lunes, 11 de junio de 2018

El año de gracia

Todo el mundo, en algún momento de su vida, encuentra esa sensación que le convierte en invulnerable. Todos, más allá de nuestros minutos de fama, encontramos nuestros minutos de gloria, porque a todos nos alcanza la madurez y a todos nos gusta rediminirnos frente al tiempo. Cuando estamos en la cúspide, no nos preocupamos en mirar hacia abajo porque no nos paramos a pensar que quizá aquel sea, para nuestra desdicha, nuestro particular canto del cisne.

El Wolfsburgo tuvo su año de gracia en 2009. Aquella temporada, más allá de los astros y la suerte, el fútbol fue su gran aliado. Fue el año del descubrimiento de Edin Dzeko y, sobre todo, el año en el que un brasileño de complexión fuerte y cintura de bailarín se hizo un hueco en la élite mundial. Grafite, como el tipo que conduce su fortuna, se aupó hacia la cima y no se propuso mirar abajo. Goleó tanto que le convirtieron en ídolo. Posteriormente frenó tan en seco que fuimos muchos los que llegamos a preguntarnos si aquello había sido un espejismo.

Su año cero fue tan colosal que se coló en el imaginario colectivo, que se hizo amo de las pretensiones del mundo. Desapareció; nos quedó Barzagli como capitán de nave y los bosnios Misimovic y Dzeko como patentes del arte, pero el recuerdo, ese pincel que siempre moja en la paleta del anhelo, quedará siempre impregnado de los goles de Grafite el año que pretendió ser el mejor delantero del mundo.

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