viernes, 9 de enero de 2009

El diamante negro

Algún avispado periodista le vio disputar un remate y quedó impresionado con la soltura de su juego, le apodó “el hombre de goma” y trató de explicar lo que había visto sin alcanzar el verbo correcto en sus descripciones. Hubo otro que, años después, creyó contarle seis piernas. En cada acrobacia dejaba un gol y en cada golpe de balón dejaba el aroma de un poeta del fútbol. Delanteros mágicos hubo muchos en Brasil, pero sólo Leónidas da Silva fue el primero.

Leónidas fue el primer gran goleador brasileño de la era mundialista. Heredero de la popularidad del gran Artur Friedenreich, el joven delantero afinaba la puntería por instinto y anotaba por pura condición. En sus dos participaciones en campeonatos del mundo anotó ocho goles y se convirtió en el mayor ídolo de masas de un Brasil en una acuciante crisis de identidad.

En Brasil, fue campeón con todos los equipos en los que jugó y por ello, sigue siendo símbolo inmortal de Vasco, Botafogo, Flamengo y Sao Paulo. No había nadie más. Hasta la llegada de Ademir y Zizinho ningún otro futbolista se atrevió a hacerle sombra y, cuando estos llegaron, en su esencia dejaron más la impresión de haberse convertido en alumnos del gran Leónidas que en auténticos aspirantes a su cetro de genialidad.

En 1938, Brasil era un estado sumido en un continuo enfrentamiento regionalista. Como vía de escape a las consignas antipatria, el gobierno intentó reclamar la necesaria asistencia a la participación del equipo nacional en la copa del mundo que se celebraría en Francia. En una época en la que el marketing no existía ni como palabra, los mandatarios hicieron una llamada a la unión encargando objetos conmemorativos. La gente, sofocada por la miseria y la crisis constante, podía acceder por unas pocas monedas a los pequeñas figuras de plástico, colecciones de sellos o banderines fabricados para la ocasión. Como principal reclamo, un nombre. Como principal estrella, un hombre. Leónidas da Silva era genio, figura y delantero centro de un equipo que aún vestía de blanco y soñaba con conquistar el mundo a través de una pelota de cuero.

De todo esto, acontecimientos, situaciones y necesidades, apenas le quedaba constancia a Leónidas los días previos a su muerte. Un caluroso día de verano del año dos mil cuatro, mientras la humedad del ambiente calaba el ánimo de los presentes, Leónidas le cedió su último turno al Alzheimer y se dejó ganar una partida que llevaba años perdiendo. Había vivido noventa años y había jugado al fútbol casi treinta, siempre como una eminencia, como un ejemplo a imitar y como un ídolo de masas.

Una carrera que, profesionalmente, comenzó lejos de su tierra. Enrolado ya en las filas del modesto Bonsuesso y cuando intentaba dar por válidas las premisas que le presentaban como uno de los más firmes candidatos al futuro reinado del fútbol, se embarcó junto a sus compañeros en un viaje hacia Uruguay. Cruzar la frontera, calzarse las botas y empezar a embocar goles fueron todo uno. A lo lejos, un viejo dirigente de Peñarol, observaba pacientemente las acrobacias de aquel joven descarado. Un par de días después se acercó a línea de cal, le tendió una mano y le ofreció un contrato. Leónidas se quedó en Uruguay y, vistiendo la camiseta de Peñarol aprendió a vivir con los más grandes, a conocer las victorias más disputas y a competir. Cuando regresó a Brasil, se había convertido en un hombre de mirada segura, zancada precisa y remate vital. Y allí se quedó durante veinte años más. Y tanto se le adoró que, cuando cumplidos los treinta años, fichó por Sao Paulo, setenta y cuatro mil setenta y ocho espectadores rebosaron las gradas del estadio Pacaembú, cifrando un record de asistencia aún no superado.

A Leónidas se le atribuyen muchas inventivas y una innovación. Cuentan que fue el primer delantero en convertir el remate de chilena en arte ejecutoria. Las bicicletas, como eran conocidas en Brasil, llegaban cuando casi nadie lo esperaba, en un balón perdido, en un centro nacido para un cabezazo, en un rechace alborotado. Entonces aparecía la figura esbelta de Leónidas, espalda fornida, cabeza erguida y piernas de bailarín. La tijera, arriba y abajo, se ejecutaba de manera precisa, el golpeo era asombroso y el gol se convertía en la guinda perfecta del pastel. La gente, más asombrada que feliz, solía llevarse las manos a la cabeza segundos antes de celebrar alborozados lo que se había convertido en el gol más maravilloso que habían visto jamás.

