lunes, 16 de agosto de 2021

Brasileños atípicos

El Milan lo trajo de Brasil y no tardó en mandarlo a Suiza. Este chico no nos vale. De Suiza pasó a Alemania y tras tres temporadas excelsas en Stuttgart, el Bayern lo reclutó para convertirle en estrella. Giovane Elber marcaba goles casi sin querer, como si no le costase trabajo. Jugaba de espaldas como en el salón de su casa y manejaba su hosco cuerpo con una extraña habilidad que le permitía salir siempre en ventaja de los duelos. No era el más fino, ni el más estilista, pero era un jugador enorme con una capacidad enorme para generar peligro en jugadas intrascendentes. Jugó más de doscientos partidos en Alemania y marcó más de ciento treinta goles. Un seguro de vida en aquel Bayern cuyos jugadores daban más miedo que respeto.


El Werder Bremen lo trajo de México cuando ya tenía veinticinco años y el mundo mediático desconocía su presente. Parecía un espectador cualquiera con ínfulas de triunfar en su equipo. Su aspecto era el de un tipo rechoncho que no sería capaz de aguantar una carrera y mucho menos ganarla, pero el aspecto engañaba y sus promesas no eran más que dosis de realidad consumada, poco a poco, con goles y sueños cumplidos. Aquel Werder Bremen de Aílton, Micoud y Valdez, ganó el doblete, un hito harto difícil en la tierra del Bayern Munich, y ganó, sobre todo, el respeto de un continente. Aquel año, el gordito marcó veintiocho goles y se convirtió en el delantero de moda. Tanto que el Schalke pagó una millonada por sacarlo de su casa, pero al otro lado de la cuenca del Ruhr, el brasileño perdió la magia, la alegría y el gol. Aquellos goles de todos los colores eran más verdes que azules y más alegres que austeros cuando fueron marcados a las órdenes del gran Thomas Schaaf.


Hasta los veinticinco años no llegó al Sao Paulo, donde tan sólo permaneció un año. Hasta los veintiséis no llegó a Europa y hasta los veintisiete no llegó a un equipo con ciertas aspiraciones. Lo de Grafite en Wolfsburgo es la historia del patito feo convertido en cisne por obra y gracia de de la inspiración. Aquel tipo, larguirucho y de aspecto descoordinado, de repente empezó a hacer goles como quien traza líneas inconexas sobre un papel en blanco. Fueron cuatro temporadas en Alemania, antes de marcharse a Emiratos Árabes convertido en un ex futbolista. Entonces ya daba igual porque su trabajo estaba hecho y amortizado. Aquella temporada 2008-09 sobrevivirá siempre en el imaginario colectivo como la más tremenda de un futbolista en los últimos años de la Bundesliga.


Tan convencidos habían quedado los equipos alemanes con aquellos fichajes de brasileños random, que decidieron darle una vuelta de tuerca cuando el Hoffenheim decidió fichar a un delantero del Figueirense por su rendimiento en un videojuego.  Aquello supuso una nueva forma de dar valor a las secretarías técnicas. El fichaje fue barato, pero era todo un riesgo. El chico se llamaba Roberto Firmino y aquel primer año fue nombrado futbolista revelación de la Bundesliga. Permaneció más de cuatro años en Alemania y ahora deleita en Liverpool con sus características tan peculiares. Es un nueve que no golea en exceso, pero facilita y es un futbolista que desbarata defensas con sus movimientos y genera espacios vacíos donde Mané y Salah saben entrar como cuchillo en mantequilla. La cúspide de la pirámide, la pieza esencial.

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