miércoles, 16 de enero de 2019

Velocidad


La velocidad mal entendida es una trampa porque tiene implícito el peligro de no saber frenar. En el fútbol moderno la velocidad se ha adecuado al juego como un factor importantísimo porque cada vez se aprieta con más intensidad y cada vez su juega con mayor fulgor. En este escenario parece normal que los clubes busquen tipos fornidos, hábiles y rápidos para que se adapten a un estilo de ida y vuelta cada vez más arraigado en el fútbol.

La velocidad y la fuerza mal entendidas llevan implícito un peligro peor que el de la ausencia de frenada, el de la ausencia de emotividad. El fútbol, aunque se culmina en los pies de los más rápidos y hábiles, es esencial que se fabrique en los pies de tipos menos fuertes, pero más cerebrales, menos rápidos de piernas, pero con un cerebro que funcione a mil por hora. Es por ello por lo que la velocidad, bien entendida, se hace necesaria en los lugares decisivos y no hay lugares más decisivos en fútbol que los de la vanguardia.

Iñaki Williams es un futbolista atípico. Es un híbidro entre extremo y delantero en un club donde los grandes ídolos, generalmente, han tenido siempre una posición muy definida. Al contrario de los clásicos, Williams mira el fútbol de espaldas porque gusta de encontrar el desmarque, buscar, y entender, la velocidad, y amartillar a los porteros, más por presencia que por insistencia. No es un goleador al uso, tampoco un extremo al estilo clásico; es un tipo con el que ir a la guerra y jugarte el tipo cara a cara. Para los defensas, tener enfrente a un tipo que utiliza su fuerza sin miedo y su velocidad con freno, es un problema difícil de resolver porque el camino hacia la ecuación tiene muchas fórmulas pero siempre una misma solución. Y generalmente suele ser el gol.

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