jueves, 26 de agosto de 2021

Pichichis: Vavá

Los equipos pequeños tienen sueños pequeños, pero sus logros, aunque sean menores, son más recordados que otros, porque en las limitaciones de su capacidad, reside el mérito de quien encuentra un premio cuando sólo busca sobrevivir en una jungla llena de fieras. Hay equipos sin títulos, pero con mucha historia, porque la historia no la escriben sólo las copas, sino que lo hacen los futbolistas que hacen felices a miles de personas. Esa sonrisa, ese aplauso, esa manera de ganarse un puesto como leyenda en el imaginario colectivo, es un premio tan grande como un título, porque las copas son muestras de salón, pero los momentos perviven para siempre en la memoria.

El Elche jugó su partido más memorable una calurosa tarde de abril de 1966. Aquel día el equipo no se jugaba un título a nivel individual, pero el público llenó Altabix para lograr empujar en su primer gran título colectivo. Uno de sus jugadores, Vavá, necesitaba un gol para proclamarse vencedor del trofeo Pichichi. Lo que puede parecer un logro menor, era, para un ciudad humilde en términos futbolísticos, todo un hito. En una liga en la que los grandes lo devoran todo, dejar un pequeño bocado para un equipo como el Elche, era todo un manjar suculento.

Vavá era un chico de pueblo, que jugaba con el alma y le pegaba con el corazón. Un delantero de corte antiguo que se desinteresaba de la elaboración de la jugada y buscaba el espacio para ir con todo y buscar el gol sin contemplaciones. Cuando llega aquella última jornada de liga, ante el Valencia, Vavá lleva dieciocho goles, los mismos que Luis Aragonés, del Atlético. Quien marque más goles aquel último día, se alzará con el Pichichi. El Elche se jugaba la gloria y el Atleti se jugaba la liga. Objetivos distintos, logros memorables.

Cuando Suco adelantó al Valencia mediada la primera parte, el entrenador, Heriberto Herrera, frunció el gesto y supo que aquello sólo lo podía salvar su goleador. Los equipos no se jugaban nada, pero él sí. Porque Vavá llevaba mucho tiempo jugándose algo con el objetivo de ser futbolista. Destacó en el Béjar industrial cuando, con sólo dieciocho años, llevó al equipo a jugar por el ascenso a Segunda División. Y destacó más tarde, en el Deportivo Ilicitano, cuando logró que el filial del Elche ascendiera a Tercera. Había dado un paso atrás, sí, pero era para tomar carrerilla, porque cuando el Elche vendió a todos su goleadores y se vio sin dinero para fichar a alguien de garantías, al entrenador Otto Bumbel se le ocurrió subir al delantero del filial y aquella decisión cambiaría el rumbo del club.

Porque el Elche, con Vavá, llegó a jugar una final de Copa. Y es que, claro, era un gran Elche. Allí estaban, también, Asensi, Llompart, Serena y Lezcano. Grandes peloteros capaces de hacer vibrar a la ciudad como nadie ha vuelto a hacerlo desde entonces. Perdieron aquella final, pero ganaron un puñado de ídolos. Tras aquella derrota ante el Athletic de un joven Javier Clemente, quien decidió la final con una bonita jugada, la ciudad se descubrió ante un equipo irrepetible y ante un delantero que no paraba de tirar desmarques y peleaba cada pelota como si fuese la última.

Y es que Vavá entendía el fútbol así, como un ejercicio de supervivencia. Y aunque aquel partido contra el Valencia no estuviese saliendo de cara, él siguió peleando cada pelota hasta aquella famosa jugada de Romero en las postrimerías del partido. Pero antes Lezcano ya había perdonado dos goles y antes aún, el propio Vavá había intentado, sin suerte, rematar de manera lejana. Porque lo suyo era un ejercicio constante de fe. Ya lo había demostrado en aquella primera pretemporada con el primer equipo en el que se ganó la titularidad con goles, premio que confirmó como merecido el día que debutó en Primera, contra Las Palmas de Tonono, Guedes y Germán y Gilberto, todo un equipazo, marcando el gol de la victoria del Elche. Había nuevo ídolo. Un ídolo que fue más allá y que, cuando Altabix fue derribado, compró un piso en el edificio construído sobre el terreno, para poder morar allí el resto de su vida. Un ídolo que fue el primer jugador en el historia del Elche en vestir la camiseta de la selección española. Un ídolo que, cuando vio que no podía darle más al club, se marchó a La Coruña para decirle adiós a la élite y llorar sus recuerdos lejos del Mediterráneo.

