lunes, 13 de septiembre de 2010

Cuando el sentimiento se convierte en eficacia

No hay nada que emocione más al aficionado que el sentimiento. No hay nada que satisfaga más al aficionado que la eficacia. En el primero encontramos el hilo de conexión entre nuestro corazón y nuestros sueños, en la segunda es donde hayamos la seguridad de nuestros pronósticos. Cuando el sentimiento y la eficacia alcanzan su valor más alto en la bolsa de valores cotizables del resultado, es cuando encontramos la realidad que tantas veces dibujamos y en la que tantas otras no encontrábamos el color exacto en la que darle forma.

En los momentos de crisis deportiva, que suelen ocurrir cuando el equipo pierde toda su identificación con el pasado, no existe mejor antídoto que mirar hacia adentro, analizar los defectos y buscar en casa el sentimiento que obligue al grupo a recuperar los valores. El importe real del sentimiento se mide en el compromiso, en la vergüenza ante el ridículo y en el deseo de ganar. Y es cuando se recupera la confianza, factor agregado a la victoria, cuando la eficacia pasa a ser objeto común en cada uno de los partidos disputados.

No hace ni un año cuando todos (y yo el primero) auguraban un final de temporada en los infiernos para el Atlético de Madrid. El equipo no jugaba, no ganaba y, lo que es peor, no transmitía. Abel fue lanzado al coso de los leones y se contrató a un Quique al que le costó bastante encontrar la tecla que debía hacer funcionar al equipo. Como al equipo le sobraba calidad y se le desparramaban las dudas, terminó buscando el sentimiento en el lugar donde se cuecen todos los sueños de un niño pequeño, las categorías inferiores.

De Gea asumió el rol de portero titular sin titubear un solo momento. Resultaba admirable comprobar como un chaval de dieciocho años y una delgadez extrema, era capaz de enfrentarse a cada balón aéreo con la frialdad de quien sabe ejecutar el oficio a la perfección. De repente, el runrún que había recorrido la grada durante varios meses, se convirtió en suspiro de alivio y el suspirio de alivio terminó convirtiéndose en aplauso. El chaval, aparte de serenar a una defensa que no conseguía taponar sus escapes de agua, se metió al vestuario en el bolsillo y comenzó a forjar una temporada que le convirtió en héroe y en un futuro capitán.

Domínguez, por su parte, asumió el rol de jefe de la línea defensiva después de haberse visto señalado con el dedo acusador. Durante la temporada anterior, Aguirre le había dado y quitado galones con la misma indiferencia que un mal maestro suspende al alumno brillante pero que da la nota en clase. Como nadie había querido concluir que nadie nace enseñado, que la inexperiencia suele provocar más dudas que aciertos y que el futbolista de élite se fabrica jugando, el mexicano primero y Abel después le condenaron a un ostracismo que no había merecido. Cuando llegó Quique la defensa del Atleti era un desastre histórico, desde que juega Domínguez la línea defensiva del equipo es una franja demasiado dura de pelar.

No hacía mucho se hablaba del Atleti en términos burlescos. En la mayoría de las ocasiones era porque su juego no había dado lugar a las alabanzas. Ahora la gente se lo toma en serio, incluso se apuntan a la barbaridad de situarlo como candidato a un título de liga que aún le queda un poco grande. La realidad es que el equipo ha cambiado por completo, la realidad es que el equipo ha recuperado el sentimiento y la realidad es que el equipo ha encontrado la eficacia.

La realidad, y no la casualidad, es que dos chicos que saben lo que es este escudo le han enseñado al resto qué significa querer ganar. Y cuando se quiere, se puede.

1 comentario:

FERNANDO SANCHEZ POSTIGO dijo...

la cantera es básica en un club como ha demostrado, por ejemplo, el F.C. Barcelona. un abrazo.