lunes, 10 de agosto de 2020

Favor inesperado

Unión Deportiva Las Palmas, Racing de Ferrol y Orense fueron, por este orden, los tres primeros
clasificados del Grupo Uno de la Primera División B en la temporada 1995/96. Ante ellos, el Atlético de Madrid B jugó un total de seis partidos no siendo capaz de ganar ninguno de ellos, con cuatro derrotas y dos empates en casa ante Racing y Orense. Aún así, el filial del Atleti llegó a la última jornada de liga con opciones, algo ínfimas, de meterse en el playoff de ascenso. Dos puntos le separaban del Fabril Deportivo, filial del Deportivo de La Coruña, necesitando que estos perdieran y ellos poder ganar para, con empate a puntos, al menos poder acudir al goalaverage general y poder situarse en la cuarta posición para así, poder disputar el deseado playoff.

Antes de esa última jornada, la diferencia de goles era de más quince para el Atlético B y de más catorce para Deportivo B, puesto que sus dos enfrentamientos directos habían terminado con empate a cero, no le cabía otra esperanza al Atlético que esperar la derrota del Fabril para poder aspirar a la cuarta plaza. El problema del Atlético, en aquel caso, es que se enfrentaba al Talavera, un buen equipo que iba sexto y había completado una decente temporada. El Fabril había sido mucho más regular durante todo el campeonato, pero durante el último cuarto se dejó varios empates que fueron mermando su ventaja hasta situarle al borde del abismo. No obstante, dependía de sí mismo y se enfrentaba al noveno clasificado, nada menos que el Real Madrid C, gran enemigo del Atlético y al que no querría ver una categoría por delante con la humillación que supondría para los rojiblancos, volver a enfrentarse al segundo final del Madrid, mientras el Castilla se paseaba en Segunda División con un más que honroso cuarto puesto.

Jugaban en aquel Real Madrid C, entrenado por Paco Grande (quien fue segundo de Del Bosque en el mundial de 2010) tipos como Valcarce (quien llegaría a ser uno de los hombres más importantes de la historia del Málaga), Rivera (quien dio cátedra con la camiseta del Betis), Javi Guerrero (un delantero rápido que despuntó en el Racing de Santander) o Meca (quien formó parte de la plantilla del Real Madrid que ganó la octava Copa de Europa). En el Atlético B, entrenado por Santiago Martín Prado (un ilustre de los banquillos del fútbol regional madrileño) destacaban Cordón, Fede Bahón, Gustavo De la Parra y Míchel. No eran grandes nombres pero se habían convertido en hombres capaces de pelear cada metro cuadrado de hierba.

Al Fabril Deportivo lo entrenaba Carlos Ballesta, más tarde entrenador del Compostela en Segunda, y tenía que como estrella a Emilio Viqueira, un jugador finísimo que terminaría siendo ídolo en Jerez y en Huelva. Le acompañaban, además, tres tipos que llegarona  jugar en el primer equipo y tuvieron una carrera medio decente entre Segunda y Segunda B; Aira, Braulio y Maikel. Habían jugado en la Ciudad Deportiva del Real Madrid un frío día de Reyes, empatando a cero y esperaban no tener demasiados problemas para sacar, al menos, un empate, ya que llevaban doce partidos sin conocer la derrota. Por ello, cuando el Real Madrid C se puso cero a dos, las caras fueron más de incredulidad que de sorpresa. El delantero Irurzun y el excelso Rivera, pusieron por delante al filial madridista que fue viendo como el Fabril era incapaz de crearles peligro y fueron aguantando el resultado hasta el minuto noventa.

Por eso, cuando Braulio anotó el uno a dos en el minuto noventa y uno, los jugadores del Atlético, que había ganado su partido por dos goles a uno, pasaron de la euforia al más puro nerviosismo, en espera del resultado final en La Coruña. Daba la circunstancia de que el Atlético había ganado ambos derbis ante el segundo filial madridista, dos a uno en la ida, con gol de Roa en el minuto noventa y uno a dos en la vuelta con goles de Cenzano y Marín, en partido arbitrado por Muñiz Fernández, quien más tarde sería árbitro engominado que pasó varias temporadas dirigiendo en Primera División. Por ello, no se esperaba gran cosa del Madrid C durante aquella tarde del diecinueve de mayo, un día después de que el Atlético de Madrid, líder de primera, hubiese salvado los muebles en Tenerife con un empate en el último minuto que le ponía la liga de cara, pero cuando el árbitro pitó el final del partido, todos y cada uno de los jugadores del filial Atlético murieron por dar las gracias a los jugadores del máximo rival por aquel favor tan inesperado.

