martes, 23 de marzo de 2010

Balones de oro: Stanley Matthews

La historia está escrita por tipos que marcaron a fuego su propio ego, por hombres que sacudieron los cimientos de lo establecido y, en algunos casos, por bellos perdedores que ganaron la sonrisa de los presentes gracias al noble latido de su corazón.

La de Stanley Matthews es la historia de un tipo que nació para hacer ruido y que se conformó con ser amado por un puñado de fieles. Cuando el tiempo hizo justicia a sus actos, terminó siendo depositado en el altar de los dioses y desde allí fue viendo como su leyenda se iba haciendo grande a medida que los padres les contaban a sus hijos el día que habían visto jugar al mejor wing derecho de la historia del fútbol inglés.

Matthews, que nació siendo humilde y murió siendo el mismo niño que soñaba con patear un balón, debutó a los dieciocho años con la camiseta del Stoke City y ese mismo año fue llamado para jugar con la selección absoluta inglesa. A nadie se le escaparon las maneras de gran futbolista de aquel muchacho de ojos vivos que encaraba a los defensas con el descaro de quien roba pan en las mismas narices del panadero. Tomaba la pelota, como aquel otro podría haber tomado un mendrugo recién salido del horno, y desfilaba sorteando las trampas que le ponían en forma de pierna en alto. Imparable. Solamente la Guerra Mundial fue capaz de apartarle del fútbol durante unos años. Seis años en los que hubo de servir como preparador físico en las filas de la Royal Air Force.

Pero regresó con la fuerza de quien sabe que ha dejado muchas jugadas guardadas en el tintero. Matthews jugó en la liga inglesa hasta los cincuenta y un años, completando un total de treinta y cuatro temporadas en activo antes de retirarse a Malta donde completó cuatro años más en una liga de bajo nivel hasta tomar la definitiva decisión de colgar las botas. Tenía entonces cincuenta y cinco años y muchas muescas marcadas en sus espinillas. Golpes de cuero y palabra, momentos vividos y otros pendientes que le situaron en muchas ocasiones en el cajón de los momentos que pudieron haber sido.

Con la selección inglesa disputó los mundiales de 1950 y 1954. En el primero, tras un largo viaje a Brasil, el seleccionador le hizo jugar un único partido. Fue aquel que quedó para siempre tan grabado en la memoria del aficionado español pues con aquella victoria por un gol a cero, España lograba la que ha sido, hasta hoy, su mejor clasificación en la historia de los mundiales.

En Suiza, la cosa no fue mucho mejor e Inglaterra regresó a casa mucho antes de lo esperado. Fueron duros golpes para un equipo que, durante muchos años, se creyó en potestad de una supremacía que realmente nunca demostró. Eran las cosas de creerse invencibles por el simple hecho de haber sido los inventores del juego. Matthews hubo de sortear las críticas de la misma manera que había sorteado a los jugadores rivales y regresar a los campos de su patria para volver a escribir nuevos renglones de ensueño.

Como si de una llamada del destino se hubiese tratado, Stanley Matthews falleció en febrero del año 2000 en vísperas de un partido grande. Era uno de aquellos amistosos que tanta fama le habían dado en su tiempo y que con los años se habían convertido en aperitivos sin tela que cortar. Inglaterra esperaba a Argentina en un Wembley que se preveía repleto y que, con el corazón compungido, hubo de guardar minuto de silencio cuando supo la noticia de la muerte de uno de sus mayores héroes. Con él se iban muchas tardes de espectáculo y el aroma de mil carreras pegado a la línea de cal. Con él se iba un pedazo de la historia del fútbol y nacía la leyenda de un ser inmortal.

A los treinta y un años, una edad que para la mayoría de futbolistas indica el umbral previo a la retirada, ficha por el Blackpool y será allí, algo más alejado de su casa, donde viva sus mejores tardes como futbolista. Tardes como aquella final de copa de 1953 que terminó por inmortalizarle y le consagró para siempre como futbolista. Tal fue su calado entre la sociedad inglesa que poco después de su retirada, la reina Isabel le nombró “Sir”, siendo el primer futbolista que lo conseguía.

