martes, 24 de marzo de 2020

El príncipe de las bateas

Es difícil ser un genio en tierra extraña. Te convierte en incomprendido, en profano, en orate, en simple predicador. Es difícil tratar de explicar un truco a quienes no creen en la magia, a quienes no conocen más ilusión que la que deriva del pragmatismo, a quienes creen que la victoria es sólo una consecuencia del esfuerzo.

Es difícil ser ese profeta en tierra lejana porque cuando la morriña ataca, la improvisación se pierde. Cuando eres cola de león, la presa pierde el miedo. Cuando no hay tiempo para ensayar, los trucos se olvidan. Cuando la necesidad ahoga y la exigencia aprieta, el príncipe ajeno necesita atención. Cuando los dedos señalan para acusar en lugar de para admirar, es cuando la garganta se vuelve nudo y el estómago se vuelve madeja. Cuando no hay felicidad, no hay fútbol.

Iago Aspas es feliz en su tierra, donde puede profetizar su fútbol, campar a sus anchas, celebrar sus goles. Cabeza de un ratón que se filtra por el área, que taconea en tres cuartos, que gambetea en la línea de fondo. Dueño del mar de Vigo, capitán de las rías de gente que, en marea ilusionada, bajan cada domingo a Balaídos con la ilusión de verle de nuevo. Orgullo de una tierra cuyos sueños de permanencia pasan por los pies de un príncipe que los gobierna desde la sonrisa.

El príncipe de las bateas aprieta los dientes, busca la pelota, encuentra los espacios. En tiempos de necesidad no hay mayor virtud que el entusiasmo, no hay más salida que el amor propio. Aspas quiere a Vigo y Vigo quiere a Aspas, y mientras el Celta sigue remando contra corriente, el capitán de su nave sigue virando el timón cuando nadie se lo espera y sigue sorprendiendo al mundo mientras toda su gente le observa.

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