jueves, 5 de agosto de 2021

Reconstrucción

Cuando se cae el castillo de naipes y las piezas quedan esparcidas por el suelo, no queda más remedio que tomar dos caminos en nuestro viaje hacia el futuro; o bien nos agachamos para recoger, montar y volver a empezar o bien lo damos todo por perdido y salimos corriendo olvidando que alguna vez fuimos capaces de montar la figura más atractiva de la exposición.

Sucede que existe una máxima cuando has llegado a ser el mejor del mundo; de alguna manera u otra estás obligado a repetir. Porque la exigencia se bifurca en dos direcciones que confluyen en una única parada final, y no es otra que la cima de la pirámide. Por un lado están los tuyos, quienes con la memoria latente y el orgullo intacto, siguen reclamando su porción de éxito partido tras partido. Y por otro lado está uno mismo, pintando la autoexigencia de promesa y la promesa de carácter. Y si algo no le faltó a Italia jamás, fue carácter.

Podemos estar de acuerdo en que esta no es la mejor selección italiana que hemos visto, sin embargo, sobrevive en ella esa suerte de competitividad extrema que la situó en lo más alto del escalafón durante demasiados años como para no dejar de sorprenderse cuando le dijeron adiós al último mundial sin haberse siquiera clasificado. Porque resurgir, como ave fénix, de aquellas cenizas, no sólo tenía un trabajo futbolístico, sino que requería de un trabajo de concienciación destinado a la fe y, sobre todo, a la convicción.

El milagro de Italia reside en su mutación, pero reside, sobre todo, en su reconstrucción. Hace poco más de tres años, quedaban apeados del mundial de Rusia y se veían obligados a ver el campeonato desde el sofá. La noticia, siendo una tetracampeona, sonaba a sorpresa y, sobre todo, a incredulidad. Tocaba volver a construir el casillo, recoger los naipes y hacer creer al mundo y, sobre todo, a los propios futbolistas, de que iban a ser capaces de regresar a lo más alto. Trabajo, fe y constancia. Realmente no quedaba otra.

Suele ocurrir que cuando un campeonato doméstico se devalúa, la selección nacional sale ganando. De aquel Calcio impensable de abordar en Europa, la crisis nos trajo este Scudetto light en el que los equipos son más débiles pero en el que curiosamente, se juega mejor al fútbol. De este caladero de necesidad, surgieron tipos como Spinazzola, Berardi o Chiesa, o tipos como Jorginho, fichado con su perfil bajo y convertido por derecho propio en el amo y señor del centro del campo mundial ganando Champions y Eurocopa en el transcurso de un mes. Gracias a la reconstrucción y a la modernización del juego, Italia ha podido encontrar de nuevo su momento. Se convirtió, desde el primer día, en la selección que todos querían ver, supo esperar su momento ante Austria, canalizó su ansiedad ante Bélgica, supo sufrir ante España y controló a Inglaterra cuando todo un país tifaba en su contra.

Suerte, tensión, aplomo y talento. Poco más necesitan los campeones. Poco más ha necesitado Italia para convertirse en el merecido ganador de una Eurocopa que no ganaba desde el año sesenta y cuatro y para hacer las paces de una vez con el fútbol. Por primera vez en su historia dejó de ser Maquiavelo y se centró en los medios para conseguir el fin. La victoria justificó la espera.

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