Y es que mientras duró su carrera como futbolista, Matthews, que nunca logró los grandes éxitos que laurearon a la mayoría de sus rivales por el trono del fútbol inglés, fue uno de los tipos más queridos del país. Tan limpio y honesto era su juego que pudo retirarse con el orgullo de no haber sido jamás expulsado en sus treinta y cuatro años de carrera profesional. Y eso que jugó mucho desde que firmó aquel primero contrato por una libra semanal hasta que se retiró en loor de multitudes tras enfundarse la camiseta de su país por última vez para enfrentarse a un combinado del resto del mundo. Aquella tarde en Wembley, el mejor escenario posible, los mejores jugadores del momento encabezados por Di Stéfano, Puskas y Kubala, quisieron estar allí para disputarle sus últimos balones al mejor wing derecho que habían visto jamás.

Fue la tarde en la que Inglaterra lloró el adiós del hijo del barbero Jack Matthews. Allí, en el campo de sus mejores sueños internacionales, y rodeado de los mejores, recordó aquellos consejos que su padre, boxeador por afición y barbero por obligación, le había tras cada traspié; “Nunca esperes nada, nunca des nada por sentado, de esta forma nunca sufrirás una gran decepción”. Nunca esperó grandes cosas y sin embargo consiguió embaucar a millones de corazones, nunca ganó grandes torneos y sin embargo se retiró con la vitola de jugador irrepetible.

De hecho, solamente ganó un título importante a lo largo de su carrera y fue la final de la Copa Inglesa de 1953 vistiendo la camiseta del Blackpool. La de aquel año era la cuarta final que Matthews alcanzaba como futbolista y la primera y única que ganaría. Y eso que no se pusieron fáciles las cosas. En el intermedio del partido, el marcador reflejaba un cómodo tres a uno para el Bolton. Recortó el Blackpool y el partido languideció con el tres a dos hasta que apareció Matthews en dos minutos fulgurantes. Fue el tiempo que le bastó para ganar en dos ocasiones la línea de fondo y regalar dos goles al delantero Mortensen. Lo que a cinco minutos para el final parecía una quimera se había hecho realidad con el pitido final; el Blackpool era campeón y Matthews abandonaba el estadio en hombros entre vítores de gran héroe. Pasaron las horas, salieron los periódicos y aquella final quedó bautizada para siempre como “la final de Matthews”.

Aquella fue una de esas tardes en las que Matthews tuvo el placer de poder replicar a sus críticos. Estos, más empeñados en la crueldad que en la emotividad, achacaban al extremo que solamente era capaz de hacer una jugada “¿Para qué más?” Pensaría él. Aquella jugada le había convertido en inmortal. Era su jugada aquel famoso quiebro conocido como “The Move” en la que tras un amago hacia el interior salía disparado hacia afuera buscando la línea de fondo. Simple, sí, pero imparable también.

Recién cumplidos los cuarenta y ocho años y cuando el fútbol ya lo adoraba como un Dios menor, Matthews decidió regresar a casa y volver a vestir la camiseta rojiblanca del Stoke City. Allí, en el Britannia Stadium, en el mismo lugar donde hoy reposan sus cenizas, dio sus últimas lecciones. Llegó a un equipo agobiado por las urgencias que se hundía en la tabla de la segunda división y no solamente consiguió sacarle del hoyo del descenso si no que lo enchufó de tal manera que lo puso de nuevo en la élite. Y allí, en la primera división inglesa y vistiendo la camiseta del Stoke, jugó sus últimos partidos como profesional antes de dar un último salto a un lugar más exótico, presto a disfrutar el descanso del guerrero.