Le contaron, aunque él ya no lo recordaba, que en el penúltimo partido de aquel mundial del treinta y ocho, el seleccionador brasileño tuvo la insensata idea de reservarle. En el ejercicio de su propia lógica, Ademar Pimhenta consultó su oráculo y la realidad le dijo que solamente en Leónidas da Silva residía en verdadero secreto del éxito. En el que debía ser partido previo a la final, Pimhenta fue claro y arriesgó su baza prescindiendo de su mejor naipe; “Leónidas, usted hoy no juega. Le quiero a tope para jugar la final y no puedo correr el riesgo de exponerle a la dureza italiana”. Dicho y hecho. Leónidas no jugó la semifinal e Italia destrozó las ilusiones de un equipo invicto. La derrota supo al mayor de los fracasos y Pimhenta tuvo que planificar con detalle su regreso a Brasil, donde le esperaban con la garganta afilada y los puños apretados. Por ello, en el partido por el tercer y cuarto puesto, Leónidas tuvo a bien limpiar el prestigio de su seleccionador y anotó el gol definitivo ante Checoslovaquia que colocaba a Brasil en el podio de honor del torneo. Total, cuatro partidos jugados y siete goles anotados. Para la estadística, un record a superar. Para la leyenda, el número de un jugador impagable.

Aquel mundial le convirtió en mito, sus goles y trofeos lo convirtieron en un Dios. Brasil se tiñó del color de la camiseta que Leónidas vestía para cada ocasión y en los comercios se convirtió en habitual ver impresa la cara del goleador. Su tez tostada le dio señas de identidad y el valor de sus acciones le convirtió en inversión segura. Fue por ello que la prensa, más dada al populismo que a la noticia, le apodó “El Diamante Negro” y en el sobrenombre se basaron los fabricantes de chocolate, tabaco y caramelos para lanzar una campaña comercial en nombre del ídolo de masas. Los jóvenes, apurados por la desgana e incentivados por los sueños de fortuna, acudían a los despachos de esquina y callejón para pedir una cajetilla de cigarros o una tableta de chocolate, ambos, claro está, de la marca “Diamante Negro”, no fuese que al comprar otro producto le estuviesen dando la espalda al lecho de sus ilusiones.

Leónidas jugó muchos partidos antes de colgar las botas. Marcó cientos de goles y levantó decenas de trofeos. En las calles, cada paso era agasajado de caricias y colmado de honores. Firmó autógrafos, regaló retratos y sonrió muchas más veces de las que pudo. Todo empezó aquella nublada tarde uruguaya cuando se enfrentó a Peñarol y terminó una cálida tarde brasileña cuando anotó sus últimos goles para Sao Paulo. Hubo cientos de partidos y cientos de detalles. Para el recuerdo y como cima de su imparable escalada, queda aquel partido donde se dio a conocer por siempre; el día en el que Francia les recibió con una tormenta infernal, el campo se convirtió en puro barro y los polacos, a los que tenía enfrente, se dedicaban a achicar balones e intentar vivir del rechace. Leónidas, pegado al barro y empapado hasta los huesos, recordó los antiguos partidos de su infancia y acudió a la banda para descalzarse. Dejó las botas junto a la banda y regresó al campo. Media hora después había anotado cuatro goles y dejado el aroma de un futbolista único. Aquel fue su primer milagro. Después vendrían muchos más. Como vendrían muchos buenos jugadores. Y es que delantero buenos en Brasil ha habido muchos, pero solamente Leónidas fue el primero.

6 comentarios:

Lucho dijo...

Cierto, delanteros de Brasil ha habido muchos y muy buenos; pero Leónidas como tantos otros hubiese sido mucho más grande en la época actual. Gran desgranaje de este gran jugador. No conocía tu blog, lo agregó a mis favoritos. Saludos!!!!

piterino dijo...

Lo más destacable de Leónidas fue su carácter de precursor de muchas cosas, sobre todo de los grandes goleadores brasileños a nivel internacional. Hay bastante literatura (en sentido literal y figurado) sobre el tema, pero por lo que sé, no fue el inventor del remate de chilena (su nombre ha de ser revelador) pero sí quien lo hizo célebre en el escaparate sin igual que es un Mundial.

Otro brillante post, un saludo.

NoTe dijo...

Una historia que desconocía. Brillante en volver a traerla al recuerdo. Saludos!

http://doble-5.blogspot.com

Ángel R. dijo...

Buenas,no conocia la historia,saludos!
www.atleti1903.blogspot.com

Fran Ortiz dijo...

Impresionante!!

Leyendo este post me has hecho saber un monton de cosas que ni me imaginaba.

Tienes una capacidad de argumentación increible.

Si quieres comentarme algo pasate x mi blog http://www.eldeportedefran.blogspot.com

Mariano J.Camacho dijo...

Leonidas fue un genio, ya tuve la oportunidad de realizar su biografía en Futbol Factory y como bien dices aunque Friedenreich rompió muchas barreras y no podemos olvidarle, Leónidas fue un único. En cuanto a la chilena hay generada mucha controversia, lo que es seguro que fue el primero en enseñársela al mundo. Gran post amigo.