viernes, 30 de noviembre de 2018

Memorias de Adriano

Uno no tiene nombre de emperador simplemente para existir sin más. Si uno tiene nombre de emperador y está tocado por la varita mágica del talento, es más que posible que haya nacido para gobernar su mundo. Y si alguien nacido para gobernar su mundo tiene la potencia de un tanque y la precisión de un torpedo, es fácil que se convierta en el arma de guerra más temida por el enemigo.

Adriano Leite es hijo de la pobreza, un soñador que cumplió a lo grande y un hombre con alma de mendigo que lo perdió todo por recuperar sus raíces. Pocos pueden luchar contra la saudade y, sobre todo, nadie puede luchar contra sí mismo cuando el corazón piensa diferente de la cabeza. El día que fue coronado rey del mundo recibió la noticia de la muerte de su padre y entonces todo se agolpó sobre su cabeza; la infancia, la pubertad, la juventud y todas aquellas lágrimas de satisfacción. El descampado tenía arena seca y por las zapatillas rotas se colaba el polvo que le arañaba los pies. Aprendió a chutar descalzo y a correr como si persiguiese sueños. Al final, de tanto correr hacia delante, terminó huyendo de sus propias pesadillas.

Era veloz como un felino, fuerte como un paquidermo, certero como un rapaz. Cuando arrancaba, dejaba un reguero de víctimas por el camino y, cuando le pegaba con la izquierda, parecía dejar una estela de humo que moría en la escuadra rival. Nunca antes habían soñado tan fuerte los aficionados del Inter, nunca después han vuelto a sentir la tristeza tan grande como la que les causó la caía a los infiernos de su ángel de la guarda.

Se apagó como se apagan las supernovas; a lo grande. Fascinante en su brillo y terrible en la zona de definición, comenzó a engordar cuando el alcohol corrió por su sangre para intentar mitigar los dolores. Huyó despavorido en busca de sus orígenes, pero jamás reecontró la paz. Castigado por los recuerdos, prefirió regresar a la favela para seguir llorando antes que regresar a los focos para seguir impresionando. Fue un corto espacio de tiempo, pero tan inolvidable que, aún hoy, hay quien recuerda a aquel tipo como el auténtico emperador en la tierra que vio nacer el mayor imperio del mundo.


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