jueves, 22 de diciembre de 2022
El Mineirazo
domingo, 4 de diciembre de 2022
Camino del abismo
lunes, 28 de noviembre de 2022
Desde el fondo del pozo
martes, 15 de noviembre de 2022
Pica de confianza
Peor aún es cuando la crítica llega desde el propio
sector interno. No pretendo evangelizar el cholismo porque los resultados
hablan por encima de la memoria reciente. Estar en desacuerdo con el entrenador
no significa tirarlo a la basura, el problema es que hay demasiada gente que ha
perdido la memoria y la noción de la realidad. Pretender ser el rey cuando hace
dos días eras mendigo es como soñar por encima de las posibilidades. Después de
las derrotas ante Cádiz y Mallorca no fueron pocos los que salieron a la
palestra para rendir cuentas pendientes. La derrota duele, casi siempre en
demasía. Lo innecesario es apelar al pequeño fracaso para justificar las ganas
de revancha. Cuando se habla de falta de ambición se olvida que este equipo se convirtió
en casi intratable, precisamente, porque se merendó, con grandes dosis de
competitividad, a casi todos los rivales con los que se fue cruzando.
Sin ambición no se llega a ser uno de los mejores equipos del mundo. Deberíamos tener en cuenta esta última afirmación porque muchos, entre los que me encuentro, aún tenemos que frotarnos los ojos antes de pronunciar la frase. “Uno de los mejores equipos del mundo”. Para un equipo que hace una década se peleaba consigo mismo y había perdido la vergüenza y la identidad, llegar a ser algo así es como ser protagonista del cuento de la cenicienta. Solo falta esperar a que las campanas tarden mucho en anunciar la llegada de la medianoche, porque solamente entonces, cuando falte nuestro hada madrina, será cuando seamos capaces de valorar todo lo logrado. Más allá de jugar con un francés o hacerlo con un portugués, el debate debería centrarse en gracias a quién, el Atlético se ha consolidado en la cúspide. Cuando todos lo tengamos claro será el momento de empezar a autoexigirnos un poco de agradecimiento. El hambre voraz de este Atleti no ha tenido parangón en ningún momento de su más reciente historia.
sábado, 5 de noviembre de 2022
Pichichis: Amancio Amaro
jueves, 20 de octubre de 2022
Ahora me ves
jueves, 13 de octubre de 2022
Virguería
El virguero es un futbolista en extinción, es un tipo mal mirado por atrevido y por iconoclasta, es un hombre pegado a una pelota de cuero, es un jugador de póker que siempre va de farol y en su mirada vive el secreto de los dibujos animados con los que creció de niño. El virguero es un espíritu libre y un comandante de su propia vida, se acuesta en la cal, donde menos molesta, y tira diagonales con driblings y pases imposibles, con regates y caños, con disparos al ángulo y con centros de gol que suenan a música clásica.
La virguería va asociada al aplauso, a una canción eterna en la grada, al eco del recuerdo, a la posibilidad eterna, a la expectativa continua y a la esperanza vital. Y el virguero, el ultimo virguero, se llama Khvicha Kvaratskhelia, juega en el Nápoles y me tiene totalmente embelesado.
jueves, 6 de octubre de 2022
La unión hace la fuerza
En el distrito de Köpenick, dentro de la comarca de Obershöneweide, se encuentran apiñados un puñado de sueños, muchos de ellos, convertidos en realidad. Allí nació un equipo, bautizado como SG Union Obershöneweide en sus inicios y que fue tomando fuerza entre las clases obreras porque venía a representar un estrato más débil y con mucha demanda. Eisern Union, unión de hierro, fue su canto a la libertad, su manera de reivindicarse lanzando al viento una proclama. "Aquí estamos los trabajadores del acero, dispuestos a plantar batalla". Su mascota, Ritter Kelle, un sucedáneo de caballero andante, recorre los aledaños en las previas de partido y reparte ánimos desde la banda. Una vez más, estamos aquí.
