viernes, 10 de julio de 2020

Último servicio

Los equipos que tienen grandeza pero no tienen poder económico, se ven obligados, por fuerza propia y por exigencia ajena, a picar piedra en las mejores canteras y extraer, aún siendo en los lugare más extraños, los minerales más valiosos, porque su supervivencia en la élite depende de los buenos jugadores y porque su capacidad de reinventarse reside, siempre, en la intuición antes que en la proposición.

Planificar, para el Ajax, se convirtió en un ejercicio de cordura cortoplacista desde que los millones ajenos llegaron al fútbol y tuvieron que quedarse con las ganas de conservar a sus estrellas. Si el traspaso de Cruyff, un hito en la época, rompió la banca y, sobre todo, los esquemas del club, no fue sino mucho más adelante cuando hubo de hacer recomposición y cuenta nueva cada vez que miraba como una nueva estrella se marchaba, otra vez, por la puerta delantera que conduce hacia el éxito. Así marcharon Van Basten, Rijkaard o Bergkamp entre otros.

Así pues, el club se vio abocado a confiar en dos factores: la aparición de un gran equipo por generación espontánea o el trabajo de secretaría técnica peinando los lugares más recónditos; allá donde los grandes clubes no alcanzan por el mero hecho de no considerarlo atractivo. Desde el primer factor nació y creció una generación de futbolistas que maravillaron al mundo y reconquistaron Europa. Pero cuando los Kluivert, Seedorf, Overmars, Davids y De Boer volaron en busca de gloria y dinero, el equipo encontró un erial y fue entonces cuando apareció, de la nada, un conejo encontrado en una chistera escondida en un lugar al sur de Suecia.

Un sueco con apellido eslavo y ascendencia musulmana es, a priori, una mezcla extraña e incluso exótica. El tipo que le vio jugar en Malmoe debió creer mucho en él para pagar ocho millones de euros en 2001 por un tipo al que apenas conocían en su país. No tardaron mucho en conocerlo en el resto del mundo. Zlatan Ibrahimovic era un genio de dos metros con la agilidad de un simio y la habilidad de un anfibio; un animal del área que regalaba golazos y grandes momentos, el hombre que volvió a levantar de su letargo a la grada del Amsterdam Arena.

Debutó con gol en liga, en copa y en Champions. Dominó la Eredivise y, cuando quiso creer que el universo holandés se le había quedado pequeño, firmó por la Juventus un traspaso que duplicaba el importe de su fichaje por el Ajax. Era agosto de 2004 y Zlatan ponía rumbo a la liga italiana. En su último partido, ante el NAC Breda, el sueco comenzó siendo increpado por la grada a causa de haberse dejado comprar por las liras italianas y terminó ovacionado, con el estadio en pie y reconociendo que aquel había sido uno de sus futbolistas más especiales en toda su historia.

Uno de los goles de aquel partido, el último gran servicio de Ibrahimovic en el Ajax, se ha convertido, con el tiempo, en un icono que representa las excelencias del futbolista sueco. Recibe a trompicones en zona de tres cuartos, avanza amagando, tumba a un defensor, rompe a otro y vuelve a tumbar a un tercero para terminar empujando la pelota a la red. Todo ello con una parsimonia y una calidad de tal categoría que dio tiempo a levantar exclamaciones y a dibujar admiraciones. Aquel gol de Ibrahimovic con el Ajax aún es considerado como el mejor de su carrera y aún es recibido con exclamaciones y admiraciones cada vez que se repite en un compilatorio de sus obras de arte.

 

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