanos porque el Ajax se hizo dueño de su tesoro desde el minuto uno y controló los partidos y el marcador a su antojo. Pero tampoco era el Basilea un rival de campanillas por lo que aquella nueva victoria volvió a alejarse de la épica y tuvieron que esperar a su siguiente rival para hacerse acreedores de un nombre en el panorama futbolístico internacional.

Y el siguiente rival ya fue cosa seria. El bombo caprichoso quiso enfrentarles, tras un sorteo dispar, ante el Celtic de Glasgow escocés. El mismo equipo, aún dirigido por el maestro del banquillo Jock Stein, que había dado buena cuenta de las ideas conservadoras de Helenio Herrera en 1967 y el mismo equipo que en la última final tuvo que rendirse ante la evidencia de un fútbol que emergía desde el norte de Europa para imponer un nuevo estilo de juego y colectividad.

Igual que había hecho el Feyenoord el año anterior, el Celtic terminó por agotar sus fuerzas y sus recursos ante un fútbol que nunca se cansaba de pedir la pelota. El Ajax terminó tumbando al Celtic por insistencia y ambición y se plantó en semifinales del torneo por segunda vez en tres años consiguiendo, esta vez, sí, que toda Europa hablase de las cualidades de un equipo que jugaba al fútbol a mil por hora.

El penúltimo rival y último escollo de cara a alcanzar la final del torneo continental más prestigioso, iba a ser el Atlético de Madrid. El equipo de la capital española, siempre a la sombra de los éxitos y gloria del Real Madrid, intentaba madurar un embrión con una columna vertebral totalmente española y con un fútbol totalmente distinto al propuesto por el Ajax. Al Atlético le gustaba esperar, no perder la paciencia, robar en el centro del campo o más atrás si era menester, y salir endiablado en busca de un contragolpe letal. En su visita a Madrid, el Ajax se encontró con un equipo que no temió sus embestidas y no encontró el hueco donde meter el último pase de cara al gol. Sufrieron una derrota inesperada y todos se confabularon de cara a un partido de vuelta que pintaba más a venganza que a clasificación histórica.

En el partido de vuelta el Atlético se encontró con una afición entregada y con un equipo sediento de gloria. Tres a cero fue el resultado final y todos se pusieron de acuerdo a la hora de denominar al Ajax como el equipo que mejor jugaba al fútbol dentro del panorama internacional. Sus constantes apoyos, su dominio total de la pelota, su presión asfixiante y la facilidad con la que cada uno de sus miembros era capaz de tratar el balón, le convertía en el auténtico rival a batir dentro del panorama europeo.

En la final, Michels se encontró con el ídolo de su juventud. Puskas, que había sido un goleador implacable y un futbolista de los buenos de verdad, había abandonado el fútbol pocos años atrás para iniciar un peregrinaje por los banquillos europeos. Y en uno de sus primeros viajes llegó a Atenas y se quedó para vivir y para dirigir al Panathinaikos, uno de los equipos de la capital griega y donde impuso su magisterio y sus extraordinarias dotes de mando.

El Panathinaikos, que hasta entonces había sido una mera comparsa en el plano futbolístico europeo, alcanzó una histórica plaza en la final de la Copa de Europa de 1971 después de derrotar a auténticos equipazos como Everton, Borussia Monchengladbach y Estrella Roja de Belgrado y gracias, sobre todo, a los consejos tácticos y técnicos de quien un día se convirtió en el mejor goleador de todos los tiempos.

A Michels le iba a doler derrotar a la persona con quien tantas veces soñó de joven y tantas veces intentó imitar en vano desde su posición de delantero centro. Michels había sido un goleador consagrado pero con escaso acierto a la hora de invertir en fama mundial. Su nombre no había salido más allá de Holanda y en unos años en los que el fútbol y el triunfo eran propiedad privada de los equipos del sur, nadie se había preocupado de viajar a Holanda y buscar en la lista de jugadores referentes del país el nombre de un tal Rinus Michels.

Por todo ello y ahora más que nunca, a Michels le hacía especial ilusión conquistar el más preciado trofeo y convertirse en dueño de los triunfos que tanto soñó de niño y que nunca pudo alcanzar durante sus años como futbolista profesional. Y para Michels, ganar pasaba por ser más rápidos, más fuertes y más certeros y no había mejor demostración de rapidez, fuerza y ejecución que la de tener el balón en propiedad durante los noventa minutos del partido.

Puskas, que se vanagloriaba de ser uno de los supervivientes de la mejor escuela de fútbol que jamás había pisado un campo de fútbol, nunca pudo esperarse el azote físico al que sus jugadores fueron sometidos aquella noche. Para él, el fútbol consistía en jugar el balón de la manera más práctica posible y así, rodeado de los mejores jugadores que había dado el deporte del balompié, Puskas había creado dos escuelas legendarias; una en la Hungría letal de los primeros años cincuenta y otra en el Real Madrid invencible de los últimos años de la década. Y él, que creía haberlo visto todo dentro de un campo de fútbol, nunca se había imaginado que se podía jugar al fútbol con los defensores jugando en el centro del campo, los centrocampistas integrados en la línea de ataque y los delanteros jugando al escondite e intercambiando sus posiciones según lo exigiera la jugada.

Van Dijk primero y Haan después, sellaron un triunfo histórico y pusieron al Panathinaikos en el lado de los perdedores históricos. Aunque Panathinaikos, Puskas y Michels aparte, aquella noche, bajo una luna inglesa que iluminaba tenuemente la solemnidad del estadio de Wembley, será recordada por todos como la consagración de un fútbol que rompió con todas las tradiciones que se habían impuesto desde el principio de los tiempos; un fútbol sin sistema, sin ubicación y sin puestos definidos. Un fútbol de guerra. Todos atacan y todos defienden. Había nacido “El Fútbol Total”.

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