lunes, 6 de octubre de 2008

El triunfo de la nueva escuela

Cuando el Ajax irrumpió como un disparo por sorpresa en el panorama futbolístico europeo, todos los que soñaban una revolución comenzaron a entrever una puerta abierta hacia la esperanza. En Holanda se estaba gestando un nuevo estilo y de aquel fútbol innovador que ideó el Ajax se aprovechó su máximo rival, el Feyenoord, para imponerse en el plano europeo por la vía de lo inesperado.

Ernst Happel, austriaco de nacimiento y entrenador de fútbol de profesión, había mamado los estilos de la vieja Europa e, igual que cuando era joven y soñaba con un fútbol perfecto, implantaba en sus equipos un sistema de juego libre e incorporaciones por sorpresa. Happel se había criado escuchando las épicas jugadas de Matías Sindelar, el amo y señor del fútbol austriaco y europeo antes de que a Hitler se le metiese en la cabeza la degenerada idea de conquistar el mundo. Más tarde aprendió todo sobre el juego de la gran Hungría y de estas escuelas de la Europa central ideó un modo sobrio, alegre y certero de jugar al fútbol. Y fue ese mismo estilo el que llevó al Feyenoord a conquistar la Copa de Europa de 1970.

Happel se diferenciaba de su rival Michels en el intenso interés por el centro del campo. Si para Michels, lo fundamental era robar el balón lo más adelante posible y facilitar así las combinaciones entre los delanteros, para Happel el fútbol podría gestarse desde cualquier lugar del terreno si existían centrocampistas capaces de darle al equipo la claridad que cada jugada solicitaba. Y para ejecutar su fútbol preferido, Happel llegó a Rótterdam para darle a Peter Van Hanegem la batuta del equipo.

Van Hanegem, dueño y señor de cada uno de los propósitos y delirios rojiblancos de la ciudad de Rotterdam, era un incansable futbolista con una exquisita precisión en su pierna izquierda y una cabeza privilegiada para la distribución y la organización del juego. A simple vista, Van Hanegem podía tratarse de un centrocampista más de los muchos que el fútbol le había aportado al mundo del arte desde su invención, pero aparte de su toque preciso y su aportación vital, era capaz de destacar por encima de todos demostrando que para jugar bien al fútbol no hacía falta correr más que los demás.

Van Hanegem no era rápido, ni excesivamente fuerte. Su físico, más por inercia que por proporción, tendía a la incertidumbre, pero en su mente vivía el prodigio de un jugador inteligente y más capacitado que los demás. Por primera vez desde que el fútbol se había hecho dueño de la pasión del mundo, la zona ancha estaba siendo dominada por un jugador de corta y pesada zancada. En un lugar donde los guerreros habían hecho escuela desde los primeros principios, Van Hanegem había llegado para demostrarle al mundo que para jugar al fútbol en el centro de la cancha resultaba más fundamental ser rápido con el pensamiento antes que con las piernas.

De esta manera, Happel y Van Hanegem formaron una sociedad perfecta que nunca antes se había visto en Rotterdam. Happel proponía y Van Hanegem disponía, Happel deseaba y Van Hanegem ejecutaba, Happel ordenaba y Van Hanegem organizaba las jugadas como si el campo de fútbol fuese un tablero de ajedrez. Con este fútbol, tan acorde con lo que algunos habían profetizado como la revolución pendiente, el Feyenoord se había atrevido a hacerle cara en Holanda al innegable fútbol agresivo del Ajax de Ámsterdam.

En Holanda, los Ajax – Feyenoord se estaban convirtiendo en un clásico que paralizaba el país y que enfrentaba los valores de dos estilos tan iguales en forma como distintos en ejecución, en los que, por encima de todo, primaban el fútbol y el balón como señas de identidad fundamentales. Con ello, era el espectador quien salía ganando en cada contienda.

Pero para que aquella revolución surtiese efecto de verdad, era necesario que el fútbol holandés impusiese su autoridad más allá de sus fronteras. Europa había descubierto el año anterior los valores de un Ajax que buscaba la sonrisa por encima de todas las cosas y en este nuevo año le tocaba al Feyenoord consagrarse de manera definitiva como instigador de una nueva manera de vivir el fútbol.

Si el Ajax no lo había tenido fácil en la final anterior, no iba ser mucho más sencillo para el Feyenoord en esta nueva final de la Copa de Europa. El Ajax había fracasado en su misión de derrocar la muralla milanista, un dique firme y bien plantado que resultaba casi imposible de perforar y que tenía en Rivera al mago instigador perfecto para sus ejecuciones más letales. Y al Feyenoord le iba a tocar ahora enfrentarse al Celtic de Glasgow de Jock Stein, el mismo equipo que había ganado el torneo tres años antes y que aún conservaba los mismos valores y los mismos jugadores que le habían llevado a la gloria.

