lunes, 20 de septiembre de 2010

Derribando la puerta

Dijo Camacho, el día que fue presentado como entrenador del Real Madrid, que el canterano que quisiera jugar en el primer equipo debía ser capaz de derribar la puerta. Hacía referencia al nivel de exigencia del equipo y al ejemplo de los únicos tres tipos que se habían acomododado en el once titular del equipo en el transcurso de los últimos años; tipos con talento, con fe y con una idea muy clara de lo que era jugar en la élite.

En el rival, unos años antes, había debutado un chaval de rostro imberbe, pecoso y ojos de niño travieso. Entre dudas y odas, entre promesas y realidades, el niño fue quemando etapas con el hambre de quien desea poner encima de la mesa todas las cartas ganadores sin haber revisado antes el estado de la partida. Su carta de consagración, su plan definitivo de choque, se presentó una soleada tarde de otoño en el estadio Ruiz de Lopera de Sevilla. Se acuñó hacia el borde del área, levantó la mano y pidió el balón. Le llegó un centro de quaterback e hizo lo que su cabeza le pidió que hiciera. Ideas así merecen admiración, remates así merecen asombro.


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