martes, 30 de junio de 2020

O Baixinho

Jorge Valdano, que gusta de convertir las frases en sentencias de perpetuidad, dijo que Romario era un jugador de dibujos animados y, desde entonces, todos incluimos dentro de nuestro ideario varias decenas de goles conseguidos con el gesto serio y el cuerpo bailando una extraña samba dentro del área, porque allí Romario era el más alegre tiempo que era el más sofisticado, no necesitaba alardes porque él mismo era un alarde en sí mismo; arrancaba, no miraba hacia detrás y goleaba. Detrás dejaba siempre víctimas con el cuello herido y la cintura rota y, tras cada gol, dejaba una celebración austera y la sensación de que era imposible volver a ver un delantero como él.

Porque convertir el gol en arte no es tarea sencilla si no eres un genio. El paso de los años nos ha regalado tipos capaces de vivir con una portería en el espacio que ocupan sus cejas, goleadores tan capaces que eran mitos vivientes, pero el tipo bajito de Río de Janeiro, no goleaba sólo por oficio, sino que goleaba de artificio. Porque sus goles no eran disparos sino pases a la red, porque sus jugadas no eran sólo desmarque y colocación sino sueños cumplidos dentro del área. Tenía el centro de gravedad bajo, lo que le convertía en objetivo imposible para los centrales fuertes. Tenía, además, una arrancada estelar, lo que le convertía, también, en objetivo imposible para los centrales rápidos.

Entre fiesta y fiesta dejó mil goles y entre gol y gol dejó sensaciones irrepetibles. Jugadores buenos ha habido muchos, jugadores que hayan provocado que pongas la tele exclusivamente para verle a él ha habido, como mucho, una docena. Romario ganaba duelos con la mirada y bailaba en el área con giros secos de cintura. Colas de vaca, sombreros, picaditas, caños y amagos imposibles. Jugadas con denominación de origen y la verdad más tangible de todas en cada análisis; cuando quiso, fue el mejor del mundo. Si hubiera querido siempre, podría haber sido el mejor de la historia. Ya es uno de los mejores, y jugando siempre en el espacio comprendido entre el arco contrario y el lugar que le reclamaban sus instintos. Porque volviendo a Valdano, podríamos calificar al brasileño de genio cuando vino a decir que Romario era Maradona dentro del área.


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