Los rivales del Atlético de Madrid en el playoff por el ascenso fueron Jaén, líder del grupo cuatro, quizá el más duro de la competición, Osasuna B y Figueres. Pesa a haber quedado cuarto y con agonía, el filial atlético lo despachó rápido. Ganó al Jaén los dos partidos, sólo perdió ante Osasuna B en Tajonar y resolvió el ascenso con una victoria ante el Figueres en la penúltima jornada. Quien lo hubiera previsto hubiese sido tildado de loco. Para hacerse una idea de la fortaleza de aquel Grupo Uno de la Segunda Divisón B, basta decir que tres de los cuatro primeros consiguieron el ascenso y tan sólo el Racing de Ferrol se quedó con las ganas tras quedar último en su grupo de playoff. 

En su primer año tras el ascenso, el Atlético fue decimosegundo en Segunda División. Una posición más que decente para un equipo diseñado para conseguir la permanencia. Fiel al estilo Gil, el equipo tuvo tres entrenadores empezando por Pradito, siguiendo con Diarte y terminando con Willy. Aquel año, la estrella del equipo era Veljko Paunovic, un serbio con una buena pierna derecha que asomaba con mucha frecuencia por el primer equipo. Allí jugaban, además, Yiri Rosicky (primo de quien fuese estrella de Arsenal y Borussia Dortmund), Yordi, Ezquerro, Fortune o Pipo Baraja, en quien terminaremos centrándonos.

La temporada siguiente, con Carlos Sánchez Aguiar en el banquillo, se mejoró terminando en novena posición. El jugador más mediático aquel año fue el portero Ricardo a quien acompañaban Tomic, Baraja, Fortune, Pablo Lago, Tevenet o el uruguayo Pablo García. Lo que parecía imposible de lograr se hizo la temporada siguiente cuando, con Fernando Zambrano en el banquillo y un once con Sequeiros, Tenevet, Pepe Domingo, Cubillo, Luque y Lawal, el equipo quedó en segunda posición. Aquel fue el año de Rubén Baraja. Jugó tan bien que no tardó en formar parte del primer equipo con quien tendría dorsal y titularidad durante la temporada 1999-2000.

Lo ocurrió aquella temporada en el Atlético fue lo más cercano al desastre que había tenido en su historia. El equipo empezó mal, intentó enderezar el rumbo y cuando se acercaron las Navidades, una intervención judicial expropió el club a sus propietarios y los jugadores dejaron de sentir la camiseta cuando dejaron de sentir el dinero. El Atleti se fue al infierno y con ello, su filial que había obtenido la permanencia, fue condenado a una Segunda División B de la que aún no ha salido. Baraja, que con el ascenso del filial gracias a aquel favor inesperado del Madrid C, había sido fichado como una promesa del filial del Valladolid, fue fichado por el Valencia donde, de repente, se destapó como un futbolista descomunal.

Durante diez temporadas formó parte del mejor Valencia de la historia, convirtiéndose, de paso, en uno de sus mejores centrocampistas. En la liga ganada en 2002 le hizo dos goles al Espanyol en la penúltima jornada cuando parecía que el partido y la liga se iban al traste. Dos años más tarde, marcó dos goles en Sevilla, uno en el Villamarín y otro en el Pizjuán, en las últimas cuatro jornadas, que ayudaron a un alirón que se completó con una remontada histórica al Madrid de los galácticos. Un Madrid donde primaban los Zidanes y los Pavones, pero en el que apenas llegó a despuntar ninguno de los Pavones que aquella tarde de mayo dieron la campanada en La Coruña y permitieron que el filial de su máximo rival ascendiese a Segunda durante la misma temporada que el Atlético de Madrid celebraba su histórico doblete. Y es que las cosas, cuando se dan, terminan siendo generalmente decisivas.