lunes, 3 de junio de 2019

Un artista excesivo

Para juzgar al personaje, existen las crónicas de sociedad, para juzgar al futbolista, en cambio, existen las crónicas deportivas. El problema es cuando el jucio se convierte en sumatorio y escapa a los límites del conocimiento; dejamos atrás al personaje y nos alejamos aún más del futbolista, cuando sólo nos interesa la persona entramos en el terrano vedado del morbo y es ahí donde resaltan siempre los resentidos y los enterados. Unos porque jamás perdonarán afrentas, los otros porque van por la vida dando lecciones que, en su mayoría, no se aplican así mismos.

Entiendo, y hasta comparto, el tuit de Santiago Cañizares en referencia al accidente de José Antonio Reyes. No entiendo, a no ser que el morbo sea el único motor que conduzca al informante, porque no se publicaron sus siguientes tuits aclaratorios. Y es que vivimos en una sociedad tan radicalizada en el pensamiento que basta leer algo que nos remeva para pasar a decir: "Joder, qué razón tiene este tío". Y la tendrá, en mayor o menor medida, pero los que hemos llegado al foro a rendir homenaje al futbolista tendremos en cuenta el pecado para aplicarlo a nuestra enseñanza y fijaremos el recuerdo en ese tipo que conducía la pelota como un verdadero artista.

Reyes fue un jugador excesivo en todos los sentidos. Lo fue para mostrar talento, lo fue para caer en la tristeza, lo fue para irse abandonando y lo fue para mostrarse distinto a los demás. Aquella aparición fulgurante en el primer Sevilla de Caparrós significó el resurgir de un equipo que vivía de la confrontación y necesitaba reencontrar la alegría. Reyes significó velocidad, regate, precisión, audacia. Y fue tan estruendosa su aparición que el gran equipo inglés de la época pagó un dineral por llevárselo de casa. Cuando acabaron los fuegos artificiales de la ilusión, surgieron las dudas por la desesperanza. Añoraba su casa, su gente, el calor, el refugio amigo. Y se reencontró con destellos en Madrid mientras seguía dudando si, como le dijo Luis, él era mejor que el negro.

Nunca llegó a demostrarlo, más por desidia que por condición. Se bebió, eso sí, la vida a sorbos y eso le convirtió en héroe para todos lo que le conocieron. Ganó títulos en rojo y blanco, primero con el Atleti, después con su Sevilla, y se marchó como un héroe en busca de una última redención. Quizá, como el niño que nunca dejó de ser, necesitaba sentir la pelota en el pie. Y la sintió hasta el último día, porque los artistas son así; prefieren marcharse dibujando antes que verse abocados en la tristeza del olvido.

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