jueves, 20 de octubre de 2022

Ahora me ves

La Copa de la Liga fue un invento de José Luis Núñez en un intento desesperado por captar más ingresos y conseguir que el fútbol patrio se pareciese un poco al británico. Aquella idea no cuajó pero dejó cuatro ediciones que hoy son consideradas de lujo y que incluso permitió a un modesto como el Real Valladolid, estrenar su palmarés con una coma que reluce majestuosamente en su vitrina.

Una vez terminada la liga, todos los equipos de primera división, a lo largo del mes de junio, se enfrentaban en eliminatorias a doble partido hasta alcanzar la final que se jugaría en el mismo formato. En la primera edición, en 1983, la final soñada se jugó entre Real Madrid y Fútbol Club Barcelona. Como quiera que ambos ya se habían enfrentado en la final de la Copa del Rey tres semanas antes, aquel doble enfrentamiento tenía márchamos de revancha para los madridistas y ánimo de humillación para los culés.

El veintiséis de junio, en el Santiago Bernabéu, se vivió el momento más icónico del torneo y por el que valió la pena su corta duración cuando Maradona recibió la pelota en un contraataque conducido por el Lobo Carrasco. Lo que le quedaba por delante eran cincuenta metros y un portero, Agustín, que salió a tapar lo mejor que pudo. Pero entonces, el Diego, ya coronado como el tipo con más talento del planeta, ideó un truco de magia que dejó a los aficionados boquiabiertos y mantuvo al mundo expectante.

Porque, durante dos segundos, Maradona detuvo el tiempo. Fue el lapso que tardó, después de regatear al potero, entre abandonar lo fácil y entregarse a lo difícil. Porque los magos son así; ahora me ves, ahora no me ves. El truco de prestidigitation de Maradona se cobró a Juan José como víctima. Sandokan, comprobando como la pelota iba a terminar en gol sin remisión, se lanzó como un tigre malayo en busca de su presa, pero nunca llegó a entender cómo El Diez le escondió el balón. Pisadita, Juan José contra el poste y el Bernabéu aplaudiendo el gol de un jugador que no era de los suyos.

Y es que a los buenos magos, siempre hay que admirarlos.

Aquella Copa la ganó el Barça aunque, después de aquello, ya daba igual. El torneo apenas sobrevivió cuatro ediciones aunque, después de aquello, todo dio igual. Fue efímero, agotador y poco atractivo, pero gracias a él recurrimos al Diego cada vez que hay un clásico porque una calurosa tarde de junio, en el mayor escenario posible, ideó un truco de magia aún no igualado por nadie.

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