lunes, 12 de mayo de 2008

Le llamaban sufridor

Jacinto Pena, llevaba el alma como su apellido y una ferviente pasión por el fútbol. Desde pequeño se acostumbró a sufrir y nunca más regresó al regocijo desde que vibró por primera vez con un partido de fútbol. Lo del sufridor debió llevarlo marcado en las carnes el mismo día en el que nació y su padre le recitó de carrerilla la alineación del Atlético de Madrid. Así era Jacinto, un ser ilustre, inquieto y locuaz con una espina clavada en su corazón: ese Atleti que tanto sudor le arrebataba un domingo tras otro.

Jacinto aprendió a llorar por dentro y le mostró al mundo la cara de la consecuencia; si quieren guerra la van a tener, si quieren paz, desde luego que también, porque nada mejor que ser del Atleti para procesar un amor, un silencio y un sentimiento eterno. Aquel domingo volvía a haber partido y en los ojos del mundo se puso Jacinto Pena, socio decenario del club y amante exquisito de toda su historia.

Jacinto era un negociante de palabra fácil y verbo asombroso, le encantaba devorar libros y, en sus ratos libres, se marcaba alguna que otras líneas para regalárselas a su mujer en forma de poesía. Como todo poeta, era un soñador de voz baja y alma aguerrida y como soñador, otra vez, otro domingo, deseaba una victoria de su Atleti como la culminación de una estrofa perfecta.

El Atleti llevaba la palabra “historia” marcada a fuego en su corazón de equipo guerrero y precursor de un contragolpe que tiempo atrás ejecutó a la perfección. Jacinto se lamentaba por estar perdiendo la historia y poco a poco comenzó a convencerse de que ser del Atlético se iba a convertir, con el tiempo, en un ejercicio de fe mas que en una prueba de cariño.

Jacinto no recordaba cómo, cuándo ni por qué se había hecho del Atlético. Quizás hubiesen sido los gritos de su padre con cada gol anotado y el transistor junto al oído los que le habían puesto de camino a su afición, más su padre nunca le había precipitado de lleno al forofismo en rojiblanco, le dio a elegir y él, en un acto de audacia irreversible eligió el Atleti, por su leyenda, por el sentimiento pasional. Y si habría de explicarle a alguien el por qué de tanta fe, el porque de tanta esperanza, el porque ser del Atleti, Jacinto esbozaba una tenue sonrisa y perdonaba los ejercicios de ignorancia. “¿Por qué?”. Le preguntaban. “¿Por qué sois diferentes?”. “No somos diferentes, somos grandes”. Contestaba él con una sonrisa mientras proseguía su camino hacia la tarea cotidiana.

El ambiente le envolvió de nuevo, como cada domingo de fútbol, y los cánticos le hicieron recordar tiempos en los que creyó ser el aficionado del mejor equipo del país. Pero la bonanza, en el Atleti, dura tanto como la lluvia de verano y aquel histórico once compuesto por Reina, Capón, Heredia, Melo, Abelardo, Alberto, Ufarte, Luis, Gárate, Irureta y Salcedo se difuminó con los años y el recuerdo, y ahora solo le quedaban a Jacinto y al Atleti un puñado de jugadores sin gloria ni fortuna que comenzaba a arrastrar el buen nombre del equipo por los estadios de España.

Ocupó su asiento y gastó su tiempo de prepartido en dialogar con su compañero de abono, como lo hacía siempre. Hablaron del Atleti, una vez más, de lo mal que juegan, de lo mal que se hacen las cosas y de todo lo que quieren recuperar. El Atlético tiene esa difícil composición, puede aberrarte su juego y hacer sentir lástima por sus fracasos, pero en cada aficionado existe una semillita que no deja de florecer cada temporada. Y como su compañero era tan sufridor como él, entendió a la perfección cada uno de sus gestos, cada una de sus protestas, cada una de sus palabras, porque cada palabra era cómplice de su propio pensamiento.

Tembló y comenzó a padecer los síntomas que le convertían cada domingo en un obseso de la victoria. Desgraciadamente, sus deseos se estaban convirtiendo en poco más que sueños últimamente. El equipo saltó al campo y quiso levantarse para aplaudir, pero la tensión le mantuvo sujeto a su asiento. Gritó un par de frases incoherentes y sintió como el corazón se tambaleaba con fuerza dentro de su pecho, como el aire se escapaba de sus pulmones y como su garganta quedaba seca a medida que sus dientes iban castañeando. Era la enfermedad del hincha apasionado, más capaz de querer a su equipo que de quererse a sí mismo.

