lunes, 9 de febrero de 2009

Jogo bonito

Cuando el fútbol pasó del blanco y negro al color, muchas leyendas quedaron descubiertas y el marketing se hizo dueño del espectáculo. De aquellas camisetas claras que mostraban los antiguos noticieros cubriendo el pecho de Garrincha y Pelé, la gente descubrió que lo que creía blanco era amarillo y que todo lo que habían contado los cronistas no distaba mucho de la realidad. En México 70, Brasil maravilló al mundo con un estilo poco frecuente en la vieja Europa, más acostumbrada a la agresividad latina o al frenesí británico; aquel equipo brasileño se gustó jugando con elaboración, improvisación y, sobre todo, mostrando infinidad detalles técnicos.

De aquel estilo nació un concepto y mientras Brasil perdió el resto de la década involucrado en debates absurdos, fue cuando perdió la esencia el momento en que trató de encontrar su origen; para los brasileños, más dados a la soberbia que al ridículo, cada fracaso era un mordisco en el orgullo. Por ello, cuando Coutinho abandonó el cargo de seleccionador tras el decepcionante tercer puesto del mundial de Argentina, la prensa y la afición giró su cabeza hacia un mismo lado. Si el concepto, Jogo Bonito, debía volver a convertirse en seña de identidad, solamente existía un hombre capaz de decirle al mundo que en Brasil, el fútbol era sinónimo de fantasía; su nombre, Telé Santana, su oficio, entrenador de éxito.

La esperanza depositada en él alcanzó un calibre de devoción; Santana, que aún no había ganado nada como seleccionador, no tardó en ser bautizado como “Fio da esperanza”, porque solamente en su trabajo residía el verdadero hilo de esperanza hacia el reencuentro con la victoria.

En sus conceptos solamente existía una prioridad; el balón. Para ganar, había que cuidarlo, acaparar su posesión y tratarlo con cordura. Como primera premisa, prescindió de los extremos. Él, que había hecho carrera como extremo derecho en diversos clubes de Brasil, intentó evolucionar al tiempo que se adaptaba a la modernización del juego. Para ello, pobló el centro del campo de organizadores y dejó que cada carril fuese ocupado por laterales de largo recorrido. El efecto conseguido fue hipnotizador; todo el mundo recuerda, con un hilo de nostalgia en el filo de la mirada, el mágico cuadrado central formado por Falcao, Zico, Sócrates y Cerezo y, de igual manera, resulta imposible olvidar las subidas fulgurantes, en busca de la línea de fondo, de Leandro y Júnior; dos atletas con pies de pluma y cintura de bailarín.

El abecé de su librillo técnico se resumía en sacrificio, riesgo y talento. Amante puro de la disciplina y el trabajo duro fuera de la cancha, tenía muy claros los conceptos a seguir dentro de la misma; “Cuando el contrario domina el balón, es incumbencia de todos mis jugadores. Cuando es Brasil quien tiene la pelota, la orden es atacar en masa, incluidos los defensas”. Durante muchos partidos, consiguió que su equipo jugase tal y como abogaban los dictados de su conciencia; Brasil llegó al mundial de España con una racha de trece victorias consecutivas, cifra que aumentó en cuatro más tras las asombrosas victorias ante la Unión Soviética, Escocia, Nueva Zelanda y Argentina. Pero todo se torció la tarde del cinco de julio de mil novecientos ochenta y dos, el mismo día en el que el sol barcelonés fue testigo de cómo Italia sorprendía al mundo derrotando al Brasil que nos había enamorado a todos. En el concepto de la sorpresa residió gran parte del fracaso achacado a Telé Santana, pero en el análisis y en la cordura, pocos fueron capaces de reconocer que había perdido con todo el honor ante un verdadero equipazo.

Fueron muchos los analistas que intentaron descubrir el génesis de aquella derrota. Pocos quisieron mirar al rival y reconocer trabajos bien hechos e impagables dosis de calidad azurri. Lo que sí tuvo Italia fue lo que no tuvo Brasil; lo que hizo Rossi fue lo que no supieron hacer Eder y Serginho. Santana, que había crecido viviendo y escuchando los goles de Ademir, Leónidas, Vavá y Amarildo, tuvo que aguantar, en primera persona, la peor época brasileña en producción de goleadores implacables. Condenado por la falta de gol, echó el resto en sus apuestas por la producción de fantasía de su centro del campo y, aunque la partida le salió perdedora, el paso del tiempo y la historia del fútbol dejaron el recuerdo de un equipo que no ganó el mundial pero que ganó el corazón y el cariño de millones de espectadores.

Es por ello que los niños de aquella generación nos hicimos de Brasil y que, cada vez que vemos el amarillo chillón contrastando en nuestros televisores con el inmaculado verde de cada estadio, no podemos evitar que el memorable recuerdo nos retuerza el alma y seamos capaces de ver a Sócrates donde vemos a Kaká o de ver a Zico donde vemos a Ronaldinho. Nunca un equipo hizo tanto obteniendo tan poco; pocas veces un entrenador fue capaz de marcharse con las manos tan vacías y el nombre tan idolatrado como Telé Santana.

