martes, 4 de diciembre de 2018

Como Rogelio


El bético Rogelio, un centrocampista elegante, de toque preciso y poco recorrido, acuñó en los años sesenta, una frase a la que se han agarrado cientos de futbolistas a lo largo de los años. "Correr es de cobardes". Resulta, cuanto menos curioso, poder analizar una frase así en un deporte que, cada vez más, depende en gran medida de la condición física.

Lo que venía a decir Rogelio es que el fútbol, antes de con los pies, se juega con la cabeza, que lo importante es estar en el lugar preciso en el momento adecuado y basta, muchas veces, tener un pie privilegiado que cumpla las órdenes de tu cerebro para poder convertirte en un jugador imprescindible.

Pocos recordamos al Stefan Effenberg de los inicios. El jugador que recorría la cancha de punta a punta y conectaba con los delanteros después de recorrer la medular con un par de paredes precisas. Era un gran jugador, pero demasiado inconsistente. Sin embargo, somos muchos los que nos acordamos de aquel veterano jugador que impartió magistratura en el centro del campo del Bayern Munich en los albores del siglo XXI.

Aquel jugador que no corría, que aparecía en el lugar preciso en el momento idóneo y cuyo pie derecho ejecutaba a la perfección las ideas que lanzaba su cerebro. Un tipo elegante que se acrecentaba en los partidos grandes y que se defendía con la pelota siempre con los mejores argumentos. Hubo un día en que la revista France Football premió con el Balón de Oro a Mathias Sammer, pero con el tiempo todos supimos que el mejor centrocampista de su generación era otro. El rebelde sin causa al que expulsaron de la selección alemana por considerarse distinto y que impartió cátedra con la camiseta de un Bayern en el que todos corrían y él, aposentado en el círculo central, dirigía con precisión.

Como Rogelio, prefería no ser un cobarde.

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