jueves, 20 de mayo de 2021

Cañoncito pum

Extrapolar en un ejercicio imposible porque los tiempos han cambiado tanto que resulta impensable ponerse a imaginar hoy a un tipo gordo, lento y viejo marcando tantos goles como partidos disputa. Porque el fútbol hoy es más para atletas que para talentosos, más para fuertes que para oxidados, más para tipos con despliegue que para tipos con pegada. Pero no debemos olvidar que en el fútbol ha primado por encima de todo el talento y que por encima de la condición física han sobrevivido en la élite los que tenían ese toque de distinción en su condición técnica.

Cuando Puskas llegó a Madrid nadie creía en él salvo Santiago Bernabéu. Se generó un cisma de tensión tan notable que incluso Samitier, secretario técnico del club, salió por patas antes de ver venir el desastre. El equipo era el mejor y jugaba de memoria, no entendía por qué había que romper la armonía con la llegada de un tipo que llevaba dos años sin jugar y había engordado más de quince kilos. A primera vista, el hombre que salió a jugar vestido de blanco parecía un exfutbolista, a primera vista, aquel tipo con alma de artista había llegado allí para trincar su contrato, dar lustre al club y decir adiós por la puerta de atrás.

Puskas llegó a Madrid con treinta y un años y se marchó con treinta y nueve, doscientos cuarenta y dos goles anotados, diez títulos y la impronta de un tipo como no se ha visto igual. Porque en Puskas sobrevivía lo imposible y se imponía lo admirable. Dotado de una capacidad excelsa para el golpeo de la pelota, desde su pierna izquierda nacieron algunos de los goles más sorprendentes que vivió el Bernabéu en su época de máximo esplendor. No necesitaba correr, no necesitaba cuerpear, no necesitaba buscar la pelota porque la pelota siempre le encontraba a él en el lugar idóneo y en el momento preciso. En cuanto a prestaciones y control del juego, es posible que no haya existido, en la historia del fútbol, un jugador de ataque semejante a él.

Pero la historia de Puskas no se reduce a su periplo español, aquello fue el epílogo de una carrera admirable que había comenzado en Hungría durante los años duros del telón de acero, hasta que un grupo de valientes decidieron marcharse de allí y pedir asilo en occidente. Antes de aquello, Puskas fue el estilete de un equipo memorable, posiblemente la mejor selección de fútbol de la historia. Un equipo que humilló a Inglaterra, que conquistó el Olimpo, que tuvo una racha de imbatibilidad asombrosa y que perdió con honor una final de un mundial cuando todo el mundo esperaba su coronación.

Puskas fue un jugador improbable en el tiempo más probable; cuando la uve doble eme reconvirtió la anarquía en táctica, cuando las posiciones empezaron a representarse con números, cuando los goles se marcaban en el área pequeña, Puskas transformó el fútbol de ataque dotándolo de finura, elegancia y un golpeo de balón tan violento como nunca se había visto. Cañoncito Pum. Así le llamaban los castizos. Así le disfrutaron los clásicos. Así le recordaron los nostálgicos.

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