viernes, 12 de julio de 2019

La experiencia como valor

En todo campeonato de selecciones inferiores se juntan la bisoñez con el talento y la pretensión con la falta de rodaje. Es por eso que muchas veces, chicos que destacan con mucho ruido en campeonatos inferiores, terminan sorbidos por su propia expectativa y, sobre todo, por la realidad que le coloca ante hombres formados y tipos que se ganan el pan en cada lance. A medida que los niños crecen, sólo los que conocen su cuerpo y saben jugar con él a competir, son los que terminan asentándose en la élite como dueños de su propio destino.

En la categoría sub21, sin embargo, cuenta mucho más la experiencia que el talento improvisado, porque los niños se han visto obligados a crecer y, sobre todo, a tomar responsabilidades. En ese sentido, España acudía a Italia con la seguridad de partir como favorita, porque no sólo partía con un equipo talentoso sino que partía con un equipo más que experimentado.

Dejando a un lado la bisoñez de los defensores, las líneas de ataque y creación estaba formada por tipos con más de cien partidos en primera. Y eso sólo con veintidós años. Marc Roca es el eje bisagra sobre el que pivota el juego de contención, es el tipo que ayuda en los espacios, el que socorre a los laterales, el que oxigena al cerebro. Porque el cerebro, Fabián, es el tipo de futbolista excelso del que siempre hemos presumido. Aseado en el juego y firme en la conducción, entiende el fútbol como un juego de conceptos: no arriesgar en la salida y buscar siempre la mejor situación en el ataque. Allí enlzaba con Ceballos, otro artista de la escuela bética que tiene un manual de claqué en cada pie y un regusto por lo fino en la cabeza.

Dani Olmo es seda en tres cuartos y Fornals es decisión improvisada. Oyarzábal, que pone la guinda al pastel, es de la estirpe de los futbolistas que saben jugar al fútbol sin que la definición signifique perogrullo alguno. Conoce los lugares donde recibir y, sobre todo, conoce los lugares donde no molestar. Ataca el espacio con inteligencia y suele verse libre de contraindicaciones porque generalmente encuentra el desmarque correcto.

Todos ellos apoyados, desde fuera, por otros tipos de semejante calado e importancia trascendental. El ya veterano emigrante Aaron, el buscafortunas Mayoral o el futuro capitán del Valencia Carlos Soler, entre otros. No les hizo falta la presencia de Rodri o Asensio, quienes, obligados por sus clubes o instados por cuenta propia, prefirieron vacacionar antes que comprometerse. Dio igual, porque estuvieron los que quisieron y cumplieron los que debieron. Porque deber y querer es el mismo juego cuando el talento y la experiencia se conjugan en un mismo verbo: ganar. Jugaron como quisieron, ganaron como debieron.

El futuro ya está aquí

La velocidad, como arma arrojadiza ante el adversario, es un tormento estratégico que los entrenadores tratan de aplicar sobre sus rivales. Hay un punto de excitación en la velocidad que conduce hacia el vértigo y hay un punto de suicidio en el vértigo que conduce hacia el borde del abismo. Saber medirse es necesario, saber frenar es imprescindible.

En uno de los anuncios más magníficos de los años noventa, un Ronaldo de aspecto imponente y transición imparable, se presentaba con goma de neumático en los pies y repasaba sus mejores jugadas coronándose con una frase que se convirtió en inmortal: La potencia sin control no sirve de nada.

Desde entonces, han sido muchos los llamados herederos de Ronaldo, pero muy pocos los capaces de asombrar al mundo con potencia, control y gol. Y, sobre todo, con espectáculo. En todo este tiempo hemos visto a tipos muy capaces con la pelota pero ciegos ante la portería y tipos con muy buen remate pero muy poca condición para el desborde. Todos las grandes virtudes que un día adivinamos en el brasileño las reecontramos hoy en el fútbol de Kylian Mbappe.

Mbappe juega al fútbol más rápido que nadie pero, además, cuenta con la virtud de saber frenar mejor que nadie. Cuando domine la pausa, cuando reduzca los esfuerzos, cuando aprenda a vivir respirando el aire de los espacios, será el tipo más determinante del planeta. En una época en la que Messi y Cristiano siguen dominando el fútbol con puño de hierro, se adivinan pocos herederos para su trono. Neymar es samba en una cabeza desestructurada, Griezmann es sabiduría en una cabeza compleja y Hazard es vértigo en una cabeza voluble.

Pero Mpabbe es velocidad, regate y gol. Todo lo hace rápido y casi todo lo hace bien. Y le gusta ganar, y quiere ganar. Es esa potencia controlada que sirve de mucho para el Paris Saint Germain, el hombre llamado a liderar la próxima generación francesa y el chico con el que sueñan todos los grandes equipos del continente.