Bajo la consiga de "Los fuertes ayudan a los débiles", miles de personas se unen en comunión cada dos semanas en la vieja cabaña del guardabosques, el estadio An Der Alten Forsterei, llamado así por integrarse dentro de un bosque al que acceden miles de hinchas en busca de noventa minutos de pasión y dos horas de divertimento. Allí, pese al avance de la tecnología, sigue luciendo el viejo marcador manual como un símbolo de los buenos tiempos y de que las tradiciones, mal que pese, jamás hay que dejarlas de lado. De hecho, fueron más de dos mil trescientos, los voluntarios que se prestaron para remodelar el estadio cuando este fue declarado en peligro de derrumbe. Cuatro mil seiscientas manos al servicio del club haciendo trabajos de albañilería, electricidad o fontanería, para adecuar un campo que les vio crecer como equipo y que termino de consolidarles como club.
De esta manera, cada día de Navidad, miles de aficionados acuden al estadio para celebrar el Weihnachtssingen; día de los villancicos. Todo surgió de manera espontánea cuando ochenta y nueve personas accedieron a las gradas en 2003 para cantarle a la Navidad y, casi veinte años más tarde, son más de veintisiete mil los que se unen en comunidad para dejar en el aire un eco especial. Al igual que lo hicieron en el verano de 2014 cuando el club les invitó a llevar sus sofás al césped del estadio para, a través de una pantalla, gigante, poder ver los partido de la selección alemana en el mundial de Brasil. Fueron setecientos cincuenta sofás los que poblaron el terreno de juego y más de un millar de aficionados los que disfrutaron viendo a su país levantar la copa del mundo mientras bebían una cerveza en aquel improvisado cuarto de estar.
A lo largo de su historia ha contado con treinta y ocho entrenadores, todos ellos europeos, siendo el actual, Urs Fischer, el que ha conducido al equipo a sus cotas más altas. Fue él quien, hace un par de veranos, se sentó con sus jugadores comenzada la temporada y consensuó cuáles eran los puestos que se debían reforzar. Porque en el Unión, todo se hace por consenso y en comunidad. Y si no, que se lo digan a Dirk Zingler, probablemente, su presidente más importante y quien tuvo que arrodillarse ante su gente cuando se descubrió que, entre 1983 y 1986, formó parte de un escuadrón de élite de la Stasi. Sacrilegio. Y es que el Unión fue siempre el equipo enemigo de las fuerzas del gobierno. Al final, como los buenos amigos, supieron perdonar las rencillas y, aunque el pecado de Zingler era grave, todo lo que había hecho por el club pesó en demasía y se le mantuvo con una mirada de reojo y un abrazo de soslayo. Ya te vale, tío.
En la esquina del estadio hay un bar, el Absetsfalle, donde se reúnen los hinchas más calientes antes del partido. Allí beben cerveza, departen sobre fútbol y rememoran el pasado. Y, sobre todo, miran al futuro. Y lo hacen desde el Waldseite, la grada sur orientada hacia el frondoso bosque. Cinco mil almas se pasan el partido en pie gritando consignas y cánticos de ánimo.
Y es que ellos fueron los precursores del Bleed for Union, Sangre para la Unión, una campaña de donación de sangre para venderla a bancos privados y así poder sacar dinero para ayudar al club a saldar una deuda que le amenazaba con la desaparición. Fueron miles los que dieron su sangre para la Unión y otros tantos quienes donaron parte de sus ahorros para permitir que el club de sus amores siguiera sobreviviendo.
Y son ellos los que mantienen, invariable, el espíritu indomable de una afición que siempre se vio por debajo de sus rivales y que, aún así, supo vivir por encima de las adversidades. Y es que cuando formaban parte de la liga de Alemania Oriental, se vieron pisoteados por el Dynamo de Berlín y cuando pasaron a disputar competiciones en la Alemania unificada, siempre fueron los hermanos pequeños del histórico Hertha. Por ello, cuando llegues a la vieja cabaña del guardabosques, no te comportes como un simple turista sino como un verdadero aficionado, deja los selfies y afina la garganta, nadie te afeará el gesto si te introduces en el bosque con tu bufanda en la mano y la voz desafinada.
Fue en el año sesenta y uno, tras el levantamiento del muro, cuando el Unión Obershöneweide, se seccionó en dos mitades. Una de ellas, rebautizada como Unión 06 Berlín, saltó el hormigón y buscó acomodo en el Berlín occidental, la otra, la que nos compete, se quedó en el Berlín comunista y siguió siendo Unión Obershöneweide hasta que, un lustro más tardes, pasó a denominarse FS Unión Berlin, nombre que mantiene en la actualidad más vivo que nunca mientras que su excisión se perdió con los años y las derrotas en las categorías inferiores del fútbol alemán.