El coro de nombres del estadio le puso en situación del once titular y pudo distinguirles uno a uno. Allí estaban de nuevo, dispuestos a sumergirles en la gloria o a volver a ahogarles en el fracaso que conllevaría un nuevo lunes de regodeo. Y ya eran tantos que comenzaba a perder la paciencia donde siempre se sujetó con mayor caballerosidad; en las tertulias de barra y mesa. Sintió como el estómago se le empequeñecía y como el sudor se agitaba bajo su espalda, percibió sus propios temores y no se arrepintió de nada porque seguía siendo el mismo de siempre.

La primera jugada le puso en órbita con el espectáculo y el corazón se le volcó hacia delante para no regresar a su lugar original hasta el final del partido. Intentó emitir un gemido pero tenía la garganta tan seca que apenas pudo escucharse un “uy” más allá de la comisura de sus labios. Seguían fallando, seguían peleando, y la grada seguía de frente con su costumbre ante el objetivo; animar o morir.

Así que animó, pero se animó a sí mismo mucho más que al propio equipo porque se sentía distante dentro de su pasión. El comienzo del partido le había pillado rezagado en sus pensamientos y en sus entrañas comenzó a crecer la duda misteriosa del eterno aficionado “¿De verdad merece la pena?”. Sintió como una náusea espantaba sus alientos y se acomodó en su asiento para dejar pasar el tiempo y el aire dentro de sus pulmones, verdaderamente, Jacinto Pena era un sufridor de los de verdad.

Cuando el partido comenzaba a devorar todas sus inquietudes llegó la primera gran ocasión fallada por los suyos. Sus ánimos, los mismos que renovaba cada vez que acababa un domingo, se hundieron en la desesperanza; y el resultado, a pesar de estar convirtiéndose en vicio y costumbre, por inservible, pesó sobre una losa sobre su energía, hacía sólo unos minutos, en proceso de ser renovada. Las ocasiones falladas le hicieron desesperar y el corazón se encogió para volver a dar un salto hacia el vacío. Volvió a sentir las nauseas recorriendo su esófago y se dio dos minutos para recuperarse antes de marcharse a vomitar. Definitivamente, aquel sería su último año como socio del Atlético de Madrid y es que, como bien le decía su amigo Juan, cada vez que se encontraban cara a cara con una tertulia, él no disfrutaba el fútbol sino que lo sufría.

Y sufrir el fútbol es un mal tan molesto como la propia intención de revolcarse en la nada por obligatoriedad del resultado. Porque para Jacinto, quien sorbía el fútbol por todos los poros de su piel, sufrir tan bien amado deporte suponía una pequeña traición contra sus inquietudes. “Si me gusta tanto ¿Por qué lo sufro?”. Solía preguntarse y la única respuesta que acariciaba su mente se vestía de rojiblanco y se componía en un equipo que llevaba años quitándole el sueño y parte de su vida.

Y en sus divagaciones vio volar un balón hacia el área rival, disfrutó un control extraordinario y dibujó con su mirada un disparo ajustado a la cepa del palo. Se tiró de los pelos y se tragó la lengua en su intención por cantar un gol que parecía profetizado. Pero no, los designios del señor, al igual que sus caminos, deben ser tan inescrutables como aquella afición por unos colores. Tocaba seguir perdiendo, tocaba seguir sufriendo. Y como no pudo más con aquella congoja se levantó como un resorte y bajó corriendo la escalinata que le devolvía al vomitorio. Buscó el aseo y sin poder aguantar más la tensión, derramó todos sus nervios junto a una columna de hormigón. Nadie se acercó a ayudarle porque nadie quería perderse el partido, parecía insólito, pero en la necesidad aquella afición se acercaba más a su equipo.

Se sentó unos segundos en el suelo para meditar y tomar una decisión que le arrastrara de nuevo a su lugar de aficionado o, por el contrario, le devolviera a su casa para disfrutar el cariño de su mujer y el olvido de su Atleti. Y en sus pensamientos escuchó una algarabía y en sus oídos retumbó el sonido de una grada cantando un gol con sabor a gloria. Corrió de nuevo y se abrazó a sus vecinos de asiento. “Ha marcado el uruguayo”, pudo escuchar. Y en su ansia por considerarse un rojiblanco de los de siempre, se golpeó la cara varias veces a modo de reprimenda. Ningún vómito pacificador valía más que un partido del Atleti.

