jueves, 12 de noviembre de 2009

El mundial de la convulsión

El veintisiete de noviembre de mil novecientos noventa y siete, las selecciones de Australia e Irán se citaron en Melbourne para disputarse un puesto en el mundial que se celebraría en Francia durante el verano del año siguiente. El partido de ida había dejado un empate a uno como resultado de incierto pronóstico y la historicidad de ver, por vez primera, a una mujer presenciando un partido de fútbol en tierra iraní.

Resultó que la agencia italiana ANSA, obviando la ley islámica por la cual se prohíbe a la mujer exhibirse en público, acreditó a su corresponsal Nadia Pizzuti quien, tras arduas negociaciones consiguió hacer historia en las gradas del estadio Azadi.

Durante el partido de vuelta hubo muchas más mujeres en las gradas poniendo su grano de arena, en concepto de ánimo y pasión, en su intento de relanzar el espíritu de su selección de fútbol. Fue un partido demasiado duro para los iraníes quienes nunca olvidarán al portero Bosnich increpándoles como “cerdos musulmanes” y, sobre todo, nunca olvidarán el esfuerzo que tuvieron que llevar a cabo después de haberse marchado al descanso con un dos a cero en contra. En apenas dos minutos, Bagheri y Azizi llevaron la locura al pueblo iraní y obtuvieron soñado el pasaporte para que el “Team Melli” pudiese viajar a Francia a disputar su cuota de partidos mundialistas.

El verano nació caluroso en Francia. Como un augurio del espectáculo que tanto deseo palpitaba en los corazones de la gente, el Sol quiso apuntarse al evento aportando su particular nota de colorido. Las calles de todo el país se engalanaban con el cartel oficial que había creado Natalie Le Gall y con los sueños en voz alta que se pregonaban en todas las tertulias de sobremesa.

Los franceses soñaban con ver fútbol, pero no resultó nada fácil poder hacerlo. La venta de entradas, debido a la escasez de papel, se convirtió en un foco ideal para mafias, truhanes y vividores en general. El precio que alcanzaron en el mercado negro llegó a ser tan escandaloso que hasta Joseph Blatter, presidente de la FIFA, se obligó a tomar medidas en pos de zanjar el problema en vistas al futuro.

Uno de los partidos más espectaculares del campeonato fue el que enfrentó a Argentina e Inglaterra por un puesto en los cuartos de final. En lo deportivo, el partido será recordado para siempre por el extraordinario gol de Owen después de atravesar a la velocidad de la luz la última mitad del terreno. En lo extradeportivo, el partido pasará a la historia por haber batido todos los records anteriores de conexiones on line. Y es que más de setenta millones de navegantes, repartidos por todo el mundo, se conectaron con el sitio oficial del campeonato para seguir en vivo las evoluciones del encuentro.

Fue un mundial el que se invirtieron veintiocho millones de dólares en seguridad y durante el cual, sin embargo, no se pudieron evitar incidentes como los acaecidos tras el enfrentamiento entre Inglaterra y Túnez cuando cientos de hooligans e inmigrantes magrebíes se enzarzaron en una brutal pelea que colapsó las principales calles de Marsella. O el sufrido por el gendarme Daniel Nivel, herido brutalmente en la cabeza por dos hinchas alemanes.

Aunque si una historia destaca por encima de todas fue la del misterio que rodeó al problema de Ronaldo un día antes de disputarse la final entre Francia y Brasil. El fenómeno brasileño que, hasta la fecha había anotado cuatro goles en el mundial, se sintió indispuesto durante la tarde del once de julio. Su compañero de habitación, Roberto Carlos, alertado por las convulsiones de su amigo se lanzó al pasillo del Chateau de la Grande Romaine en busca de ayuda. “¡Ronaldo se muere!”. Hasta allí llegaron futbolistas, técnicos y doctores para intentar aplacar el ataque del delantero. Nunca se conocieron las causas del mismo, pero se supo que Ronaldo estuvo dos minutos convulsionando y dos horas sin sentido. El esfuerzo al que sometió a su cuerpo fue tan brutal que nadie le hubiese aconsejado jugar un partido de fútbol en apenas veinticuatro horas. Pero Ronaldo jugó la final y pasó tan desapercibido como todo su equipo. El delantero que toda Francia había temido no fue más que una sombra de sí mismo y fue cuando Brasil cayó derrotada cuando todos se giraron hacia él y hacia quien le hizo jugar por decreto de estado. No debían haberlo hecho, pero la importancia de una victoria pesaba más en la conciencia de todo el staff que el miedo al reproche que hubiese causado ver a la estrella del equipo viendo la final desde la tribuna.

Fue la final de Zidane y la tarde en que toda Francia se echó a la calle. En un majestuoso estadio construido para la ocasión, la selección blue pasó por encima de un timorato Brasil para el delirio de los ochenta mil espectadores presentes y, tras un indiscutible tres a cero, levantó al cielo de París la que sería, hasta hoy, su primera y única copa de campeón del mundo.

Una vez satisfecho el particular pedazo de gloria, llegó la hora de saldar cuentas con el pasado. Aimé Jacquet, en la cima del mundo, agarró el micrófono para reprochar las críticas recibidas por parte de una gran parte de los periodistas galos. “Quiero que sepan que jamás perdonaré a mis críticos”.

Aunque más sonada (y denunciable) fue la crítica del político ultraderechista Jean Marie Le Pen quien meses antes del mundial ya había denunciado la gran cantidad de jugadores de color que, para él, ensuciaban la zamarra francesa. Y es que, de los veintidós jugadores convocados, solamente ocho eran franceses puros, es decir, de padre y madre galos. “¿Qué mas da? Son franceses al fin y al cabo”, debieron de pensar los millones de ciudadanos que se lanzaron a la algarabía para celebrar el triunfo más importante en la historia del país. Para ellos, los padres argelinos de Zidane o los abuelos armenios de Djorkaeff debían ser poco menos que dioses a los que adorar y Le Pen poco más que un miserable al que pretender olvidar.

Aunque el verdadero secreto del éxito de la selección, más allá de la procedencia, la raza o la religión, lo descubrió el diario “Le Figaró” pocos meses después de terminado el torneo. Durante el mismo, el cuerpo de preparadores físicos blue, había repartido entre los jugadores un kit de calzoncillos con propiedades relajantes. Estos, por lo visto, favorecieron la oxigenación testicular y, con ello, una mejor respuesta muscular. Nosotros pensando que el éxito residía en los besos que Blanc depositaba en la calva de Barthez antes de los partidos y resulta que, al final, siempre quedará, por encima de todos, el consejo perpétuo de nuestras madres: “allá donde vayas, hijo mío, procura tener siempre un par de calzoncillos limpios”. Y relajantes, añadiría yo. Y apuesto a que toda Francia estaría conmigo.

2 comentarios:

fernando dijo...

No es un Mundial que me haya dejado momentos inolvidables. Un Mundial soso en mi opinión. Y encima, España no dio una a derechas. un abrazo.

Nico García dijo...

Hola!! Muy buen blog, si quieres intercambiamos enlaces.
Saludos desde La Escuadra de Mago