Su estadio, el An Der Alten Forsterei, fue remodelado por su gente con una expresa condición, de las veintisiete mil localidades, tan sólo tres mil, las situadas en la zona noble, tendrían la condición de asiento, siendo el resto, casi veinticinco mil, localidad de a pie, no pudiendo sentarse para poder animar sin parar al equipo. Las entradas, además cuestan entre diez y quince euros, lo que invita a muchos berlineses a acudir al estadio y pasar dos horas inolvidables.
Esta estética del perdedor choca de frente con la voracidad a la que avanza el fútbol moderno. Ante el peligro de que el fútbol muera de éxito, los seguidores del Unión Berlín mantienen, intacto, el espíritu de aficionado más puro, aquel que acompaña al equipo más allá de las aspiraciones y más allá de los resultados, porque acompañar al equipo es estar con la familia, con los amigos y con el corazón siempre en el lado correcto del pecho.
Como una turba de lunáticos suicidas, los hinchas del Unión siempre se caracterizaron por su rebeldía y su rechazo a los autoritarismos. De esta manera, cada vez que les visitaba el temible Dynamo, ante una barrera de jugadores, ellos cantaban, de manera simbólica: "El muro debe derrumbarse", y todos sabían que, más allá de una falta directa, allí había un mensaje claro y conciso. Desde la caída del muro, ellos crecieron en masa social y en infraestructuras deportivas. Buscaron su lugar en las categorías inferiores y mientras vieron como el Dynamo se hundía en la miseria, ellos trataban de encontrar su sitio propio. Así, aquel ascenso a la Bundesliga en 2019 fue celebrado como un hito mayor, aquel primero gol de Andersson en Augsburgo, como un logro destacable y aquella primera victoria ante el Dortmund, como un momento inolvidable.
Aunque la verdadera apoteosis llegó con aquel gol de Kruse ante el Leipzig en el descuento que les situó en posiciones europeas por primera vez en su historia y es que aquel gol, más allá del logro deportivo, tuvo un logro simbólico puesto que significaba la victoria del fútbol popular frente al fútbol artificial fabricado por el dinero.
Y es que la gente del Unión odia al RB Leipzig con la misma pasión con la que ama a Karim Benyamina, a día de hoy el máximo goleador de su historia con ochenta y siete goles y cuyo número, el veintidós, no podrá lucir nadie hasta que se supere esta marca.
En su esencia de club peculiar, tendente al club de culto, el Unión Berlín tiene una tienda gasolinera dentro del recinto del estadio atendido por aficionados del equipo y donde se puede ver una ostentosa colección de pósters, banderines y camisetas. A medida que se avanza por el bosque, se va incrementando el olor a salchicha asada, puesto que el club pone, a disposición de los socios, varios puestos con barbacoa y cerveza. Son el máximo exponente del sistema cincuenta más uno imperante en Alemania y que viene a decir que todos los clubes deben tener al menos, el cincuenta coma uno de sus acciones en manos de sus socios y aficionados.
De esta manera quieren confrontar y hacer ver que el RB Leipzig es puro juguete de marketing, ya que allí los socios no cuentan y quienes tienen el cincuenta más uno de las acciones son los trabajadores de la compañía. Hacerse trampas al solitario es de tristes. Y ellos, que ya tocaron las narices de sobra a Erich Mielke cuando dirigía la Stasi y los designios del Dynamo de Dresde primero y Dynamo de Berlín después, no se van a dejar intimidar por los dueños de una fábrica de bebidas energéticas. Y es que si hay un producto que no se vende ni en la gasolinera ni en la tienda del estadio, es el Red Bull. El que lo quiera, a Leipzig. O a Salzburgo.
Y desde esa premisa de conservación de lo clásico, la Unión fomenta la solidaridad, el compañerismo, la comunidad. Ir al fútbol en familia, prestar tus manos en beneficio del club, mantener, intacto, el aroma de la fábrica de metal de la que salieron los primeros aficionados. Porque para animar a la Unión no se necesita la imperiosa necesidad de ganar un título si no la imperiosa necesidad de sentirse miembro de su comunidad. Un cuento de hadas cuyo final no está escrito pero cuya trama peligra seriamente en la jungla de asfalto en la que se ha convertido el fútbol moderno, más pendiente de la mediatización y la sobreexplotación que de la democratización.
