lunes, 12 de junio de 2023

En el segundo palo

Dice un viejo dicho futbolístico que la basura se recoge siempre en el segundo palo; algo que viene a decir que cualquier balón suelto y falto de despeje, debe ser siempre aprovechado por un barrendero con oficio y saberlo meter a la papelera. Eso, que a priori parece fácil, es una acción sólo apta para listos y para olfateadores del oficio, porque más allá del error debe permanecer siempre, intacta, la percepción ya que desde la intuición se ganan más partidos que desde el conformismo.

El Real Madrid de hoy, lleno de grandeza y superioridad, es el vestigio de un pasado que pintó en negro por momentos y se volvió blanco de esplendor desde la conquista, el milagro y la competitividad salvaje. Pero todo héroe tiene su camino y todo camino está lleno de trampas y barro con los que hay que lidiar para llegar a ser el tipo de portada al que todos admiran. Antes de la fama llega el abismo y en el borde del mismo se encuentra un momento de peligro en el que un paso en falso llama a la muerte y una mirada de valentía llama al entusiasmo.

Son muchos los que contraprograman, como momento culmen en la reinversión de la fatalidad, aquel cabezazo de Ramos en Lisboa que lo voló todo por los aires. Pero aquel Madrid, que se cayó en liga ante la insistencia del Atleti y la apoteosis de Messi, hizo una Champions cuasi perfecta, desplazando del camino, muchas veces con crueldad, a cuanto equipo alemán se le ponía por el medio. Aquel fue un grano de arroz en una montaña de alimentos, pero tras aquello, el equipo volvió a caerse ante la Juve y no masticó la liga, una vez más, después de que Mourinho pusiese el listón por las nubes con un récord histórico.

La temporada 2015-2016 apuntaba a fracaso después de que el Barcelona abusase una vez más del Madrid en el Bernabéu. Tras aquella decisión política de sentar a Casemiro para poner a James, Benítez cavó una tumba que había resistido a abrir. La primera parte de la temporada había sido honrosa, salvando la bala del Paris Saint Germain en la fase de grupos y clasificándose como primero de grupo en espera del enfrentamiento de octavos contra la Roma. Pero aquella batalla perdida en liga, quedándose sin opciones ya en enero, puso al madridismo patas arriba y a Florentino con la obligación de tirar de la opción  más popular posible ante la avalancha de críticas internas.

Zidane adoptó un enfermo y, aunque en un principio las medicinas parecieron adecuadas, poco a poco se vio que el equipo iba cayendo en un estado de estupor del que no se veía capaz de salir. Poco después de su llegada, el Atleti asaltaba el Bernabéu por tercera vez consecutiva y se dejaron puntos en Málaga y Sevilla. De repente, el Barcelona tenía cuatro partidos de ventaja y el equipo afrontaba la eliminatoria de cuartos frente al Wolfsburgo con la intranquilidad de quien se sabe caminando por la cuerda floja.

En plena crisis de identidad, el Madrid visitó Las Palmas con la incertidumbre de saber si aquel partido serviría de trampolín o de cadalso. En tierra de nadie y sin más aspiración que la gloria eterna de la Champions, la única victoria que buscaba el equipo era la moral por encima de la deportiva. Y no se puso la cosa del todo mal cuando Ramos remató a gol un córner en el primer palo mediada la primera mitad. Sin embargo, lo que podía haber sido un paseo se convirtió en una tortura cuando Las Palmas se hizo con el balón y terminó el partido aculando al Madrid dentro de su área.

Por ello, cuando William José batió a Keylor en el ochenta y siete, aquel gol supuso, aparte de un merecido premio, una dura dosis de realidad. Pese a los primeros brotes, aquel Madrid, ni estaba, ni se le esperaba. Fueron muchas las voces que identificaron a Zidane como un gran jugador con muy poca categoría directiva para afrontar un reto de tamaño calibre. Y mientras el genio de Marsella preparaba su discurso pacífico en rueda de prensa, el Madrid, que llevaba minutos sin rondar el área pequeña del equipo insular, cobró un córner como quien cobra un céntimo de más en una nómina cargada de trabajo y desgana.

El balón, que no va muy bien, puesto, con más temple que fuerza, se pasea por el área ante la incrédula mirada de un Javi Varas que lo deja pasar como quien observa una mosca hacia un destino incierto, y es cuando parece que va a perderse en las postrimerías de la línea de fondo, cuando aparece el basurero especial del Real Madrid para meter la cabeza y tirar a la papelera aquella basura que había llegado, inerme, hacia el segundo palo.

Casemiro, en marzo de 2016, era un elemento sospechoso a medio camino entre la promesa y la realidad. Acabada la etapa Xabi Alonso-Khedira, el Madrid quiso tapar con Kroos el agujero central y no sólo no encontró contención, sino que perdió juego en la zona de tres cuartos. Como quiera que Modric tenía que trabajar por dos mientras que James apenas sí trabajaba para sí mismo, Zidane redobló la apuesta de Benítez y demostró que el entrenador cesado había tenido razón jugándose el cuello por el brasileño. Aquella apuesta terminó siendo ganadora y Casemiro terminó salvando el pellejo de su entrenador con aquel gol postrero en Las Palmas que terminó por cambiarlo todo.

Porque aquel gol terminó revitalizando a un equipo que parecía entregado a su suerte. Tras aquello, el Madrid ganó diez partidos seguidos, incluida una victoria en el Camp Nou que puso al barcelonismo con los bemoles de corbata. Remontó al Wolfsburgo una eliminatoria que se había puesto cuesta arriba, anotó más de treinta goles y rozó la heróica jugándose la liga contra el Barça en la última jornada. Y, aunque fue capaz de remontar aquellos doce puntos, su logro más importante volvió a tener al Atlético de Madrid como protagonista final, en una tanda de penaltis que le volvió a alzar al cielo para levantar esa copa que tanto prestigio da y tantas veces han terminado ganando desde entonces. Desde que estaban muertos y Casemiro, como un buen basurero, recogió a tiempo la basura del segundo palo.

1 comentario:

Oliver Domínguez dijo...

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