jueves, 13 de enero de 2011

El grupo salvaje

En las taquillas del vestuario había pistolas, machetes, navajas y hasta escopetas recortadas. Había que buscar muy al fondo para encontrar un par de botas, una espinillera o un frasco de lilimento. A menudo, Tommasso Maestrelli, el entrenador de aquella Lazio de los años setenta, llamaba a un aparte a Chinaglia y otras veces lo hacía con Martini. Nunca juntos, ni mucho menos revueltos. A ambos les decía lo que querían oir; "tú eres el mejor, chico", "tú eres el auténtico alma de este equipo", y ambos regresaban contentos y satisfechos al campo de entrenamiento, con la cabeza alta, con el ego hinchado. Chinaglia era el goleador y en la temporada que terminaron campeones se convirtió en cappocanioneri. Hoy vive en Estados Unidos y una orden de arresto pesa sobre sus espaldas. Martini se dedicaba a otras cosas, tenía más cabeza y sabía manejar mejor sus arrebatos. Hoy vive en Italia y se dedica activamente a la política.

De aquel equipo campeón del 74, Enric González escribió que "ha sido la única banda armada que ha ganado un scudetto". La definición no podría ser menos acertada. A menudo, después de los partidos, podía ser habitual ver a Giorgio Chinaglia sacando brillo a su querida Mágnum del cuarenta y cuatro. Junto a él, los siempre fieles compañeros de su clan, prestos a reir cada una de sus ocurrencias. Aquel equipo, dividido en dos, se convertía en una piña cada vez que saltaban al terreno de juego; aquel año, solamente perdieron cinco partidos y ganaron casi todo lo demás con un fútbol agresivo, vistoso y atrevido.

Uno de los clanes era el dirigido por Chinaglia y el otro estaba encabezado por Martini. Cada vez que el árbitro señalaba el final de los partidos regresaban a la enemistad, a las normas mafiosas y a las exigencias. Si no se cumplían, era fácil verse con una botella rota junto al cuello y una amenaza de muerte sobre la conciencia. Por ello, cada entrenamiento del equipo se convertía en una batalla campal donde se ponía en juego el orgullo. Podían estar jugando durante horas siempre y cuando ninguno de los dos equipos dijera "hasta aquí hemos llegado", algo que no ocurría casi nunca. Bajo la sombra de sus capos, dos tipos, el portero Pulici y el defensa Wilson, crecieron en aquel vestuario como cabezas pensantes y tipos de provecho. Ambos cursaron la carrera de derecho cuando dejaron el fútbol y ambos ejercieron la abogacía hasta que algún escándalo les colocó un tachón en sus respectivos expedientes.

Aparte de los dos líderes y los dos universitarios, el grupo tenía a su particular pareja de bromistas. Ellos eran Re Cecconi y Ghedin, auténticos motores del grupo tanto fuera como dentro del terreno de juego, especialmente Re Cecconi, dotado de un especial talento para jugar al fútbol y que, desde el centro del campo, era el auténtico fabricante de sueños de un equipo que, tras los partidos, gustaban de celebrar las victorias probando la calibración de sus armas de fuego. No en vano, gustaban de practicar el tiro al blanco contra farolas o cristales desde las ventanas de sus habitaciones de hotel.

No hubo día para mayor festejo que aquel doce de mayo de 1974. Con el sol presidiendo el cielo de Roma, la Lazio le ganó por un gol a cero al Foggia y se proclamó campeón de la liga italiana por primera vez en su historia. El tanto, anotado por Chinaglia, le dio al delantero su mayor gloria y una fama inusitada que aprovechó para hacer caja y marcharse al Cosmos de Nueva York donde cruzaría sus egos con leyendas del fútbol como Pelé o Beckenbauer.

La marcha de Chinaglia, conocido como Long John por sus compañeros, dejó huérfano a un vestuario que, poco a poco, se fue descomponiendo hasta convertirse en una batalla de egos que terminó por estallar de la peor manera. Aquel grupo, lleno de tipos corruptos y violentos, fue retratado por el periodista Guy Chiappaverti en el libro "Balones y pistolas", donde dijo de ellos que se trataba de "un grupo de locos, salvajes y sentimentales, simpatizantes fascistas, pistoleros y paracaidistas, jugadores de azar y bailarines de club nocturno, con dos vestuarios; quien entraba en la habitación errónea corría el riesgo de encontrarse con la amenaza de una botella rota bajo el cuello”.