Aficionados que, domingo tras domingo, escriben su propio guión y empujan al equipo más allá del resultado, brindando con cerveza en verano y vino caliente en invierno, celebrando el liderato de la Bundesliga sabiendo que, tarde o temprano, los gigantes le darán caza y el poderoso Bayern se comerá a todos los corderos. Pero mientras puedan seguir compitiendo con el lobo, seguirán cantando fuerte el "Eisern Union" al compás de la voz de Nina Hagen y atronando en aplausos, dibujando un eco que se transformará en hechizo para mantenerlos, por siempre jóvenes, en su casita al otro lado del bosque.
martes, 20 de septiembre de 2022
Mano de hierro y mandíbula de cristal
martes, 13 de septiembre de 2022
Conciencia de clase
Los comienzos de temporada no siempre son el termómetro indispensable para medir el logro final; son muchos los equipos que han empezado como una moto y han terminado como un triciclo oxidado. Lo que sí asegura empezar bien es, para los equipos menores, afianzar su promesa y, para los equipos de mayor enjundia, el aplomar la moral de sus perseguidores.
Para los
equipos de aspiración mediana e ínfulas de predisposición a la altura, un buen
comienzo significa un empuje anímico hacia la cima de la ilusión. Si hay un
puñado de equipos que reflejan hoy su ánimo en el terreno de juego son el Betis,
Villarreal, Athletic y Osasuna. La clase media.
Si
asimilamos que la ubicación en la parte de arriba de la tabla de los colosos se
asocia más al poderío brutal que al juego en sí, la presencia en el codo con
codo de estos equipos significa que el fútbol sigue guardando rincones para la
agradable sorpresa. Lo mejor de todo es que, más allá del resultado, lo que
queda en la retina es la propuesta. Estos equipos están plagados de futbolistas
jóvenes, rápidos, vigorosos y con un talento descomunal. De esta manera se
comprobará que, a medida que vayan ganando, su autoestima se disparará hasta
cotas insospechables. Es el premio al trabajo planificado en favor del
espectador. Otra cosa será cuando las exigencias les coloquen en la disyuntiva
y lo que hoy son agradables alabanzas por la sorpresa se conviertan en agudas
obligaciones por la continuidad. Será en aquel momento cuando se distinga la
pasta de un equipo grande con la fragilidad de un invitado sorpresa.
miércoles, 7 de septiembre de 2022
Fútbol total
El fútbol total del Ajax se basaba en un sistema de presión asfixiante. Hasta entonces ninguna defensa se había atrevido a utilizar el fuera de juego como parte del sistema defensivo, pero el Ajax estaba dispuesto a ir más allá de todo orden establecido y se aferró al ataque continuo para ganar un partido tras otro.
Michels y sus jóvenes discípulos ya
habían propuesto sus intenciones dos años atrás, pero el trabajado catenaccio
italiano había dado de bruces al equipo con
En la final de 1969 al equipo le había faltado aplomo y habían chocado una y otra vez contra el muro defensivo italiano. Al mismo tiempo, habían sido incapaces de detener la fabricación creativa de Gianni Rivera y se habían visto machacados por culpa de los centros letales del portador de la magia italiana. Aquel Ajax de dos años antes era bisoño e inocente, ambicioso pero falto de experiencia en partidos de verdad y para pulir aquellos defectos, Michels viajó de nuevo a las galerías de fabricación de promesas del club y regresó de la mano de Ruud Krol y Gerry Mühren.
Ambos jugadores terminaron por aportarle al equipo la dosis de solvencia que necesitaba para dominar y cuajar los partidos desde el principio hasta el fin. Krol en tareas defensivas y Mühren ayudando en la labor del centro del campo, formaron un ala izquierda irrepetible que permitió a Keizer convertirse en uno de los mejores extremos del momento. Todas las piezas del puzzle estaban encajadas y tan solo faltaba recorrer el camino y triunfar como estaba previsto.
