jueves, 6 de junio de 2019

Memoria emocional

Los coqueteos del Atleti con la élite del fútbol son un intento fallido tras otro. Cuando parece que sí, que está en disposición de dar el salto, cuando parece que al equipo lo reconocen por donde pisa, una vez más, y van muchas, se ve obligado a vender a su máxima estrella porque, no nos confundamos, una cosa es la élite y otra cosa son los méritos.

Los méritos de Simeone son de un asombro tan plausible, que basta con mirar hacia atrás para descubrir el legado de lo que ha conseguido. Ya no basta con deterse en lo supérfluo sino que hace falta mirar mucho más atrás para considerar el trabajo del entrenador argentino como de una obra milagrosa, atendiendo a la dificultad de la afrenta así como a la compostura del club. Hace ocho años el Atleti no es que apenas ganase, es que no sabía competir.

A pesar de todo, a pesar del trabajo, del mérito, del esfuerzo, de la consagración, el Atleti sigue sin poder retener a su máxima estrella porque presupuestariamente está por debajo de sus máximos rivales y deportivamente vive a la sombra de dos transatlánticos que raramente se hunden al mismo tiempo. Por ello, quienes vienen aquí para ganar y ven que no pueden, suelen marcharse por la puerta de atrás en busca de gloria antes que memoria.

Porque la memoria es la única copa que sigue levantando el tiempo. Griezmann mirará atrás y no encontrará una despedida como la que tuvieron Gabi, Godin o Juanfran, tipos que ayudaron a construir el armazón de acero y que no se bajaron del barco porque entendían el viaje como un trabajo de equipo. Remar, remar, remar. Y el que no quiera que se lance al agua. Allí nada Griezmann, camino a su gloria personal y sin un pedazo de papel en el bolsillo que le asegure un lugar en la memoria emocional.

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