lunes, 11 de marzo de 2019

El reloj

"Un equipo de fútbol es como un bonito reloj, si una pieza no funciona, no vale para nada". La frase, pronunciada por Alfredo Di Stéfano, debería tener el valor que merece al ser emitida por uno de los mejores futbolsitas de la historia. Nada más lejos de los presagios que un equipo cuyas piezas no son capaces de funcionar como un mecanismo conjunto. Es por ello que se pone en solfa la necesidad de hacer un equipo antes de fichar una pléyade de estrellas.

En fútbol, como deporte variopinto, caben varios tipos de interpretaciones. No existen dos equipos iguales igual que no existen dos percepciones iguales, pero sí existen equipos que ejercen la propiedad privada de un cierto tipo de sistema porque, para ellos, tener denominación de origen es la mejor manera de saber identificarse. Cuando las cosas van mal, la mejor solución es regresar al camino y saber que, allí, desde las lindes, se puede prefijar un nuevo proyecto.

Los proyectos del Barça, durante los últimos treinta años, han pasado por la posesión de la pelota, por la circulación triangular, por el juego profundo y por un cierto regusto por el barroco. No se trata sólo de ganar, parecen querer decir, importa también el como. Sin desdeñar estilos contrapuestos e igualmente eficaces, el Barça necesita un tipo concreto de futbolista porque, para encajar en el puzle, se precisa de ciertos matices que no se educan de puertas para afuera. Es por ello que a muchos futbolistas foráneos les ha costado tanto mecanizar el sistema, y es por ello que, quien lo consigue, termina convirtiéndose en vital porque nadie mejor que un buen futbolista para ejercer una función prediseñada.

Ivan Rakitic llegó al Barça para suplir, en el once titular, a Xavi Hernández. La mayúscula del nombre a sustituir es tan grande que no cabría espacio para deletrear sus virtudes. Lo mejor que hizo Rakitic, desde el principio, es hacerle saber al mundo que él no era Xavi ni tenía intención de hacerlo. Desde la inferioridad elaborativa, se convirtió en un futbolista esencial jugando como escudero de Busquets y dejando vía libre a Messi e Iniesta a la hora de ejercitar la inventiva. Lo bueno de conocer el juego, además, es que le permite ocupar siempre los espacios vacíos, bien para recibir, bien para atacar. Un futbolista de ida y vuelta que puede paracer lento pero que, cuando conduce, parece que se desliza sobre hielo.

Un centrocampista con gol es una dosis de fortuna para cualquier entrenador. Lo bueno de asumir el rol de secundario es que los rivales terminan creyendo que lo eres. Cuando Iniesta antes o Messi ahora, no fueron capaces de asumir la finalización de las jugadas, Rakitic asomó como destaponador crucial. Salvador y salvado, Valverde asume la capitalización de sus éxitos contando con un peón de brega que sabe que nunca le va a fallar. No se esconde, sabe jugar y tiene llegada. Cuando está en forma se nota tanto que el Barça sube dos peldaños en su condición de favorito. Porque ningún equipo escala a lo más alto si las piezas de su reloj no funcionan, una a una, de manera perfecta.

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