Tras humillar a sus rivales en la
liga holandesa disputada entre 1969 y 1970, el Ajax obtuvo de nuevo el derecho
a participar en
El rival en segunda ronda fue el Basilea. Un equipo suizo que integraba los valores futbolísticos de la vieja escuela europea; alegría con el balón y distribución mesurada. El Ajax simplemente lo barrió. Con un juego espectacular, los jugadores suizos anduvieron buscando la pelota durante los ciento ochenta minutos que duró la eliminatoria, pero todos los esfuerzos fueron vanos porque el Ajax se hizo dueño de su tesoro desde el minuto uno y controló los partidos y el marcador a su antojo. Pero tampoco era el Basilea un rival de campanillas por lo que aquella nueva victoria volvió a alejarse de la épica y tuvieron que esperar a su siguiente rival para hacerse acreedores de un nombre en el panorama futbolístico internacional.
Y el siguiente rival ya fue cosa seria. El bombo caprichoso quiso enfrentarles, tras un sorteo dispar, ante el Celtic de Glasgow escocés. El mismo equipo, aún dirigido por el maestro del banquillo Jock Stein, que había dado buena cuenta de las ideas conservadoras de Helenio Herrera en 1967 y el mismo equipo que en la última final tuvo que rendirse ante la evidencia de un fútbol que emergía desde el norte de Europa para imponer un nuevo estilo de juego y colectividad.
Igual que había hecho el Feyenoord el año anterior, el Celtic terminó por agotar sus fuerzas y sus recursos ante un fútbol que nunca se cansaba de pedir la pelota. El Ajax terminó tumbando al Celtic por insistencia y ambición y se plantó en semifinales del torneo por segunda vez en tres años consiguiendo, esta vez, sí, que toda Europa hablase de las cualidades de un equipo que jugaba al fútbol a mil por hora.
El penúltimo rival y último escollo de cara a alcanzar la final del torneo continental más prestigioso, iba a ser el Atlético de Madrid. El equipo de la capital española, siempre a la sombra de los éxitos y gloria del Real Madrid, intentaba madurar un embrión con una columna vertebral totalmente española y con un fútbol totalmente distinto al propuesto por el Ajax. Al Atlético le gustaba esperar, no perder la paciencia, robar en el centro del campo o más atrás si era menester, y salir endiablado en busca de un contragolpe letal. En su visita a Madrid, el Ajax se encontró con un equipo que no temió sus embestidas y no encontró el hueco donde meter el último pase de cara al gol. Sufrieron una derrota inesperada y todos se confabularon de cara a un partido de vuelta que pintaba más a venganza que a clasificación histórica.
En el partido de vuelta el Atlético se encontró con una afición entregada y con un equipo sediento de gloria. Tres a cero fue el resultado final y todos se pusieron de acuerdo a la hora de denominar al Ajax como el equipo que mejor jugaba al fútbol dentro del panorama internacional. Sus constantes apoyos, su dominio total de la pelota, su presión asfixiante y la facilidad con la que cada uno de sus miembros era capaz de tratar el balón, le convertía en el auténtico rival a batir dentro del panorama europeo.
En la final, Michels se encontró con el ídolo de su juventud. Puskas, que había sido un goleador implacable y un futbolista de los buenos de verdad, había abandonado el fútbol pocos años atrás para iniciar un peregrinaje por los banquillos europeos. Y en uno de sus primeros viajes llegó a Atenas y se quedó para vivir y para dirigir al Panathinaikos, uno de los equipos de la capital griega y donde impuso su magisterio y sus extraordinarias dotes de mando.
El Panathinaikos, que hasta entonces
había sido una mera comparsa en el plano futbolístico europeo, alcanzó una
histórica plaza en la final de
A Michels le iba a doler derrotar a la persona con quien tantas veces soñó de joven y tantas veces intentó imitar en vano desde su posición de delantero centro. Michels había sido un goleador consagrado pero con escaso acierto a la hora de invertir en fama mundial. Su nombre no había salido más allá de Holanda y en unos años en los que el fútbol y el triunfo eran propiedad privada de los equipos del sur, nadie se había preocupado de viajar a Holanda y buscar en la lista de jugadores referentes del país el nombre de un tal Rinus Michels.
Por todo ello y ahora más que nunca, a Michels le hacía especial ilusión conquistar el más preciado trofeo y convertirse en dueño de los triunfos que tanto soñó de niño y que nunca pudo alcanzar durante sus años como futbolista profesional. Y para Michels, ganar pasaba por ser más rápidos, más fuertes y más certeros y no había mejor demostración de rapidez, fuerza y ejecución que la de tener el balón en propiedad durante los noventa minutos del partido.
