martes, 6 de noviembre de 2018

El descenso del Sinaí

La magia, como extrapolación del arte más conceptual, se pierde cuando se apaga la luz. Cuando las lesiones acechan, el miedo es sólido y las expectativas insuperables, es cuando llegan las dudas y con ellas, la incapacidad. Muchas veces hemos soñado tan grande que no somos conscientes de que hemos alcanzado nuestro tope y cuando nos piden un paso más somos incapaces de darlo porque sabemos que, otra zancada y nos espera el precipicio.

Cuando el Barcelona amenazó con generar tendencia y encumbrar un equipo de leyenda, Florentino regresó al Madrid como un elefante lo hace en una cacharrería; mucho ruido y, a ser posible, las mejores nueces. Llegaron Xabi Alonso, Albiol y Arbeloa como referentes del núcleo ganador de la selección española, llegó Benzema como representante del fútbol del futuro y llegaron, en loor de multitudes, Cristiano Ronaldo y Kaká, como dos muescas más en esa carrera particular por fichar a todo balón de oro viviente.

El portugués, por carácter y propensión, era una apuesta casi segura, pero si alguien ilusionaba de verdad a la parroquia blanca era Ricardo Izecson dos Santos Leite. Dibujante de sueños y aparejador de élite en el gran Milan de Ancelotti, Kaká había sido el gran sueño mojado del defenestrado presidente Calderón, aquel que le hizo ganar sus elecciones y el mismo que, al mismo tiempo, le hizo perder el crédito ante la imposibilidad de afrontar tamaña operación.

El dinero, cuando es por castigo, es el mejor conducto de comunicación global. Cuando Florentino llamó a San Siro, sabía que le abrirían las puertas que le cerraron a su antecesor y sabía, también, que de un plumazo se quitaba dos fantasmas; el de su propio fracaso y el de la duda generada por el "golpe de estado" asestado al anterior presidente. De golpe, volvían a abrirse las aguas del mar rojo y el madridismo volvía a soñar con su particular Sinaí.

Lo que ocurrió después fue la historia de un fracaso inusitado por más que se quisiera edulcorar la trayectoria. Kaká nunca encontró la dinámica, ya fuese por lesiones, ya fuese por falta de confianza. De repente, el chico de la zancada prodigiosa y la conducción maravillosa, se había convertido en un hombre timorato que no sabía qué opción elegir. Cuando creía que los fantasmas eran el eco de una primera y difícil temporada, llegó Ozil para terminar de comerle la tostada y mandarle al ostracismo de las operaciones fallidas.

Rebotado por incomparecencia y sumido en el miedo de las dudas, terminó regresando al lugar donde encontró el amor sin saber que su corazón ya no era el de un apuesto caballero. Intentó reencontrar su sitio más su fútbol se había perdido en algún callejón cercano a San Siro. En su camino hacia atrás voló hacia norteamérica y quiso encontrar acomodo en la glamourosa MLS. Nada salió como esperaba. Los años dorados se habían apagado como un sol otoño, cuando el recuerdo de un bonito verano no es más que la nostalgia de lo que podríamos haber llegado a ser.

Kaká fue muy grande, y así lo reconoció el mundo, pero la grandeza, como parte del éxito, es una condición que obliga a la excelencia. Y camarón que se duerme, como dice el refranero, se lo lleva la corriente.

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