martes, 18 de junio de 2019

Al primer toque

El remate es un arte que necesita de precisión y talento. Necesita también, y sobre todo, mucha intución. Y ser muy listo. Ser muy listo también porque hay que manejar los espacios, saber encontrar el desmarque y saber ponerse en situación. El remate requiere habilidades que no todos los futbolistas están capacitados para demostrar.

Pocas salidas me han dolido más como aficionado que la marcha de Hugo Sánchez al Real Madrid. Todo se magnificó porque yo era un niño, soñaba con ser como él y me había cosido un número nueve a la rojiblanca de lana, con mangas largas, que mi madre guardaba en un cajón. La primera decepción, como el primer amor o el primer beso, jamás se olvida, por eso hice un puzle con mi corazón y me dediqué a observar, admirar y dejar de admirar. Sólo Futre volvió a dejar ese poso, pero aunque el corazón volvió a ensombrecer su halo, los ojos ya habían quedado secos.

Hugo Sánchez no era el delantero más fuerte, ni el más rápido, ni siquiera el más hábil con el balón en los pies, pero era astuto como un zorro y tenía el repertorio de los magos escondido bajo su chistera. En su etapa en España ganó cinco veces el trofeo Pichichi y marcó más de doscientos goles, pero sobre todo dejó el sello de un tipo que lo jugaba y lo remataba todo al primer toque.

Su jugada, en estático, solía ser simple al mismo tiempo que efectiva. Asomaba a la línea de tres cuartos, jugaba a un toque y amagaba con perseguir el pase hacia el compañero, inmediatamente giraba sobre sus pasos y rodeaba al defensor en su desmarque rápido y certero. Esos segundos que ganaba en la confusión le servían para ganar el espacio y recibir en las condiciones más optimas. Si el centro era lateral, el remate era un espectáculo, si era profundo, era de lo más certero. Encontrando siempre el hueco más alejado para el portero, celebrando siempre con esa voltereta que se convirtió en denominación de origen.

Hugo dominó el área durante la década de los ochenta. Fue máximo goleador en un Atleti de entreguerras y de un Madrid de época. No pudo conquistar Europa, porque allí topo con un tío que, además de rematar como él, manejaba la pelota como un artista. Marco Van Basten fue su némesis en una época en la que el gol llegaba desde el cielo y se celebraba con cierta sobriedad. Voltereta aparte, esos brazos doblados y esos puños a la altura del pecho, le hacían saber a Hugo que era un puro macho mexicano.

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