Desaparecieron las náuseas y desapareció el tic que retumbaba en sus mandíbulas al tiempo que el árbitro daba la señal indicativa del final de la primera parte del partido. Esta vez fue la incertidumbre quien embriagó sus instintos, una incertidumbre tan sonora que tuvo que taponar sus oídos para conseguir concentrarse. Se aisló del mundo y soñó con una victoria que les diese derecho a pensar en grandes aspiraciones.

El comienzo del segundo tiempo no le pilló tan desprevenido como lo había hecho el principio del partido. De divagar pasó a concentrarse y de soñar pasó a instigar al viento por una victoria. Los nervios volvieron a anudarse bajo su estómago pero las náuseas no regresaron, el corazón continuó volcado y cerrado en un puño y en sus pulmones solo había espacio para la suficiente cantidad de aire que le permitiese seguir viviendo. Viviendo y sufriendo. Porque Jacinto Pena nunca dejó de sufrir. Hacía tiempo que había dejado de disfrutar.

Una jugada le puso el alma en vilo y la siguiente el desamparo en una procesión de súplicas. Otra jugada más le situó en lo más alto de la desesperanza y la siguiente, por ser el cuarto error consecutivo le dictó las ironías de la vida; aquello no podía ser posible. Y en cada jugada vibró, saltó, se sintió preso de su asiento y al mismo tiempo zapateó insistentemente y de manera inconsciente contra el hormigón de la grada. El Atleti volvía a darle más motivos para morir inquieto que para vivir satisfecho. Decididamente, aquel sería su último año como socio.

Un nuevo falló le hizo gemir de dolor y su alma volvió a escupir años de vida, si seguía por ese camino era más que posible que su corazón dijese basta antes de cumplir la vejez, aunque bien analizado, pensó, uno del Atleti podría morir de cualquier cosa, pero el infarto no entraba dentro de las probabilidades supremas, el corazón del aficionado atlético está hecho de otra pasta, la sangre debe de ser más fluida y el aire debe de estar tan contaminado de tensión que ni el mismo pulmón se atreve a rechazar semejante sentimiento. Por ello, cuando fue testigo de un nuevo error dentro del área contraria y en su pechó se cortó el aire, supo que aquello no era sino la repetición de un síntoma de sobra conocido y que seguiría viviendo para seguir siendo, una vez más, eterno sufridor por su causa.

Al partido le quedaban quince minutos y a Jacinto no le quedaba paciencia, pues ya la había agotado con el paso de los minutos y las oportunidades perdidas, deseaba tanto una alegría que por momentos se olvidó que en el Atleti, los resultados son tan inciertos que asustan por poca previsión. Y mientras nacía una nueva jugada en un nuevo balonazo sin sentido ni protesta, Jacinto se agarró a su asiento para ver si sus impulsos eran capaces de echar una mano a aquel grupo de jugadores casados con el infortunio y la falta de carácter. De la calidad, pensó Jacinto, sería mejor olvidarse, porque aquella se la llevó Caminero el día que dijo adiós a su afición con un gol antológico.

Si para ser del Atleti había que vivir así, era posible que no mereciese la pena ni tan siquiera el vivir. Pero Jacinto, en el fondo, se sentía tan orgulloso de su sentimiento que quizá no fue consciente de que llevaba más horas que sueños perdidos en la grada del Vicente Calderón soñando con un título que llegaba cada veinte años y se escapaba envuelto en el ridículo durante muchos años más. Pero la penúltima jugada del partido hizo revivir en Jacinto los mejores momentos de su afición; un balón perdido atrás, como siempre, porque aquello de asegurar el área debía ser consigna olvidada por aquella defensa, llegó a una esquina, un control decente puso la pelota en la línea de fondo y un disparo picudo tras un centro desesperado puso el balón en el poste de la portería rojiblanca.

La angustia se palpó y Jacinto volvió a nacer dentro de su congoja. Con el pitido final, los brazos buscaron el cielo y las gargantas desafiaron al viento ¿Quién dijo que aquel sería su último año? Dejar el Atleti, nunca. Celebró la victoria y repasó su vida al tiempo que gozaba con el abrazo de sus jugadores. Este equipo es así, tan imprevisible que te hace dudar de tu propia existencia, tan capaz y, al mismo tiempo, tan incapaz, que puede llegar a supurarte el alma, tan así que se vuelca en el tiempo dentro de su incoherencia.

