Los comienzos de temporada no siempre son el termómetro indispensable para medir el logro final; son muchos los equipos que han empezado como una moto y han terminado como un triciclo oxidado. Lo que sí asegura empezar bien es, para los equipos menores, afianzar su promesa y, para los equipos de mayor enjundia, el aplomar la moral de sus perseguidores.
Para los
equipos de aspiración mediana e ínfulas de predisposición a la altura, un buen
comienzo significa un empuje anímico hacia la cima de la ilusión. Si hay un
puñado de equipos que reflejan hoy su ánimo en el terreno de juego son el Betis,
Villarreal, Athletic y Osasuna. La clase media.
Si
asimilamos que la ubicación en la parte de arriba de la tabla de los colosos se
asocia más al poderío brutal que al juego en sí, la presencia en el codo con
codo de estos equipos significa que el fútbol sigue guardando rincones para la
agradable sorpresa. Lo mejor de todo es que, más allá del resultado, lo que
queda en la retina es la propuesta. Estos equipos están plagados de futbolistas
jóvenes, rápidos, vigorosos y con un talento descomunal. De esta manera se
comprobará que, a medida que vayan ganando, su autoestima se disparará hasta
cotas insospechables. Es el premio al trabajo planificado en favor del
espectador. Otra cosa será cuando las exigencias les coloquen en la disyuntiva
y lo que hoy son agradables alabanzas por la sorpresa se conviertan en agudas
obligaciones por la continuidad. Será en aquel momento cuando se distinga la
pasta de un equipo grande con la fragilidad de un invitado sorpresa.
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