Mientras Romero conducía la pelota y él tiraba su último desmarque, recordó que aquella había sido una temporada extraordinaria. De sus dieciocho goles, siete habían sido ante los diez primeros de la liga. El resto, casi todos, habían valido puntos y los que no, habían dejado el poso de un delantero de verdad. El chico, al que llamaban Vavá, en realidad se llamaba Luciano Sánchez y había recalado en el Deportivo Ilicitano en el verano de 1963. Desde entonces había trabajado, luchado y soñado. Siempre con fe, nunca con miedo. En su primera temporada jugó diecinueve partidos y anotó diez goles. Una cifra nada desdeñable. Y pensaba en cada uno de aquellos goles cuando Romero ganó la línea de fondo y le puso el balón en bandeja. No hacía muchos minutos que, con cero a uno, Pazos le había parado un penalti a Guillot. Aquello había servido de revulsivo para el equipo, volcado ahora en pos de la victoria y con una pelota viajando por el aire para que él pudiese ejecutar su mejor especialidad, el remate de cabeza. Tantos buenos cabezazos que le terminaron sirviendo para ser internacional, para ser pretendido por los grandes, para terminar convirtiéndose, quizá, en el jugador más recordado en la historia del Elche.

Le quedaba un gol para superar a Luis Aragonés, el delantero del Atlético de Madrid, el equipo en el que se fijaba de joven porque allí jugaba un brasileño llamado Vavá y con el que todos le comparaban en su Béjar natal. Porque aquel Vavá, como él, era fuerte, valiente y tenía el gol entre ceja y ceja. Así que el pequeño Luciano pasó a convertirse en Vavá para sus paisanos. Un viajante de calzado de Elche, que pasaba unos días en Béjar por motivos laborales, se pasó por el campo de fútbol para ver jugar a Periquín, antiguo futbolista ilicitano y viejo amigo, cuando quedó impresionado con la capacidad futbolística del chico al que llamaban Vavá. Periquín le dio grandes referencias y el tipo llamó a las puertas de las oficinas del Elche. "El Salamanca le quiere, pero vosotros podéis hacer que juegue en Primera". La historia del clubes está sujeta al poder de las casualidades y a los caprichos del destino.

Desde entonces, y hasta 1971, cuando el Elche descendió a segunda y Vavá se rompió la rodilla, el bejarano disputó casi doscientos partidos y anotó setenta y nueve goles. Aún hoy, es patrimonio del club, de donde no le dejaron salir en su plenitud pese a que vio como otros compañeros, como Asensi o Marcial, hacían las maletas rumbo a Barcelona y él tenía que quedarse en un equipo con cada vez menos aspiraciones. Pero él siguió jugando igual, a por todas y a por el gol. Toda una pesadilla par los defensas que tenían que lidiar con un tipo que no se arrugaba y que nunca caía. Un toro en el área que buscaba el remate en todas las posturas.

Inolvidable fue aquel día en el que le hizo cuatro goles de una tacada al Sporting de Gijón. Altabix coreo su nombre y un joven Quini, que había debutado hacía poco con los asturianos, se fijó en las maneras de aquel tipo, algo rechoncho, pero muy fuerte, que les metía goles casi sin querer. Porque así era él, goleador de oficio más allá de la técnica y la estética. Un delantero que ganaba el espacio, saltaba antes y remataba el primero. Como hizo con aquel centro de Romero que sobrevoló el área del Valencia y cabeceó al fondo de las redes para deleite de un Altabix lleno hasta la bandera. Lico había manejado el partido, Romero había puesto la distinción y le había tocado a Vavá poner el gol. Un gol histórico, un gol de delantero centro puro, el gol que llevaba marcando desde que, con dieciséis años se había enrolado en el equipo de su pueblo. El gol que le convirtió en internacional durante dos ocasiones, el gol que le hizo ser el jugador franquicia en una ciudad que le adoró para siempre, el gol que le convirtió en el primer y único Pichichi en la historia del Elche.

Y es que, para los equipos pequeños, los logros pequeños son títulos mayores. Mucha gente en Elche disfruta de su equipo en Primera, todo un privilegio para un club humilde. Muchos son los que firmarían seguir así, aun con sufrimiento, durante muchas temporadas, porque se las han visto en peores situaciones y en peores momentos. Otros, más mayores, añoran a aquel equipo de los sesenta en el que varios de sus jugadores llegaron a ser figuras en equipos de mayor calado. No lo llegó a ser Vavá porque le convirtieron en símbolo e icono. Lo supo el mismo día en el que le sacaron a hombros de Altabix y le santificaron de por vida. A los transistores llegó la noticia de que el Atlético era campeón de liga pero que Aragonés no había marcado. Todos contentos, unos con su copa y otros con su jugador. Luciano Sánchez García, Vavá para los aficionados, fue el primer Pichichi de la clase baja. Durante muchos años el único. Y para siempre, el jugador más importante en la historia el Elche.

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