El día que a Jacinto le prohibieron seguir fumando para cuidar sus maltrechos pulmones, Jacinto apuró su último paquete de tabaco para no volver a tocarlo más. El día que a Jacinto le recomendaron abandonar su costumbre de sol y sombra después de cada comida, Jacinto escupió el último sorbo para no volver a probar el anís más que en fiestas de guardar. El día que a Jacinto le controlaron la dieta para asegurarle una sangre limpia de colesterol, Jacinto declinó en sus placeres y dejó a un lado sus deseos de panceta y chorizo. Pero el día en que a Jacinto le recomendaron darle descanso al corazón abandonando sus visitas dominicales al Vicente Calderón, Jacinto se rió del mundo y le hizo un corte de mangas a los consejeros de su realidad. Podía ser capaz de abandonarlo todo, pero al puñetero Atleti… “Sí, me mata”, pensó en voz baja. “Pero también me da la vida”. Le llamaban sufridor, pero él era un ganador. Por eso no iría a Neptuno; abandonó su asiento con los puños apretados y la sonrisa dibujada en su rostro. En su camino de vuelta a casa se fijó en aquella gente que se concentraba buscando una fuente y un motivo que celebrar. Se lamentó de su empequeñecimiento y escupió al suelo la verdad que más le dolía y que sólo unos pocos entendían; un atlético de verdad no celebra cuartos puestos.

13 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno el post. Me ha enganchado... Jacinto somos todos! Qué gran verdad esa de que un atlético no celebra los cuartos puestos. Evidentemente, me alegré y sufrí en el cuarto de hora final, pero de ahí a celebrarlo a Neptuno... Encima queda aún la ronda previa, y tenemos un coeficiente de risa, por lo que nos puede tocar un rival jodido. Hay que pasarla como sea.

Un saludo!

Juanjo dijo...

Bueno, quizás se hayan pasado en las celebraciones, pero lo que es verdad es que el 4º puesto es un gran logro para un club que llevaba tanto tiempo sin Champions.

Un abrazo

NoTe dijo...

Muy linda historia...me atrapó que se repitan!!

No, gracia a vo´ dijo...

Menudo relato macho! Para ponerlo en un cuadro!

Te has pasado!

Saludos,

Migue

Marco dijo...

Excelente redacción Pablo. No me sorprende.

Desde aquí se lee como un sello eminentemente colchonero que puede asemejarse al Rácing de aca.

Pero algo me detiene. Una entrada a Champions después de los años transcurridos merece, cunado menos, un brindis.

Saludos porteños.

piterino dijo...

Me pongo en pie, Pablo. Enorme post, suena repetitivo pero en el halago sincero y merecido uno nunca abunda lo suficiente.

Felicidades para el pase a la Champions. Un grande regresa a la élite europea. Respecto al tema de las celebraciones, desde luego que un cuarto puesto no se celebra en Neptuno, pero es un paso adelante crucial y tampoco me parece que lo suyo sea una fingida postura de frialdad ante un éxito por querer afirmar que es vuestro lugar obligado. No es tu caso, pero ...

Un abrazo, genio!

Guido dijo...

Genial al post.

Por fín el Aleti entró a la champions...era hora (?).

Unknown dijo...

hola!! me ha gustado mucho tu blog...te interesaria intercambio de links???

la mia es http://f1-adictos.blogspot.com

Gracias!!

Enamorado Del Fútbol dijo...

Increíble el post pablo, muy bueno.
Ahora toca celebrar esa entrada en champions comos e merece...decirte que será la primera vez que vea al atletico en Champions desde que tengo uso de razon. Espero que lo hagais lo mejor posible.

Nuevo artículo en EDF
Saludos
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matute dijo...

muyy bueno tu blog te invito a pasar por el mio

Abrazo, Matute
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Anónimo dijo...

Enhorabuena por el post.

Sin comentarios.Excelente.

Un saludo

www.dedomingoadomingo.com

Anfield dijo...

Enhorabuena, muy bueno. Aunque el Atleti seguira siendo un sufridor porque ahora en la champions vienen partidos dificiles, pero se disfrutan.

Teixi dijo...

Si le toca ya disfrutar al Atleti, si refuerzan bien la defensa y parece que si, con las firmas de Heitinga y Ujfalusi, y retienen a los cracks: Agüero, Forlàn y Simao pueden hacer un gran papel la próxima temporada.

saludos, thepremier.blogspot.com