martes, 21 de julio de 2009

La alegría del pueblo

Quizá el tiempo no sea más que un filtro para los más osados, puede que no sirva tanto de aprendizaje como de baúl constante de recuerdos, puede que más allá de los logros se sienten los pequeños momentos o que estos se vean acrecentados con el toque sutil de quien sabe contarlos porque en cada anécdota de boca en boca nacen las leyendas y cuando los hombres mueren, en la mayoría de las ocasiones, es cuando nacen los mitos.

En el fútbol, los héroes de hoy son aquellos señores de mirada inquietante, dientes apretados y medias altas que celebran un gol consigo mismo como si en su último golpeo hubiesen redimido todos sus retos. Hubo tiempo en el que los héroes también eran de trapo y jugaban con la sonrisa puesta, ejemplo palpable de que el amor por el juego iba por delante del amor por el dinero. Si hablásemos de héroes torturados, cómicos de pelota cosida y piernas de bufón, sería imperdonable que nos olvidásemos del gran Mané Garrincha.

Como un niño que analiza con incredulidad su último regalo de reyes, Garrincha miraba cada tarde la pelota sabiendo que dentro del campo sería por siempre su más leal compañera. Con sus pies de goma torcida, si espalda arqueada y su mirada de niño malo, embestía de un lado a otro engañando al defensa en cada amago. De dentro hacia afuera y de afuera hacia dentro, una y otra vez, en la arrancada dejaba el aroma intacto del fútbol de callejón y descampado, como cuando era un niño y los chavales de su barrio le perseguían como locos, la hinchada de Botafogo celebraba alborozada cada regate porque cada quiebro era el preludio de una clara ocasión de gol.

Le apodaron Garrincha por un pájaro feo que anidaba con soltura sobre las ramas frondosas que adornaban los jardines vecinos. Como él, el pequeño Mané caminaba con desgarbo, como si de un payaso de circo se tratase; una inoportuna poliomielitis le había deformado las piernas y la espalda y hubo de sobrevivir, durante muchos años, sabiendo que ni los más crédulos eran capaces de verle vestido de corto dentro de un campo de fútbol.

Con su columna desviada, sus piernas arqueadas y sus pies torcidos, manejaba las telas del almacén textil en cuya cancha improvisada dio sus primeras lecciones como semiprofesional. Recomendado por astutos aficionados al partido de los domingos, recorría las canchas de entrenamiento de los mejores equipos de Río y en cada una de las líneas de cal recibía el mismo “no” por respuesta.

Hasta que llegó el día en que probó en Botafogo y el capitán Nilton Santos replicó al técnico que le hizo la prueba; “Nos lo quedamos”. Y en aquella frase nació la leyenda del tipo de pies de trapo y corazón de peluche. Los estadios, acostumbrados hasta entonces a la monotonía de un juego sin iniciativas, comenzaron a llenarse para ver jugar al joven Garrincha. Alborozados, los hinchas de Brasil no tardaron en aclamarle como héroe popular y la prensa comenzó a bautizarle como “La alegría del pueblo”. No había partido que jugase Garrincha y que acabase sumido en la nada.

Desde entonces jugó más de quinientos partidos con Botafogo y medio centenar de encuentros vistiendo la amarelha de Brasil. Ganó dos mundiales y solamente perdió un partido. Fue el día que los portugueses ajusticiaron a Pelé y Brasil perdió el crédito de los sueños imperecederos. Aquel día murió una generación y nació una nueva llena de tipos que habían crecido mirando como Garrincha inventaba quiebros, amagos, disparos y goles de fantasía.

Tras aquella aventura inglesa y cuando su palmarés reflejaba más gloria que desencanto, el chico de la mirada perdida, ya convertido en hombre de frases incongruentes, decidió operarse las rodillas y en su peregrinaje por los quirófanos se dejó la magia, el contagio y las sensaciones de domingo inolvidable.