Dejó miles de partidos y cientos de rumores. Uno de ellos le situaba en el centro de una conspiración por culpa de los celos. Cuentan que los capitanes del seleccionado inglés, más acostumbrados al éxito de lo que había estado Matthews, recelaban del éxito de un tipo que era tan perdedor como buen futbolista. Ellos ganaban, levantaban trofeos y caminaban con el pecho erguido y, sin embargo, su Inglaterra era la Inglaterra de Matthews. Un tipo silencioso que se marchó de casa para triunfar y ganó el corazón de miles de aficionados. Sobre todo los del Stoke, durante un tiempo mal acostumbrados a su fidelidad y dispuestos a convertirlo en patrimonio exclusivo de su club, tanto que hubo de acudir a las fuerzas del orden para contenerlos del día que se firmó su pase al Blackpool. Cientos de hinchas se habían reunido en la sede del Stoke para bloquear las puertas e impedir así la marcha de su ídolo. Era una batalla perdida. Matthews se marchó para hacerse inmortal y regresó para convertirse en leyenda. El pequeño aprendiz de barbero que había llegado un día con pinta de niño desnutrido se marchaba como un hombre capaz de levantar millones de corazones. Todo el mundo le llamaba “Sir Wing”, era el caballero de la banda, un extremo incomparable, un futbolista inolvidable.

Stanley Matthews nació en febrero de 1915 y falleció en el mismo mes del año 2000 a los ochenta y cinco años de edad. Jugó un total de mil cuatrocientos veintidós partidos repartidos entre el Stoke City, el Blackpool y la selección inglesa con la que llegó a ser cincuenta y seis veces internacional en veintidós años. Sus números, más dados a la admiración que al vacío, pese a la ausencia de grandes títulos, y su carisma, le valieron para ser condecorado como el primer mejor futbolista europeo por la revista France Football. Él fue el primer balón de oro. Era una época en la que el personaje contaba más que el futbolista y por ello se llevó el galardón pese a que había tipos como Alfredo Di Stéfano o Raymond Kopa con mucho más caché que él. Fue una gran apertura para un gran premio, un detalle inolvidable.

Esta es la historia de un bello perdedor que ganó la sonrisa de la gente gracias al noble latido de su corazón, la leyenda de un romántico que prefirió la derrota a la tristeza, que impuso la pasión a la grandeza y que sobrevivió entre un bosque de piernas que jamás pudo contenerle. La vida de un tipo que jugó al fútbol por placer y en cuyas botas vivió el mérito de mantenerse alerta durante más de tres décadas. Un tipo irrepetible, un hombre admirado y un futbolista legendario. El primer balón de oro, el aroma de una carrera imparable que siempre recorrerá la línea de cal en el recuerdo de los viejos aficionados ingleses.

6 comentarios:

Jorge-George Olmos dijo...

Me has dejado sin palabras
Genial
Gracias por este post, que maravilla en serio, conocer un poco más a un gran jugador ha sido muy emocionante

Un saludo

Atletico-Liverpool

The Kid Torres

José David López dijo...

Hola crack:

Un autentico ejemplo de lo dificil que era el f´utbol en aquella epoca. He hablado varias veces del gran Stanley. Un buen post.

Te veo por El Enganche

Alvaro dijo...

La verdad esque no tenía ni idea de todo lo que hizo y dejó de hacer Matthews. Me ha encantado el artículo, de verdad. Sólo sabía que había estado jugando hasta los 51 años. Precioso.

Un abrazo!

piterino dijo...

Gran post, Pablo. Además, uno de los primeros jugadores relevantes y "mediáticos" (al menos, a posteriori) de la historia del fútbol. Tu último párrafo, brillante, para enmarcar, de verdad.

Un abrazo y suerte ... a partir d esta noche jeje.

entradas f1 dijo...

Sir Stanley, debió ser un crack al que los jóvene apenas conocemos.

Alba dijo...

Buen post, siempre se aprende algo visitando otros blogs.
Saludos