lunes, 20 de febrero de 2012

Cambio de escenario

Pocos futbolistas pueden resumir su vida futbolística en una caida tan picada desde lo más alto hacia lo más bajo como Gaizka Mendieta. El hijo de un antiguo portero del Castellón debutó en Primera División con el Valencia a mediados de la década de los noventa como un lateral discreto. Parecía un tipo correcto, con un buen pie, no demasiada velocidad pero mucho oficio para desenvolverse en su zona. Poco más. Pero había más, mucho más.

La llegada de Ranieri supuso una revolución para un Valencia que vivía sus peores días después del mandato de Paco Roig. Con un equipo desnaturalizado, una afición desencantada y unos objetivos perdidos en el baúl del olvido, Ranieri reinventó un equipo que, como por arte de magia, comenzó a ganar. Quizá algunos recuerden aquel tres a cuatro en el Nou Camp en uno de aquellos partidos del lunes que transmitían en Antena 3. Fue una remontada gloriosa, y ahí arrancó el gran Valencia que culminó en el doblete de Benítez. Pero allí arrancó algo más, arrancó en grande un futbolista rubio, antes lateral y que ahora, sin saber de dónde había salido, se comía el campo. En el cinco, dos, tres de Ranieri, Mendieta podía ocupar cualquier posición en el campo. Eran Mendieta y diez más. Un día carrilero derecho, otro día izquierdo, otro día cerebro, otro mediapunta y otro extremo. En todos los partidos era el mejor. Que se lo rifaran los grandes de Europa era cuestión de tiempo, claro. Como así fue.

Tras una exquisita temporada, ya con Cúper en el banquillo, en la que juega de interior derecha y conduce al Valencia a la final de la Copa de Europa, llega la mareante oferta del Real Madrid. Una oferta irrechazable para cualquier equipo salvo, quizá, para Valencia y Atlético (recuerden el reciente caso Kun Agüero). Con el futbolista loco por la música y el Valencia temeroso de sufrir una revuelta popular, se acepta una buena oferta del Lazio italiano que obligaría al futbolista a reinventarse una vez más. Pero no lo consiguió. No fue el único miembro de aquel inolvidable centro del campo del Valencia que emigró ante el poder del dinero. Farinós y Kily González marcharon al Inter y Gerard López al Barcelona. Todos recordamos cómo les fue a los cuatro.

Pero lo de Mendieta fue más sonado porque él era la gran esperanza del fútbol español. Tanta era su aureola que el presidente del Valencia, Pedro Cortés, llegó a decir que él era el murciélago del escudo del Valencia. Casi nada. Presentado como la gran estrella de nuestra selección en la Eurocopa del año 2000, tuvo que claudicar, manos en la cadera y mente en su futuro reto, ante la Francia de Zidane y compañía. No hizo un mal torneo, lo peor de todo, y lo que él no se esperaba, es que sería su última gran aparición a nivel internacional.

En Roma sufrió un calvario. Si en Valencia había sido capaz de adaptarse a cualquier posición, en el Lazio no fue capaz de ubicarse en ninguna. Ni organizador, ni interior, ni mediapunta, ni segundo delantero. Ni siquiera como lateral. Ya no era un futbolista especial, ni siquiera un futbolista cumplidor. Su escarceo fallido con el Madrid, la presión añadida por el precio de su fichaje y un fútbol que no le convenía, terminaron por mermar la cabeza de un talento incomparable. Dejó de funcionar la cabeza y dejaron de funcionar las piernas. Pudo haber encontrado un oasis de paz en su regreso a la liga española jugando como cedido en el Barcelona, pero ni por esas fue capaz de reecontrarse.

Su retiro dorado llegó en Middlesbrough. Allí volvió a ser un tipo discreto, un centrocampista cumplidor que sabía dar pases en largo y llegar a gol desde segunda línea. Ganaba algún partido, perdía algunos más y jugaba alguna final como aquella de la Uefa contra el Sevilla. La prensa ya no se acercaba a él y ningún otro equipo estuvo dispuesto a ofrecer de nuevo cinco mil millones de las antiguas pesetas. Se acababa el fútbol y comenzaba una nueva vida.

Acomodado en la pequeña localidad inglesa de Yarm junto a su novia, Mendieta cambió el balón por los vinilos. Descubridor de bandas sonoras desconocidas en cada uno de los vestuarios por los que pasó, la música le debía de nuevo un lugar en el olimpo. Todo empezó con una canción de Los Planetas ("he puesto la tele y había un partido y Mendieta ha marcado un gol increíble..."), y continuó, com punto y seguido, con su intervención ante la masa que abarrotaba la última edición del Festival Internacional de Benicassim. Si alguien, mientras baila, ve sobre el escenario a un tipo rubio, equipado con unos cascos y moviendo las manos con soltura en una mesa de mezclas, que no olvide que durante unos meses fue el jugador más importante de Europa. Ha cambiado de escenario. Entonces era un todoterreno con un número seis a la espalda, ahora se le conoce por DJ Mendieta.

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