Puskas, que se vanagloriaba de ser
uno de los supervivientes de la mejor escuela de fútbol que jamás había pisado
un campo de fútbol, nunca pudo esperarse el azote físico al que sus jugadores
fueron sometidos aquella noche. Para él, el fútbol consistía en jugar el balón de
la manera más práctica posible y así, rodeado de los mejores jugadores que
había dado el deporte del balompié, Puskas había creado dos escuelas
legendarias; una en
Van Dijk primero y Haan después, sellaron un triunfo histórico y pusieron al Panathinaikos en el lado de los perdedores históricos. Aunque Panathinaikos, Puskas y Michels aparte, aquella noche, bajo una luna inglesa que iluminaba tenuemente la solemnidad del estadio de Wembley, será recordada por todos como la consagración de un fútbol que rompió con todas las tradiciones que se habían impuesto desde el principio de los tiempos; un fútbol sin sistema, sin ubicación y sin puestos definidos. Un fútbol de guerra. Todos atacan y todos defienden. Había nacido “El Fútbol Total”.
jueves, 1 de septiembre de 2022
Cyborg
lunes, 29 de agosto de 2022
Última oportunidad
Para entender el valor de un futbolista hay que analizar siempre el contexto en el que juega. Hay grandes futbolistas que se convierten en gigantes cuando se rodean de los mejores, caso De Bruyne. Y hay otros futbolistas a los que la compañía les empequeñece porque gustan más de destacar que de convertirse en complemento. Caso Grealish.
Otros, a medida que van progresando van consiguiendo
que el equipo vaya creciendo en torno a ellos. En este aspecto, Messi y
Cristiano son dos ejemplos superlativos; ninguno de los grandes logros
alcanzados por Barça y Madrid durante la última década y media se entendería
sin ellos. Pero existen futbolistas de un segundo o tercer escalón que han
conseguido, por sí mismos, ser considerados futbolistas top por su capacidad
para aparecer en el momento preciso.
Pero existe aún un futbolista a medio camino entre el
bien y el mal, entre la promesa y la realidad, entre el quiero y el puedo. Un
tipo que, durante los diez últimos años ha llenado portadas y ha intentado
llamar a la puerta de la cima durante más de una ocasión pero, por hache o por
be, no ha terminado de cuajar un partido grande de verdad a un alto nivel de
exigencia. Vale que ganara enteros en una Real Sociedad en la rampa de ascenso,
pero durante aquel trepidante año vivió a la sombra del pie de Mikel Merino y
las apariciones portentosas de Oyarzabal.
Martin Odegaard ha sido, Haaland aparte, el mayor
talento surgido del fútbol nórdico durante los últimos quince años. Para
analizar el impacto de su juego en aquella adolescente Real de Imanol, habría
que tener en cuenta los factores psicológicos que atenazaban a aquel equipo. Era
un equipo sin timón, con tendencia a partirse en dos, con mucha fragilidad
atrás y mil dudas en cuanto al verdadero valor de su exigencia. Con ello,
comprobar de qué manera Odegaard encajó como un guante en aquel equipo, resultó
completamente conmovedor.
Mientras el Madrid buscaba un relevo generacional a
Kroos y Modric, Odegaard mandaba señales de esperanza desde San Sebastián. Por
ello se confió en él. En un verano, el de 2020, en el que la situación pedía
prudencia, el Madrid se reforzó con su llegada a pesar de que él pedía un año
más de fogueo en San Sebastián. No se equivocaba. El tiempo y las exigencias
pudieron con su cabeza y su fútbol se diluyó al tiempo que San Sebastián suspiraba por su regreso y desde
Inglaterra le tentaban con cantos de sirena. Todo su talento pareció
desaparecer el día que le obligaron a sustituir a todo un balón de Oro. Nadie,
de los que han llegado, ha sido aún mejor que Modric y probablemente nadie de
los que llegue con posterioridad sea capaz de igual al croata, pero no por
ello, hemos dejado de creer que algún día llegará el momento en el que Odegaard
sea capaz de resucitar de nuevo y decir: “Por eso me marché del Madrid”.