miércoles, 1 de abril de 2020

Lejos de casa

Hay gente que lo arriesga todo al rojo; negro impar y pasa. Hay gente que, conducido por las circunstancias, echa la mochila al hombro y se arriesga a un viaje contra su destino. Lejos de casa, de la infancia, de los recuerdos, de los planes preconcebidos. Con el miedo en un hombro y la incertidumbre en otra, aceptan el reto y recorren kilómetros en busca de un futuro cuando ni siquiera han sabido encontrarse en el pasado.

Cuando los clubes más poderosos de la Premier, con toda su estructura económica y sus grandes inversiones en scouting, comenzaron a echar los ojos en los mejores jugadores de las canteras del mundo, en España se sintió un temblor ante el miedo de que cada club perdiese a su mejor futurible baza. Los niños, con apenas doce o catorce años, firmaban contratos sumarísimos y contrataban a un agente que pudiese negociar su futuro. La burbuja empezaba a inflarse desde la infancia y, en muchos casos, terminaba reventando tan sólo en edad juvenil.

Fueron pocos los que no volvieron y muchos los que se quedaron a mitad de camino, entre ese mar que representa la duda y preguntándose si tomaron la decisión correcta. Entre los que consiguieron hacer carrera, se encuentra un grupo de futbolistas que tuvieron que aprender a afeitarse solos, a mirarle a la vida de frente y a levantarse después de caerse. Les señalaron con el dedo, les metieron en varias cesiones y, cuando llegaron a la edad prometida les dijeron que quizá el lugar en el que se habían criado no era el lugar perfecto para sus aptitudes.

Entre los viveros gallegos de Abegondo surgió un chavalín vivaz, de mirada firme y carrera portentosa. Delantero, extremo, lateral, fue captado por el Manchester City y se marchó de casa sin darle tiempo a la morriña para escribir un capítulo. Creció jugando con tipos mucho mayores que él mientras iba creciendo en experiencia lo que le faltaba en centímetros. Debutó con el primer equipo con dieciocho años, unos meses más tarde vivía en la Gran Manzana donde tomó un vuelo de vuelta hacia España; Granada, Mallorca y vuelta a viajar. Esta vez llegó a Holando y se incorporó al NAC de Breda primero y al PSV Eindhoven después. Regresó a Manchester y en invierno hizo de nuevo las maletas para marcharse al Leipzig alemán. Y todo esto en sólo cinco años.

Angeliño aprendió a ser hombre siendo sólo un niño. Aprendió a fracasar antes que a triunfar y a triunfar a golpe de aceptación. Un lustro, cinco países, cinco maneras de jugar al fútbol y un chico que, desde el lateral, corre y corre como si la vida le fuese en ello. En una época en la que el crepúsculo de Jordi Alba se hace evidente, son varios los que postulan su fútbol en pos de tomar el testigo en la selección. Están Bernat, Gayá o Marcos Alonso, y está este chico de Coristanco que gana la línea de fondo por fragor y las pequeñas batallas por pundonor.

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