Todo aquel que disfrute del cine sabe que no hay una buena película sin un buen villano. Ese tipo casi cuerdo pero de apariencia esquizofrénica, que mata sin preguntar, que se sigue levantando tras los golpes y que, hasta cuando muere, conserva esa sonrisa de superioridad en los labios.
En la película de mi vida no ha existido un villano
más aterrador que el Real Madrid. Puede tirar ligas en Navidad, sentirse
sofocado en febrero y pasarlas canutas ante equipos de segundo nivel como el
Shaktar o el Wolfsburgo. Pueden alargar la agonía hasta el minuto noventa y
alcanzar un puñal escondido en la bota y clavártelo en el corazón. Es un
villano terrible, de los que siempre sobreviven aun en las peores circunstancias.
De alguna manera sabes que siempre estará ahí, al acecho, para volver a
rescatar mis peores pesadillas.
Puede jugar una final casi a la expectativa, sabiendo
que, en algún momento, sacará su arma y te dejará frito. Aunque sepas que el
rival ha merecido mejor suerte. Aunque muchos te digan que murieron con orgullo.
Por más que intenten consolarte, Darth Vader seguirá siendo un villano y la
copa terminará siempre en sus resplandecientes vitrinas.
El orgullo vale de poco cuando mueres a manos del
villano. Más bien se te queda cara de tonto y ninguna gana de volver a cruzarse
en su camino.
Sólo queda la esperanza de que esta sea una buena
película de acción y al final, aunque sea muy al final, el héroe le acabe
ganando al villano tras un combate memorable.
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