Botafogo le despidió cuando comprobó que su velocidad ya no era la de una gacela, los equipos de Brasil por los que pasó terminaron por señalarle con el dedo como culpable de sus desgracias y en sus andanzas por el mundo no encontró un lugar donde regresar a los días de vino y rosas.

En sus noches de soledad devoraba botellas de alcohol y en cada mirada distraída abría la puerta para que una nueva mujer se adentrase en su vida. Las fue abandonando a todas igual que lo hizo con consigo mismo. Y al tiempo que fue olvidándose de lo que un día fue, el pueblo, aquel de cuya alegría se hizo partícipe en sus regates, también fue olvidándole hasta dejarlo morir en una esquina, con el hígado destrozado y una botella de alcohol en las manos, como la última imagen de un héroe desterrado por sus propias miserias.

En los lamentos de cada brasileño pudo leerse el arrepentimiento de quien sabe que dejó morir a un tipo inolvidable. Nadie se hizo más mal que él mismo; “Yo no vivo la vida”, había dicho, “la vida me vive a mí”. Y le vivió hasta que se ahogó en sus mejores recuerdos. Del extremo derecho imparable ya no quedaba nada y aún así todo Río de Janeiro salió a la calle para darle un último adiós.

Murió el hombre y nacieron las leyendas. Muchas de ellas le vistieron de hombre infantil con cerebro retrasado. Quizá no fue el tipo más lúcido, pero tampoco el más ignorante. Le exprimieron cuanto pudieron y la última gota de jugo fue apurada por sus propios lamentos. Fue feliz mientras quiso y eso es algo que ni los más acaudalados, los más inteligentes y los más precavidos son capaces de lograr.

7 comentarios:

Javi Saiz dijo...

Galeano escribió de él que murió de su propia muerte: pobre, borracho y solo. Muchos no le vimos jugar y aún así pensamos que nunca aparecerá otro extremo con su grandeza. Y es que su figura fue única, se destrozó a sí mismo, pero hasta que llegó su declive fue indestructible. Todas las leyendas que circulan a su alrededor solo las pudo escribir él.

Sergio Santomé dijo...

Un jugador peculiar como pocos. Su aspecto físico era el que eran, sus pies eran los que eran y murió como murió, pero sobre los terrenos de juegos marcó una época. Era un superdotado para esto del fútbol y sus regates eran increíbles. Un genio muy particular.

Saludos!

futbollium dijo...

Todo aquel que habla de Garrincha sólo habla maravillas de su fútbol , una lástima que su estilo de vida le jugara una mala pasada .

Un saludo

AD dijo...

Vaya, que gran manera de retratar a un crack de la vieja epoca como lo fue Garrincha. Por supuesto no tuve el privilegio de verlo jugar, pero sin dudas que era un jugador peculiar. Lejos de el modelo de jugador profesional, con buen fisico y siempre arreglado, Garrincha pudo convertirse en un idolo popular a base de gambetas y velocidad. Una lastima que haya terminado tan mal, sin dudas las malas compañias y el peso de la fama acabaron con una autentica leyenda del futbol, de los que ya no quedan, un grande Mane.

Saludos Pablo

El Balón Europeo

JORGE dijo...

sin duda un gran articulo para recordar a un jugaodor que fue capaz incluso de hacer sombra al mitico Pele.
su vida no fue sinonimo de admirar pero si su futbol.
saludos

FERNANDO SANCHEZ POSTIGO dijo...

Garrincha es la máxima expresión del fútbol. Su arte le tendrá siempre en el Olimpo del fútbol. Hoy en día, de forma increíble, sería suplente con varios entrenadores de esos llamados modernos.

Viva Garrincha!!!!

un abrazo.

Suca dijo...

Gran post sobre Garrincha. Hay quien piensa que fue el mejor de la historia. Un futbolista que, al parecer, jugaba únicamente por divertirse. Eso ya por sí solo es de admirar. Un grande.

Suca