Aunque su acta de defunción fue firmada en aquella tarde bajo el metacrilato desgastado del banquillo de Sarriá, a Santana le dieron una segunda oportunidad para firmar su fracaso. Tras el mundial de México, cuatro años después de su debacle española, muchos quisieron dar por terminada una carrera que había empezado casi veinte años antes, cuando al precursor del espectáculo le dieron ganas de triunfar, pitillo en mano y ojos entornados, en los distintos banquillos de los campos brasileños. Del hombre que había hecho campeón a Atlético Mineiro, Fluminense y Palmeiras entre otros, solamente quedaban retazos de un personaje. Un hombre que se había labrado a sí mismo y ahora se veía solo por vez primera, buscando en el horizonte un nuevo objetivo al que aferrarse, intentando encontrar, de nuevo, un compañero de viaje que le permitiese convertirse, una vez más, en inmortal.

Fue entonces cuando apareció Sao Paulo y le dio un proyecto. En sus tardes de inventiva, ideaba un conjunto perfecto capaz de asaltar el frente de la liga brasileña, pero el Sao Paulo de Telé Santana fue mucho más que un buen equipo brasileño. A los títulos logrados en Brasil, la afición, alborozada, pudo sumar los títulos de campeón americano logrados ante Newell’s y Universidad Católica y los títulos de campeón del mundo logrados ante el Barcelona de Cruyff y el Milan de Capello. Una muesca gloriosa en su revolver de entrenador y un mensaje de leyenda en el subconsciente de su orgullo; vosotros, sois los mediáticos, los estilosos y los ganadores de postín, pero hicisteis mal en perderme de vista.

Aquel Sao Paulo de Muller, Raí, Cafu, Palinha y su adorado Toninho Cerezo, hilvanaba fútbol de categoría, un juego de salón en el que todos se sentían importantes y en cuyos logros se observaba el halo de un grupo de amigos dispuestos a hacer historia. Pudo haber caído un título más, pero en la recién estrenada primavera de 1994 perdieron la final de la Libertadores ante el Vélez Sarsfield de un Bianchi que comenzaba a coronarse como nuevo rey midas del fútbol sudamericano.

En la agonía de un hombre quedan reflejados los ecos de la conciencia. Telé Santana murió hace un par de años, después de verse obligado a abandonar los banquillos por culpa de una diabetes que fue acabando con él poco a poco. Murió rodeado de su gente y recordando sus mejores y peores momentos. Los días en los que regañaba a sus jugadores por cometer una falta y no recuperar el balón con limpieza para conseguir una salida clara al contraataque. Los días en los que compararon la trayectoria de su mágico Brasil con la de la selección holandesa del setenta y cuatro y le bautizaron como el Rinus Michels sudamericano (los que pensaron haber castigado su fracaso con la comparación, nunca supieron la satisfacción que le produjo la misma). Los días en los que cayó apeado del sueño mundialista por no conformarse con un empate. El día en el que renovaron su contrato y se convirtió en el único seleccionador brasileño superviviente a la derrota en un mundial. Y, sobre todo, el día que le dijeron que aquel Brasil del ochenta y dos había sido el mejor de la historia. Para un tipo que se había criado escuchando historias de maracanazos y conquistas imposibles, formar parte de la historia futbolística de su país no era sólo un orgullo, sino un sueño, por fin, cumplido.

6 comentarios:

piterino dijo...

A mí lo que me da más pena es que Brasil ya haya perdido ese "papel" en el fútbol mundial de foco de alegría y diversión con una pelota.

Por cierto, muy buena (es repetirse, lo sé, pero peor sería ser injusto y no reconocerlo) la entrevista a Christian. No coincido en algunas de sus apreciaciones, pero demuestra querer de verdad a la Real. Espero que el derbi vasco vuelva a Primera.

Bocha dijo...

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Recuerdo la final del Sao Paulo contra el Barcelona en la copa Intercontinental y sobre todo esa jugada maravillosa de Rai recortando y pasandosela a Muller!! Que gol!

Hace poco me contó un amigo que conoció a Rai en Inglaterra y que era un persona realmente humilde. Uno de esos brasileños que no tuvo el reconocimiento que debería

Anónimo dijo...

Telé Santana devolvió a Brasil algo que nunca puede perder: su jogo bonito y su identidad.

El Brasil del Mundial '82 es más recorcado que otros equipos campeones. El fútbol no sólo se trata de ganar o perder, sino de llegar al corazón. Y aquel Brasil conquistó a muchos niños y adultos.

un abrazo.

Anónimo dijo...

Grandísimo equipo el Sao Paulo de Santana . daba gusto verlo jugar . HUbo un verano que se llevó los trofeos veraniegos en los que participó aquí en España , creo que fue en el 92 .

Un saludo

Anónimo dijo...

Reconozco que no leí el post hace un par de días porque era demasiado largo y me daba algo de pereza, pero lo acabo de hacer y es fantástico. Un gran relato.

Además, es un ejemplo que sirve para desmentir una de las frases más estúpidas que tiene el fútbol, esa que dice: "El fútbol sólo recuerda a los ganadores". Pues es una gran mentira. El Brasil del 82 es más recordado que muchas selecciones campeonas, lo mismo de la Holanda del 74 o el 78. El fútbol tiene mucha memoria para quienes juegan bien al fútbol, por suerte.

Un saludo a todos.