jueves, 8 de abril de 2021

Imparable

La evolución de los jugadores se presenta en varias etapas donde la concreción juega un papel importante y la paciencia, más que nada, juega un papel relevante. Uno empieza siendo promesa, continúa siendo un jugador a tener en cuenta, más tarde es un tipo importante y, cuando ha alcanzado la cúspide de su rendimiento, se convierte directamente en indispensable. Porque no hay más razón que el talento y no hay más condición que el físico privilegiado, para saberse dueño de una élite y saber aprovechar el momento comiéndote el mundo a zarpazos.

Es fácil comprobar cuando un jugador está en el mejor momento de su vida. Es fácil adivinar ese brillo en sus ojos, ese hambre en su rictus, esa sonrisa de disfrute en cada definición, ese grito de rabia en cada celebración. Cuando un tipo está en su cúspide pueden ocurrir dos cosas: que se trate de un jugador sencillo y se le alabe el esfuerzo o que se trate de un jugador capital y termine las jornadas subido en el altar de los venerados.

Romelu Lukaku asomó la cabeza por vez primera en el fútbol profesional cuando apenas tenía dieciséis años. La primera vez que nos fijamos en él fue el día que el Athletic se enfrentó al Anderlecht en eliminatoria de dieciseisavos de final de la Europa League. Entonces tenía diecisiete y tardó cuatro minutos en anotar un gol. Los expertos en el análisis de jóvenes promesas nos anticipaban un futbolistas rápido, voraz y con un buen juego de espaldas. Lo que vimos aquel día fue a un niño gigante y flacucho que intentaba imponer su potencia ante los curtidos San José y Amorebieta.

Su viaje a la Premier fue tan esperado como precipitado. Apenas tenía veinte años y se veía obligado a competir con el mismísimo Didier Drogba como delantero del Chelsea. Vistas las hechuras y comprobadas las costuras, el chico fue cedido dos veces, una al West Bromwich y otra al Everton, pero entre las idas, las venidas y las nostalgias, el chico no llegó a cuajar como blue. Por ello fichó por el United y, a pesar de mejorar su rendimiento, se encontró en un equipo de entreguerras que no sabía si ir o venir, y mientras todos buscaban su lugar, Antonio Conte fichó por el Inter y su primera petición fue el delantero belga que el United había puesto en el mercado. Lo que nadie sabía entonces es que lo mejor estaba por venir.

Lukaku ataca los espacios con la verocidad de la pantera, se lleva por delante a los defensores como una manada de bisontes y se impone por arriba como un águila imperial. Chuta con el alma, rompiendo la pelota y ganándose a sí mismo en un duelo constante por ser cada día mejor. En Milan ha encontrado su hábitat; un equpo que juega a mil por hora y un entrenador que cree ciegamente en sus facultades. No en vano, el equipo, como una moto, va directo a conquistar su decimonovena liga y, sobre todo, a cortar de raiz la racha de la Juventus más ganadora de la historia del Calcio. Y todo ello subido a lomos del tipo que, un domingo tras otro, abre la lata y machaca a todos sus rivales.


No hay comentarios: