martes, 11 de mayo de 2021

Cuando la dignidad venció al miedo

La historia del fútbol está llena de jugadores buenos, malos y regulares, algunos con momentos puntuales de gloria, otros innovadores y muchos, la gran mayoría, tipos que el tiempo relegó al olvido y pasaron de temporales a desaparecidos. Sólo unos pocos, muy pocos, son capaces de jugar en la élite más pura y sólo unos pocos, muy pocos, son realmente recordados cuando el tiempo hace mella en la memoria y un gol nos invoca a momentos en los que supimos ser felices.

Antonio Calpe fue un gran defensa lateral, con un palmarés notable y un amor por el Levante fuera de toda duda. Pocos recordarán su nombre en los mejores momentos del Real Madrid, pero él estuvo en la plantilla que levantó la sexta Copa de Europa y él permaneció allí durante un lustro ganando ligas, copas y destronando a tipos históricos como Pachín y Santamaría.

Pocos le echaron de menos cuando se marchó porque, a pesar de ser importante y, durante muchos momentos, indiscutible, el Madrid es una máquina que funciona a todo vapor y va fabricando tipos legendarios de un año tras otro. Calpe regresó a su equipo, el Levante, cuando había sobrepasado la treintena y tenía las rodillas destrozadas. Aceptó jugar en tercera, volvió con el equipo a Segunda y la afición le adoró para siempre. Él ya había estado allí cuando el equipo ascendió a Primera en 1963 y volvía a estar cuando el equipo estaba en el pozo más profundo.

La admiración de su gente se la ganó con gestos, fútbol y altruismo deportivo. La admiración del pueblo la ganó con el tiempo cuando se conoció que el tipo, además de saber jugar al fútbol tenía memoria y, sobre todo, supo tener dignidad cuando el miedo le puedo haber vencido en el momento más crucial de su carrera.

El mes de mayo de 1966 tocaba a su fin y la temporada del Real Madrid se había convertido en exitosa después de haber conquistado la sexta Copa de Europa. A modo de homenaje, el dictador Franco invitó al equipo a una recepción en el Pardo donde serían colmados de honores por haber salvado, una vez más, el honor patrio de cara al exterior. El Madrid era la imagen de España y Franco se aprovechaba de ello para lucir escudo y sacar pecho. Por eso, cuando el capitán Ignacio Zoco entró en el vestuario y convocó a sus compañeros a una reunión, nadie pudo imaginar que la dignidad de Antonio Calpe iba a estar por encima del momento histórico.

"Mañana todos de punta en blanco que nos va a recibir el Caudillo". "Yo no pienso ir". Hubo un silencio, alguna cara extraña, algún ceño fruncido, pero pocas palabras. La mayoría de allí, los afectos al régimen y los que no lo eran tanto, sabían la historia familiar de Calpe. Su tío Antonio, quien le había otorgado el nombre de pila, había sido fusilado por el gobierno franquista una vez hubo terminado la guerra. Una manera de purgar la ideología contraria y una patada a la promesa de paz que hizo a cambio de rendición. Por ello Calpe, el lateral del Real Madrid, sacó pecho y se negó a asistir al lugar donde vivía el tipo por cuyos preceptos había muerto su tío. "No podía darle ese disgusto a mi abuela".

Y no se lo dio. Y permaneció en pie, en el Real Madrid y en el ideario colectivo de mucha gente. Primero, cuando vieron que regresaba a su rescate, de los aficionados del Levante. Y después, cuando supieron que había desafiado a los preceptos y a los convenios, del resto de españoles que se quisieron poner en pie para aplaudirle y ponerle como ejemplo de dignidad frente a la dictadura del miedo.

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