Y lo iba a tener, sobre todo, complicado el Feyenoord porque aquel iba a ser un enfrentamiento de fútbol contra fútbol. Happel sabía que el Celtic iba a intentar imponer su ritmo vertiginoso, su fútbol directo y sus frenéticas combinaciones en la punta de ataque para aprovechar las subidas por banda de sus dos puntales más decisivos, Johnstone y Lennox, dos extremos de la antigua escuela y que le daban al Celtic su verdadera seña de identidad. Y Stein sabía que el Feyenoord basaba su fútbol en el toque, la precisión y el descubrimiento de los huecos sin perder la paciencia, siempre en búsqueda del gol; el equipo holandés pensaba generar su fútbol desde el centro y tendría a Van Hanegem como principal motor para cada una de sus ideas.

El duelo, pues, estaba servido; el fútbol rápido, colectivo y sacrificado del Celtic frente al fútbol vertical, elaborado y técnico del Feyenoord. Dos estilos en los que el balón tomaba un papel fundamental y que prometía tantas dosis de buen fútbol como a cada aficionado le pudiese caber en el fondo de sus pensamientos.

En un partido que se iba a ganar en el centro del campo, la vieja escuela británica golpeo primero gracias a un preciso chutazo de Gemmell, precisamente el mismo jugador contra el que Van Hanegem iba a tener que jugarse el coraje y la paciencia con tal de obtener el derecho a levantar la Copa de Europa de campeones. Y aunque en este caso, el que dio primero no fue el que dio dos veces, al Feyenoord y, particularmente, a Van Hanegem, les costó más de la cuenta hacerse notar sobre el terreno de juego porque en cada lance, las profecías de vestuario del viejo profesor Stein se estaban imponiendo frente a las igualmente, pero distintas, buenas intenciones de Ernst Happel.

El partido discurrió armonioso, como le gustaba al Feyenoord, y disputado, como le gustaba al Celtic, pero de tanta tensión e incertidumbre nació un partido tirando a feo y aburrido y que coronó un empate a uno que puso fin a los noventa minutos reglamentarios. Por si los jugadores habían tenido poco con todo el esfuerzo realizado, aún tendrían por delante media hora extra de juego para dilucidar el resultado de un partido que iba a convertirse en el más largo en la historia de las finales.

En la prórroga, el ritmo intenso y prolongado del Celtic comenzó a venirse abajo por culpa del cansancio; fue entonces cuando apareció la figura de Van Hanegem para guiar al Feyenoord hacia un triunfo de ensueño. Una jugada precisa y elaborada, como todas las que ideaba el equipo holandés cada vez que intentaba ponerle un gramo de sonrisa al espectáculo, terminó en los pies de Ove Kindvall, la otra gran estrella del equipo y, a su vez, el jugador que aportaba la chispa necesaria en la ejecución del último o penúltimo lance. Kindvall fusiló a Simpson y puso la victoria en las manos del Feyenoord.

El partido concluyó y esta vez fueron los jugadores del Celtic quienes sintieron, de la misma manera que ellos habían conseguido hacer sentir tres años antes a sus rivales del Inter de Milan, el amargo sabor de una sorpresa ejecutada en su contra. El Feyenoord había dado la campanada y toda Europa, quien ya conocía el trabajado fútbol ibérico, el ordenado fútbol italiano y el frenético ritmo británico, descubrió que, sin perder la agresividad, también se podían ganar partidos jugando al fútbol de manera rápida y elaborada.

4 comentarios:

piterino dijo...

Un magnífico post-relato-crónica que vuelve a demostrar el peso de la historia y la identidad en el estilo futbolístico de algunos equipos que van mucho más allá de lo diario. No hay myor conformismo (ni mayor vagancia) que en la afirmación de que "todo está inventado". Así que bien merecido tienen cada post que se les dedique los precursores.

Saludos, crack!

Pablo Malagón dijo...

@ piterino

Aquellos fueron unos años de revolución en el fútbol y la revolución vino de donde menos se esperaba. Un país pequeño, sin apenas tradición y con inexistentes logros a nivel internacional. De la nada emergieron dos equipos que jugaban distinto y lo que resultó más grato y sorprendente, ganaban. A ese nuevo estilo tiene mucho que agradecer, por ejemplo, el Barça; a día de hoy, el único equipo que, mamando aquel estilo, sigue en primera línea de guerra como un auténtico referente.

Christian dijo...

Bueno, una muestra más de lo cíclico del fútbol, ¿no? Es una pena que la capitalización del fútbol haya esfumado la posibilidad de volver a ver a grandes clásicos de europa luchando otra vez por las más nobles causas. cuando pienso en el ajax de cruyff o el benfica de Eusebio y Gutman o el Staua, o el Estrella Roja o el Colonia, el Eintracht... En fin, nos dirigimos hacia la desaparición inevitable del fútbol. Mientras llega, siempre está bien recordar grandes momentos de la historia. Y en algunos casos, si es poco conocido, como este Feyenoord lo es para mí, pues mejor.

un abrazo!

Pablo Malagón dijo...

@ christian

La verdad es que cada vez resulta más difícil un campeón de Europa que no sea español, inglés o italiano. Por ello, la final de hace cuatro años entre Oporto y Mónaco fue tan especial, tanto por inesperada como por irrepetible. Una lástima. Además de la capitalización del fútbol, mucha culpa de ello la tiene también el nuevo formato de la Champions que solamente ayuda a los poderosos.