viernes, 8 de marzo de 2019

Un filtro de distinción

Las escalas de grises, como método de medición analítica, nunca existieron cuando está por medio el Real Madrid. Igual te venden por fascículos la vida y milagros de cualquiera de sus fichajes como te tiran a la basura a un futbolista por un mal momento sabiendo que, si ese mismo futbolista termina recuperando sus sensaciones, lo alabarán como si el protagonista de un cuento de hadas se tratase.

Todos los principios de temporada se presentan como una novela de ilusión vendida por fascículos. Los jugadores juegan, ríen, se divierten y son las personas más felices del planeta. Para no serlo, siendo futbolistas del mejor equipo del mundo y viviendo en el Disneyland del balompié. Cada entrenamiento es un gol de portada y cada paseo por el mundo es un motivo para aprender cultura e historia.

Ocurre que las ventas de humo duran lo que tardan en llegar los malos resultados. Primero fue Lopetegui, después fueron las ausencias y cuando se quisieron agarrar a Pintus como el timón guía de la remontada, se han dado de bruces con la realidad y buscan una nueva cabeza de turco; cuando el pueblo baja el pulgar y el presidente ve su cabeza pendiente de un hilo, la maniobra siempre es la misma: esparcir la basura y esperar a que los buitres lleguen en busca de carroña.

Siempre que un gigante cae a plomo, la caída es estrepitosa. La crisis del Madrid se ha llevado por delante muchas ideas y, sobre todo, ha dejado en pelotas a más de un rastrero de la información. Aquellos que viven de hacer el ridículo seguirán haciéndolo porque no les cabe un gramo más de vergüenza en el cuerpo y el resto, acostumbrados a vivir en la gesta, han de torcer el hocico y reconocer que quizá habían exagerado con el pronóstico y el monstruo no era tan fiero como lo pintaban.

En realidad, no debería pasar nada. El Madrid tiene mimbres y dinero para reconstruirse y los análisis no deberían ser tan catastrofistas porque, al fin y al cabo, todos los ciclos terminan muriendo. La derrota es un factor común en el deporte; demasiado común como para no temer sus consecuencias. El problema es que, cuando te acostumbras a ganar, crees que la sonrisa siempre vivirá perenne en el rostro. Nadie gana para siempre, nadie es Dios en el deporte porque sino el deporte no viviría de la emoción y respiraría por la pasión. Las grandes derrotas no matan a nadie, sólo sirven de filtro para distinguir a los tontos de los cuerdos. Y esta semana loca ha dejado a más de uno con cara de gilipollas.

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