Aquella banda de delincuentes, fanáticos, pendencieros y ex combatientes, encabezados por Giorgio Chinaglia, pasó a la historia con el sobrenombre de "El grupo salvaje", y firmó su acta de defunción en un partido frente al Ipswich Town inglés en el que, tras caer goleados, la emprendieron a golpes contra rivales y árbitro para ser duramente sancionados por la Uefa y más duramente reprendidos aún por la opinión pública.

La tragedia alcanzó a aquel grupo de fascistas irredentos el día dieciocho de enero de 1977. Acompañado de su inseparable Ghedin, el "ángel rubio" Luciano Re Cecconi, se propuso gastar una broma a un viejo amigo suyo que regentaba una joyería en el centro de Roma. Ambos, disfrazados de atracadores y portando una pistola de juguete, entraron al establecimiento a voz en grito y simulando un atraco con el fin de asustar al joyero. Pero éste, alertado por los acontecimientos y hastiado por los atracos anteriores, sacó una pistola de verdad que escondía bajo el mostrador y desquebrajó dos tiros, a bocajarro, sobre el cuerpo de un Re Cecconi que se desplomó al suelo mientras exhalaba su último suspiro. La broma macarra se había tornado en tragedia, toda la afición de la Lazio lloró la muerte de su mejor futbolista e Italia entera se conmocionó con un hecho que terminó por poner un sello definitivo a aquel equipo de futbolistas sin arraigo social.

Un año antes, y en plena temporada, había fallecido Tommaso Maestrelli, el padre deportivo de aquel grupo de matones. Tras haber esquivado el quirófano en alguna otra ocasión y obsesionado por no abandonar a su suerte a sus chicos, un cáncer de estómago terminó por retirarlo del fútbol primero y de la vida después. Aquel hecho, unido a la marcha de Chinaglia, terminó por descomponer a aquel equipo inolvidable. Quince años después, y aún con el recuerdo en carne viva, el mediocentro de aquella Lazio, Mario Frustalupi, se dejaba la vida en una curva traicionera a la edad de cuarenta y ocho años.

Tras la muerte de Maestrelli, el equipo que había vivido en una contínua guerra civil, dejó de jugar al fútbol y de enamorar a su afición. Llegaron años grises, en los que la gente solamente se pudo agarrar a los destellos del recién llegado Bruno Giordano (el mismo que años más tarde formaría una dupla inolvidable junto a Maradona en Nápoles) y a la magia apagada del fantasista Vincenzo D'Amico. Ambos terminaron por buscar un retiro más apacible y aquel grito de guerra; "Irriducibili", se fue apagando poco a poco en el vestuario hasta convertirse en el eco añorante de un grupo de ultras que fueron copando el fondo del Estadio Olímpico con el fin de hacer su particular homenaje a aquel equipo de descerebrados haciendo uso de la amenaza, la violencia y la extorsión.

Ellos fueron los que estuvieron detrás de las amenazas a la esposa de Claudio Lotito, presidente de la Lazio en el año 2006, y con las cuales incitaban al dirigente a vender el club a un supuesto grupo inversor húngaro que había puesto mucho interés en la compra del equipo. Lo que la policía terminó descubriendo es que tras aquel grupo fantasma, se encontraba Giorgio Chinaglia, quien se había inventado una oferta para hacerse con el control del club e intentar hacer sus macabros negocios como presidente en un lugar donde sigue siendo un ídolo casi mitificado.

Aparte de aquel número nueve tosco y de malas intenciones, la Lazio contó con su particular antagonista. Se trataba del número tres, Gigi Martini. Un tipo que, en el campo utilizaba los tacos y la fuerza para convertir el carril izquierdo en un campo de minas y que, fuera de él, convirtió en discurso permanente su ideología fascista hasta que, una vez abandonada la práctica del deporte, fue captado por la vida política alcanzando su lugar en un escaño del parlamento italiano como miembro de la Alianza Nacional, un partido de extrema derecha de cuya excisión nació el "Pueblo de la Libertad", liderado por Silvio Berlusconi.

Nadie, ya sea por lo bueno y, sobre todo por lo malo, podrá olvidarse jamás de aquellas dos bandas lideradas por Chinaglia y Martini, de aquella alineación formada por Pulici, Petrelli, Martini, Wilson, Oddi, Manini, Garlaschelli, Re Cecconi, Chinaglia, Frustaluppi y D'Amico, de aquel partido ante el Foggia y de aquella primavera de 1974. Aquel día de mayo, el primer grupo armado de la historia del calcio se proclamó campeón del Scudetto.

1 comentario:

Alejandro Alonso dijo...

Increible historia.¡Que buen post!¡Que buen blog!Te sigo!!