martes, 26 de marzo de 2019

El hombre que pidió un nuevo campo

Durante los actos que precedieron al centenario del Barcelona, allá por 1999, una encuesta extraoficial quiso hacerse eco de los nombres más importantes en la historia del club. En aquella época, con quince ligas y una Copa de Europa, Cruyff presente en la memoria reciente y Koeman consagrado como el tipo que les introdujo en la modernidad, la gente siguió acordándose el hombre que levantó un estadio y pidió la construcción de uno nuevo. Ladislao Kubala.

La vida de Kubala es algo parecido a una película de aventuras. Huído de la represión comunista que agarraba a los países del este durante los años cuarenta, malvivió en campos de refugiados hasta que su talento se abrió paso. Siempre junto a su cuñado, Fernando Daucik, probó suerte en varios equipos hasta que el Torino se decidió ficharle. Cuando esperaba para firmar, el avión que transportaba al equipo se estrelló en el monte Superga y se terminó, en un segundo, la leyenda del mejor equipo de la historia de Italia.

En uno de los viajes del Hungaria, equipo formado por los refugiados húngaros en el norte de Italia, llegaron a Barcelona para jugar ante el Español. La exhibición fue tan grande que Kubala terminó quedándose en la ciudad para jugar con el Barça durante quince años; doce en el Barça y tres en el Español. Se iniciaba así la leyenda del tipo que cambió el fútbol español.

Porque Kubala era magia con la pelota pegada al pie. Inventó cosas que nunca antes se habían visto. Se gustaba y hacía gustar. Jugaba como interior y se acercaba a la punta de ataque; marcó goles aunque su seña de identidad era el regalarlos. Y lo hacía siempre con la inventiva por delante. Buscaba el espacio, amagaba, quebraba, centraba, gol. Generalmente de César, o de Evaristo, o posteriormete de Kocsis. Formó dúos inolvidables junto a tipos que le entendieron; Basora, Czibor, Suárez. Este último selló el desacuerdo de la grada con su penúltimo entrenador. Herrera ponía a ambos en casa pero sólo a Suárez fuera. Aquello enfureció a los devotos. Kubala era Dios y había formado una religión con una fe imposible de detener.

Cuatro ligas, cinco copas, más las copas de ferias, más la copa latina, más los trescientos goles, más, sobre todas las cosas, la sensación, para todos sus coetáneos, de haber visto algo que jamás se volvería a repetir. El propio Serrat, niño de la postguerra que vivió su infancia soñando en Les Corts, compuso un himno en catalán cuya letra adoraba a los más grandes pero ninguno comparable a Kubala. Porque Kubala fue, para los barcelonistas, Messi antes que Messi. El tipo que les hizo soñar con lo más grande, el mago de la pelota que les enseñó todos los trucos y el jugador que consiguió que el club vendiese su estadio para construir uno nuevo; más grande, más monumental, más impresionante. Un campo a la medida de Ladislao Kubala.

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