jueves, 14 de febrero de 2019

La primera vez

La primera vez es la más complicada, porque en el ansia vive el lamento de los nervios, porque en la esperanza vive el hilo del fracaso, porque en la afrenta vive el silencio de la incertidumbre. La primera vez, cuando la expectativa es tan alta como el cielo, la exposición a la caída es proporcional al deseo de apagarte, porque la palabra, más allá del honor, suele tener implícito un aliciente de revancha. Todos quieren ganarte, todos quieren apagar tu luz.

En el verano de 1982 Maradona era el chico de los ocho millones de dólares. El Barça había saltado la banca y se había hecho con los derechos del que decían era el mejor jugador del mundo. Tanta expectitva obliga a una continua demostración. El problema, ansiedad añadido, era que la forma física no era la idónea y en un deporte que respira talento pero sulfura sudor, la condición física marca la diferencia entre los campeones y los aspirantes.

Argentina pasó un mes en Villajoyosa. Entre sol, playa y tiempo libre se olvidaron de entrenar lo necesario. Se creían campeones, porque lo eran de facto y porque habían incorporado a Maradona, el niño de oro. Pero la realidad cayó como un misil el día que enfrentaron a Bélgica y el mundo les vio con la lengua fuera. Perdieron y tuvieron que ir a remolque para superar a las cenicientas del grupo; cuatro a uno a Hungría, don dos goles de Diego, dos a cero a El Salvador. Misión cumplida pero abocados a una cruenta pelea contra dos potencias del fútbol: Italia y Brasil.

El partido contra Italia fue el partido del marcaje de Gentile. El tosco defensor italiano secó a Maradona con un marcaje que rozó el límite de la ilegalidad. Golpes, empujones, pellizcos, patadas, e Italia como ganadora del duelo después de que Tardelli y Cabrini batiesen a Fillol. Quedaba una bala pero quedaba, también, muy poco aliento. Y la bala era Brasil. Como imaginar que has estado soñando durante un lustro con esta oportunidad y te tienes que jugar las esperanzas a cara y cruz contra el mejor equipo del mundo. Brasil ganó fácilmente ante una Argentina que ni opuso oposición ni puso fútbol. Y cuando el tres a cero iluminaba el marcador del viejo Sarriá, Maradona perdió su enésimo balón. Creyendo que era Falcao quien le había segado la pelota una vez más, soltó la plancha e impactó en la entrepierna de Batista. Dolor, gritos y una tarjeta roja que marcó la trayectoria de Diego por el doudécimo mundial de fútbol.

La ventaja del fútbol es que siempre ofrece revancha. Diego se prometió volver y volvió. En aquel ochenta y dos, además, sus paisanos estaban siendo masacrados por el ejército inglés en Las Malvinas. Todo pesaba, el dolor y la conciencia también. La Argentina que viajó a México era menos glamourosa pero más decidida. Vengaron las afrentas; Maradona burló a Bérgomi en ausencia de Gentile y sus piernas (mano incluída) burlaron a toda Inglaterra. Se vengaron las afrentas y se abrió un nuevo espacio para la memoria. Las primeras veces suelen estar trufadas de incertidumbre y el éxito y el fracaso dependen de factores externos. Maradona perdió los nervios en España y en México ganó la inmortalidad. Porque fue líder y no complemento, porque encontró fe y no dudas, porque eran tipos con ganas y no niños desentrenados.

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